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Inicio / Cuenteros Locales / psicke2007 / Historiales clínicos de la vampira. Mala fama

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–Podría retorcerle el cuello al ministro de salud por certificar a cualquiera –estaba vociferando el Dr. Avakian, de forma que en el pasillo todos podían oír si querían su conversación confidencial con la contadora–. Pensar que esa mujer estuvo trabajando con nosotros casi dos años... ¡Tanto tiempo esperando dar el golpe! ¡Todo por dejar mal parado a Massei! ¡Es increíble, Liliana!
–Y lo peor del caso es que no podemos hacer nada. Su conducta es tal que el juez aceptó la alegación de locura y ahora Ceballos reacciona con esta acusación. Pobre Lucas...
–No me gustan nada las coincidencias –murmuró Avakian, revolviendo en su mente sus sospechas. Justo cuando se pusieron a investigar quién era Deirdre, el abogado de la Dra. Llorente sacó de la manga cargos de acoso y difamación contra Massei, al tiempo que un diario cuenta una versión en la que este se había acostado con la psiquiatra, y en un arrebato ella se había prendido fuego–. Esto va a destruir su carrera, aunque yo no creo una letra y todos lo vamos a defender. Supongo que a la Fundación Crisol sí le preocupará toda esta mala publicidad.
–La Fundación no lo va a dejar ir –afirmó Dexler y con esto dio por concluida la charla, dejando al doctor Avakian alternativamente pensativo y rabioso.
El propio Lucas se había tomado una licencia antes de que los abogados se lo sugirieran. Le molestaban los rumores pero lo que más le fastidiaba era tener que dejar su trabajo.
Vignac estaba desayunando en un café en la esquina del hotel, sonriendo al leer un artículo bastante escandaloso sobre el Dr. Massei: sexo, sectas y homicidios ocultos en una clínica privada. Al levantar la vista de su diario descubrió a un joven rubio, que lo impresionó por su rostro angelical y porque lo estaba observando directamente, parado en medio del salón, esperando para abordarlo. El hombre respondió con una sonrisa socarrona y avanzó con paso gimnástico, extendiéndole la mano. Vignac la estrechó y recuperado de la sorpresa, esperó que el otro se explicara.
–Soy Helio Fernández –el acento se lo debía a alguna provincia de España–. ¿Ud. pertenece a los de Vignac, no es así? –el otro no asintió porque obviamente el joven sabía con quién estaba hablando–. Sr. Montague... ¿podría ponerme al tanto de qué clase de trato ha hecho con mi prima, la Dra. Silvia Llorente?
Vignac lo inspeccionó, tratando de clasificarlo. No podía tener más de treinta años, alto, atlético, su mano se había sentido huesuda y tibia, tenía una voz educada y una expresión afable que podía esconder muchos misterios. Sus ojos celestes no dejaban de moverse al hablar, y con esos rizos rubios que rodeaban su bello rostro no dejaba de atraer la atención de todas las mujeres del local. Después de un rato de charla, se convenció de que sus credenciales eran ciertas y lo invitó a su hotel, donde podía ponerlo al tanto de sus intenciones con más privacidad que en el café.
En apariencia muy interesado en todo lo que oía, Fernández se inclinó sobre la foto de Lina, pero al captar la mirada de Vignac paseó sus móviles ojos por los otros papeles, la confesión, pruebas de ADN, ampliaciones de histología de distintos tejidos. Aunque reticente en cuanto involucraba a su prima, prometió ayudar.
–Si se trata de luchar contra una fuerza oscura, estoy de su lado –afirmó sonriente–. Estaba pensando que mi familia puede colaborar sacando a la Tarant del país, tenemos un carguero que llega pronto, y a cambio, Ud. seguiría con el plan para dejar a Massei mal parado.
