Do Santos no confiaba en este hombre salido de las sombras tan oportunamente. Llamó a uno de sus amigos que trabajaba en interpol para que le buscara toda la información posible sobre el nuevo aliado de Ana. El contacto de do Santos le advirtió que podría tardar en conseguirle dichos datos porque debía atender otros asuntos más urgentes, pero que en cuanto los tuviera se comunicaría con él.
Por el alboroto nadie había reparado en el pobre Miguel que hacía ya una semana que estaba internado. Don Raúl no podía perdonarse su descuido, aunque sabía que de haberse presentado algún problema los médicos le habrían informado. Entonces recibe una llamada desde el centro de investigaciones.
Después de hablar durante media hora, vuelve con el rostro demacrado. Miguel había mejorado a pasos agigantados durante esos días pero por alguna razón su evolución se había estancado. Los médicos necesitaban la autorización del empresario para aumentar la dosis de las drogas.
El temor invadía de nuevo el corazón del viejo magnate. Poco le había durado la felicidad, ante la promesa de ver a su único hijo curado.