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Como era costumbre, se levantaría temprano aunque era sábado y no tenía que ir a trabajar. Hacía ya casi media hora que se había despertado y, como no le gustaba estar mucho tiempo en la cama sin dormir, se desperezó, sonrió y se puso las zapatillas. Llevaba un rato escuchando el sonido de la persiana moverse por el viento y el agua de la lluvia caer. Miró por el cristal de la ventana y vio el cielo encapotado. Cogió la radio a pilas, sintonizó una emisora musical que solía poner canciones de los 80 y los 90 y se la llevó al cuarto de baño. Después de la ducha se fue a la cocina a desayunar. Mientras lo hacía se dio cuenta de que había dejado de llover y el viento soplaba con menos fuerza. Volvió a mirar por la ventana y observó que el cielo había empezado a aclararse. No lo dudó. Terminó el desayuno y volvió al dormitorio para vestirse. Le apetecía mucho salir a dar uno de sus paseos matutinos de los fines de semana e ir a comprar el pan y el periódico. Cuando se encontraba delante de la puerta se puso la gabardina, cogió el paraguas y salió al rellano. Mientras cerraba con llave, se abrieron las puertas del ascensor y apareció, dando pequeños saltos y ladridos, Sultán, el perro de la vecina, que apareció tras él intentando calmarlo.

-Calla Sultán -le decía-. ¡Qué escándalo estás formando a estas horas! Vas a despertar a alguien.
-¡Buenos días, Benita! Hoy has madrugado.
-¡Buenos días, Olga! Sí, ya ves. Esta noche no he podido dormir mucho con la tormenta y nada más escampar aproveché para bajar a Sultán. Después de una semana con este tiempo, no sabes lo contento que se puso cuando vio que iba a coger la correa para sacarlo.
-Sí, sí -respondió mientras el perro apoyaba sus patas delanteras en su pierna y ella le acariciaba la cabeza-. Todavía lo está.
-Hoy no vas a tardar mucho en la panadería. Ni en el kiosco. No ha salido nadie.
-No sé. Quizá de un paseo después.
-Bueno Olga, hija, te dejo. Que éste sigue con el escándalo -le dijo mientras sacaba las llaves para abrir la cerradura y el perro saltaba y ladraba en la puerta de su dueña.
-Hasta luego. Adiós-. Se despidió.

Olga se montó en el ascensor, que seguía en su planta, y bajó. Al salir al portal miró de nuevo al cielo. No llovía pero se había vuelto a nublar. Tampoco se veía a nadie como le había dicho su vecina. Abrió el paraguas y giró a la izquierda después de bajar las escaleras de la entrada. Unos metros más adelante observó el enorme pino que se encontraba al lado del bloque de pisos donde vivía. Era alto, viejo y con el tronco torcido. Su copa llegaba a la altura de la séptima planta y las tormentas de la última semana lo habían deteriorado aún más. Muchos vecinos se quejaban desde hacía tiempo. No era un árbol apropiado para ese sitio y estaba en muy malas condiciones y descuidado. Debajo de él, un joven hablaba por el móvil ensimismado, ajeno a todo lo que le rodeaba. Ella le advirtió:

-Es peligroso quedarse ahí.

No recibió ninguna respuesta. El joven no se enteró de lo que Olga le decía. Ni se percató de que estaba allí. Pero dejó de repente de hablarle al teléfono cuando escuchó un fuerte ruido. Desconocía qué era, ni de dónde venía. Era como un gran crujido. Sin esperarlo, Olga lo agarró del brazo y tiró de él con fuerza. Llevándolo a los soportales del edificio y alejándolo de donde se encontraba, justo el sitio donde el pino cayó después de partirse su tronco. Él miró asustado donde había estado.

-¿Estás bien? -preguntó Olga.
-Eh, sí -respondió volviéndose hacia ella-. Gracias. Aún me estoy recuperando. Todavía no me lo creo. No sabía qué estaba pasando, ni te había visto.
-Ya -dijo ella más calmada-. Te grité, pero no me escuchaste.
-Me imagino -respondió más aliviado-. Gracias de nuevo. Soy…
-Andrés, ¿verdad? -se adelantó ella.
-Sí -respondió extrañado.
-La mujer de la limpieza, la que va a tu casa una vez a la semana, ha empezado a ir también a la de mis padres, tus vecinos, y los he visto alguna vez hablando contigo -Se explicó Olga.
-¡Ah! Sí. Era para acordar el día que tenía que ir a limpiar en cada casa-. Recordó.
-Bueno -interrumpió-. Soy Olga.
-Bien -sonrió él-. Espero que nos veamos cuando vuelvas a visitar a tus padres.- Dijo sorprendiéndose un tanto de lo que acababa de decir.
Olga sonrió. -Espero.

Se despidieron y ella reanudó su camino hacia la panadería. Caminó ensimismada hasta el final de los soportales. Pensó en Andrés, asombrándose de sí misma. Se sentía como una quinceañera, pero no se avergonzaba por ello. Continuaba lloviendo, volvió a abrir el paraguas y salió. Junto con las primeras gotas que volvían a mojar la tela, un trozo de cornisa, que se acababa de despender de uno de los balcones del edificio, la rasgó y aplastó las varillas y su cabeza.

Texto agregado el 05-02-2009, y leído por 120 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
05-02-2009 Esta bueno, pero hay muchos ripios: trabajalo mas.... ¡Saludos! mauro22
 
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