Franco Ferreira no era ningún santo y de seguro el hombre que había entrado a su casa esa mañana, no había contado con ello.
A pesar de ser hermanos, Franco y Gustavo siempre habían sido el día y la noche. Pertenecían a una familia renombrada y nunca tuvieron que pasar por ninguna necesidad.
La familia se distanció de Franco cuando se casó con Anastasia Loredo, una meretriz conocida por todo el círculo de amigos de su padre, incluso el viejo petrolero había tenido el placer de gozar de su compañía en varias oportunidades.
Fue la mayor de las afrentas el hecho de que haya elegido a tal mujer para casarse. Como era de esperar, debió despedirse de la suculenta mensualidad de su padre, quien no dudo en desheredarlo y dejar todos sus bienes a Gustavo.
El padre de Ana amaba profundamente a su hermano y no podía verlo pasar por ningún apuro. Durante años le dio dinero para que pudiera sobrevivir, pero esto creó un profundo resentimiento en Franco, que envenenado por su mujer comenzó a odiar a Gustavo con profundo fervor.
Siguiendo los consejos de su esposa, se introdujo en la vida criminal. Su nombre era conocido y respetado por los miembros más oscuros del bajo mundo. Usaba como fachada un pequeño casino, para su negocio de drogas y prostitución.
El día anterior al ataque de aquel hombre, El tío de Ana había despedido a todo el personal de la casa para poder traer al suyo. Quería atender sus negocios con total tranquilidad y ya no soportaba la mirada inquisidora de los empleados de su hermano, que visiblemente lo detestaban. Esa era la razón por la cual esa mañana se encontraban solos, pues sus empleados se instalarían en dos días.
Ahora lo habían provocado y no lo iba a tolerar.