Lina se había mudado a su apartamento del centro, dejando de lado toda precaución e intento de evitar a su acosador. La vida nocturna revivía en ella minuto a minuto desde que probó en el bosque, casi sin querer, el gusto de la sangre. Una fuerza apasionada iba envolviendo su cuerpo, y al mismo tiempo subsidía la insoportable ansiedad que la había carcomido en la clínica, encerrada entre cuatro paredes mientras la noche, irresistible, la llamaba. La paciente Chabaneix se parecía a la criatura que entró en el club nocturno Venus como una pintura a su original de carne y hueso.
Se acercó a la barra; el barman la conocía como Rina. Le preguntó si volvía al show.
En los pocos meses que se había apartado, el panorama había cambiado. No tardó en reconocer las señales de que una colonia de su gente se había establecido en la ciudad. Un par de establecimientos del centro se habían acondicionado para sus hábitos. El Venus era uno de los clubes donde podían reunirse y buscar víctimas. Estaba cerca de un hotel de baja categoría, del cual se olía la sangre desde la calle. Una pareja de tipo nórdico, abrazados en un rincón, la miraban fijamente a través de la luz negra y los cuerpos danzantes.
Lina salió y observó con ironía que un hombre alto que estaba fumando, se despegaba del muro y la seguía. Los espías de Vignac no la dejaban un minuto. Eso no le preocupaba, podía librarse de ellos cuando quisiera.
–¿Que no me vas a acompañar? –protestó Lucas enojado.
La había ido a despertar a las nueve de la mañana, y despegando con dificultad la cabeza de la almohada, lo recibió. El abogado Ceballos había pedido una cita con la junta directiva de Santa Rita, a fin de presentar testigos que mostrarían el carácter dudoso del psiquiatra. Amenazaba presentar la misma teoría en la audiencia de Silvia ante el juez. También que Massei huyó con una paciente y la mantenía en su casa.
–¿No ves que es una trampa de Vignac? –replicó Lina, reclinada en el sofá con el aspecto de alguien que pasó una noche movida–. Tus enemigos de algún modo se unieron con los míos. Deja que todo se tranquilice –le aconsejó–. Necesitas hacerlo de forma legal, mantener tu posición e insistir en que la bruja de la historia es la Dra. Llorente. Por eso no puedes mezclarme a mí en público... No nos haríamos ningún favor.
Lucas inclinó la cabeza, medio convencido. Su interés profesional retornó, no le gustaba que Lina estuviera retrocediendo, involucrándose en la vida nocturna, con un set de gente que alimentaba sus fantasías. Él también se estaba replegando en una explicación racional de lo que le había pasado. Después de todo, tenía la historia clínica de Carolina Chabaneix y por todos lados decía solamente humana. La puerta del dormitorio se abrió de golpe y un muchacho alto, medio dormido, apenas tapado por un boxer, caminó hacia el baño rascándose la cabeza. El psiquiatra se despidió en seguida, molesto porque ella ni siquiera pareció notar la interrupción.
En la vereda se detuvo a contestar una llamada, observando por el rabillo del ojo al vigilante que Lina le había mencionado, sentado al volante de un auto marrón. Lucas levantó una mano a modo de saludo, y se marchó, angustiado por haberse enredado en esta intriga. Acusaciones falsas, fanáticos religiosos, esbirros con pinta de matones. En comparación, el rostro simpático que lo esperaba para almorzar lo animó. Julia sonreía, tímida: recordaba lo tonta que se había comportado en su último encuentro. ¡Cómo deseaba saber si era verdad que se había llevado a Carolina a vivir con él... no podía creerlo cuando escuchó el chisme! Trató de sacar a relucir el tema con preguntas indirectas, pero Lucas estaba decidido a no pensar en sus problemas y pasar un rato agradable.
La acompañó hasta su apartamento y ella aprovechó su buen humor para invitarlo a subir a tomar otro café, con la excusa de prestarle un CD de Rita Lee del que habían estado hablando. Al recibir de sus manos la taza, Lucas se sorprendió: nunca se había fijado en lo bonita que era y ella no parecía mirarlo con malos ojos... El celular los interrumpió. Liliana Dexler quería que fuera con urgencia a su despacho.
–Oh... Espero que no sea nada –se lamentó Julia, tragándose su desilusión.
