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Lulius Aemilius, oriundo de la Sicilia mediterránea, estudioso de la cabala, de la astrología y de la alquimia estaba leyendo un voluminoso libro cuyo título en latín era Paetrus Philosofalis, en donde se daban todas las indicaciones y recetas para trasformar los elementos naturales dándoles otra consistencia mágica.

El deseaba con toda su alma llegar al sumun de la creación. Convertir al humilde carbón de leña en un prístino diamante, o mejor aún el pesado y singular plomo en oro. Sí, en oro. Siguió leyendo y al final de la página de pergamino, había una sentencia “ Nunquam mutare plumbum relegare aurum “.
Nunca cambies plomo en oro

Quedo helado pues más abajo leyó en un cascado latín, corregido al barbárico castellano “Si lo hicieres te condenarías al infierno por cambiar las leyes de Dios”.

Estaba sumido en sus pensamientos y sentía a su discípulo Joannes hurguetear en los trastos para hacer combinaciones de elementos.
Se dio cuenta que estaba trabajando con el mortero de bronce, mientras repetía como en un lamento cantado:

- Carbón, carbón el negro elemento y golpeaba para reducirlo a casi en polvo. Y seguía
- Natrón, natrón el conservador de la vida y revolvía y revolvía.
- Sulfure, sulfure. Y ahí despertó Lulius y con fuerte grito le dijo a Joannes, no lo eches al mortero.

Tarde, demasiado tarde ¡PUM! Y el laboratorio quedó impregnado en un humo amarillo pegajoso. Joannes, de espaldas en el suelo con cara y pecho negros, y lo más terrible era que su túnica estaba ardiendo. Lulius, con un balde con agua se lo echó encima.

Se sentaron los dos en el suelo, Joannes con cara compungida decía perdóneme maestro, solo quería ver que pasaba con la mezcla de esos elementos, tan naturales que hay en todas partes.

No te aflijas Joannes, ve a cambiarte y veremos que se salvo del laboratorio. De momento te diré que deberás hacer un nuevo mesón de trabajo, y benévolamente lo empujó para que fuera a vestirse decentemente.

Se quedo sumido en sus pensamientos mientras se decía: carbón, natrón y sulfure y todo se convierte en un estallido. Que no lo sepa el príncipe, es demasiado belicoso. Si tuviera en sus manos este elemento desintegrante, podría cambiar la historia del mundo y solo estamos en el año de nuestro señor de 1009 en un agradable verano en Castilla.

Por el momento volveremos a intentar algo más fácil según creo, se dijo Lulius, convertir el pobrísimo carbón en diamante, ahí si que estaría contento el príncipe.
El plomo en oro, son elementos tan dispares, quizás con un encantamiento, algunas alitas de murciélago, un poco de mandrágora y encomendándonos al altísimo, lográramos algo de oro, aunque sea una ínfima pepita.

Y comenzó a limpiarlo todo, mientras Joannes en la fuente del pueblo y envuelto en una gran toalla, se sentaba en el agua y comenzaba a sacarse las prendas pegadas a su piel chamuscada.

Continuara

Nomade....Así comienza todo en la historia...con ensayo y error. Pero a veces con mucha destrucción.

Texto agregado el 05-02-2009, y leído por 175 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
15-02-2009 Me gustó mucho tu relato con el misterio a lo sobrenatural que encierra. Voy a la continuación. 5* Yetsenia123
10-02-2009 Tesoro, me encantó tu cuento y al ver lo seguiste...ya me voy al próximo cao. o la segunda parte. beshos y todas las*****MAtilde mancuspia
10-02-2009 muy bueno, bien... plapla
05-02-2009 Ah... olvidé las estrellitas de oro para unirme a la gran dama almalen. Besitos. Sofiama
05-02-2009 Muy lindo tu cuento esóterico, muy instructivo y recreativo. Me uno a Magda y a Shosha: esperando a Nomade para el final del cuento. Un abrazo, amigo. Sofiama
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