Han pasado tres días desde que los do Santos partieron y aún no se han comunicado. Ana está ansiosa. Tiene grabada en su memoria la imagen del muchacho escuálido y tullido. Según los empleados era la sombra siniestra de un joven bello. Para Ana era difícil imaginar que en ese rostro pálido y flagelado por la rigidez haya existido alguna vez el joven atractivo del que todos hablan.
Luego de esperar tanto, escuchan los bocinazos del auto de don Raúl cerca del mediodía. Salen todos presurosos a recibirlo. Las miradas buscan vanamente en el asiento trasero la silueta de Miguel. Pero descubren que en el asiento del acompañante, está una cara bastante conocida. Es el sobrino de la difunta mujer de do Santos.
Ana mira con curiosidad al principio pero cuando él finalmente baja del auto, simplemente ya no puede dejar de mirarlo. Algo se ha apoderado de su corazón, algo que nunca había sentido. Don Raúl la presenta como la hija de un viejo amigo sin querer dar muchos detalles, por las dudas. Ambos se saludan torpemente, después de todo tienen algo en común, son bastante tímidos. Entran en la casa y después de dejar el equipaje, el magnate promete que contará todo lo sucedido con Miguel durante el almuerzo.
Ana se siente invadida por la presencia y el dulce aroma del recién llegado. Al darse cuenta de lo boba que se veía, sonríe para burlarse de sí misma, aunque todos creen que lo hace de felicidad por la llegada de don Raúl. Se ha enamorado y todavía no lo sabe.