–Gracias por tu apoyo... –respondió él, presionando la mano sobre su hombro y acercando su rostro para despedirse con un beso en la mejilla. De pronto, se sobresaltó, su tono de voz había salido más ronco y bajo de lo normal, traicionando una cierta emoción. Agregó con ligereza–. Y por el café. Nos vemos pronto, cuídate.
Sus palabras fueron tiernas; no hay de qué asombrarse si Julia se dejó llevar por la esperanza, flotando de alegría por unos cuantos minutos. En cuanto a Lucas, la paz que había logrado conquistar se congeló al notar que el auto marrón lo había seguido. Por eso llegó con el ceño fruncido a la oficina, ubicada en un piso alto de una torre de cristal en el centro, y se sintió incómodo en contraste con el risueño Helio, quien estaba charlando animadamente con la contadora Dexler.
Helio observó al hombre que consideraba su rival. La vanidad era su pecado: no soportaba que lo superaran en belleza y encanto, por eso sintió alivió al ver su rostro cansado y la espalda vencida. Lucas se dejó caer en el sillón de cuero y escuchó:
–El señor Fernández quiere preservar a su prima, por supuesto, de una posible condena –resumió Liliana Dexler, que parecía satisfecha con el español–, y que sea trasladada a una clínica privada.
–Así es... –retomó Helio, reclinado contra el escritorio mientras Liliana lo rodeaba para sentarse junto a Lucas–. Entiendo que nuestro abogado ha jugado duro, pero no es mi intención convertir esto en una guerra después de... los errores que ha cometido Silvia.
Concluyó con un gesto, dando a entender que estaba medio loca. Lucas asintió con la cabeza y, gravemente, prometió pensar si debía retirar los cargos contra ella.
Helio creía tenerlo convencido, su sonrisa era más de satisfacción consigo mismo que de buena voluntad, pero cuando estaba a punto de marcharse Lucas le preguntó, como si se le ocurriera en ese momento:
–A propósito, ¿Ud. conoce al señor Vignac?
Helio retiró la mano con la que lo había saludado y el otro creyó percibir que se crispaba en el aire, pero en seguida replicó:
–N... no lo creo.
Una vez se hubo marchado, Liliana lo reprendió por su sospecha, le dijo que no desperdiciara su buena suerte y que se librara pronto del lío, aunque Silvia quedara suelta.
–¿Qué te importa? Ella volverá a España, deja que se la lleven. No eres rencoroso...
Al salir, Lucas chequeó el tránsito pero no divisó el auto marrón por ningún lado. Suspiró, creyendo que habían desistido.
Después de fijarse en el elegante edificio de oficinas, su acosador había seguido de largo y se detuvo en una calle estrecha, a la puerta de un café. Alguien lo esperaba, leyendo el diario bajo el toldo verde. Al acercarse, dejó el periódico en la mesita destartalada y levantó los ojos por encima de sus lentes negros. El hombre dudó si sentarse o no, pero no había nada en ese rostro duro, implacable, que invitara a hacerlo, mientras le daba un informe detallado de lo que había visto. Cuando acabó, el otro asintió y le pasó un sobre grueso con dinero, ordenándole que le buscara un buen alojamiento.
Julia se acercó a la ventana de su apartamento. La noche era oscura y corría un viento helado. Le pareció que desde la vereda de enfrente una figura se volvía a mirarla, y en seguida se retiró del vidrio. Aun cuando corrió la cortina, la lámpara arrojaba una cálida luz ámbar que destacaba su silueta moviéndose por el piso. Durante casi una hora, el hombre alto, envuelto en un chaquetón beige, no se movió. Siguió absorto sus ocupaciones domésticas hasta que terminó por irse a dormir. Recién entonces, sus labios sensuales esbozaron una sonrisa y se alejó, caminando pausadamente.

Texto agregado el 04-02-2009, y leído por 129 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
04-02-2009 detallado ala perfeccion.. con magia media oscura que te amntiene pegada al texto..alucinante..ojala pudiera otorgarle mas de 5* dearalice
 
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