La escena se desarrolla en el salón-comedor de una vivienda de clase media, decoración años 60-70. A un lado, el tresillo frente al televisor. Alrededor de una mesa de comedor está sentada la familia, compuesta por el padre, la madre y sus cinco hijos. El padre pela una pieza de fruta. Al fondo, una puerta por la que la madre entra y sale mientras recoge la mesa. Los chicos, de edades entre 5 y 13 años, se mueven, inquietos, sobre las sillas y alborotan entre ellos. La hija mayor, de diecisiete años, permanece con la mirada concentrada en el mantel, jugando con las miguitas de pan.
PALOMA: (Levanta la vista y mira a su padre) Papá, tenemos que hablar.
ATILIO: (Interrumpe la operación de pelar la fruta) Tú dirás.
PALOMA: Quiero ir a la universidad.
ATILIO: Ya lo hemos hablado. Sabes que no puede ser.
PALOMA: No le hemos hablado. Nunca hablamos. Lo has hecho tú, pero a mí no me has escuchado.
ATILIO: (Persuasivo) Te he dicho muchas veces que me parece bien que estudies. Puedes ser maestra, o enfermera. De esa forma si alguna vez hiciera falta en el futuro, porque tu marido enfermara o, Dios no lo quiera, muriera, podrías atender las necesidades de tus hijos. Pero a la universidad no puedes ir. Tendrías que vivir en otra ciudad y tu madre necesita tu ayuda. Además no podríamos pagarlo.
ESPERANZA: (A media voz) Yo no…
ATILIO: (La interrumpe con tono paternal) Esperanza, déjalo, esto es entre Paloma y yo.
PALOMA: (Retadora) Carlos ya tiene trece años. Podría ayudar a mamá, como lo hacía yo a su edad. He estado indagando, tengo muy buenas notas y hay becas,…
ATILIO: (Malhumorado; deja la manzana en el plato y se levanta) Carlos es un chico, no es lo mismo. Se acabó, he dicho que no y no quiero volver a hablar de este asunto. (Se sienta en un sillón y saca su paquete de cigarrillos)
ESPERANZA: (Gesto preocupado) Niños, ¿habéis terminado? Podéis iros a jugar.
(Los niños se levantan y salen corriendo entre exclamaciones de alegría, mientras Esperanza empieza a recoger la mesa)
PALOMA: (Se dirige al tresillo con decisión y se sienta frente a su padre) Mamá, quédate por favor. Si no puedo ir a la universidad, me iré de casa en cualquier caso. No lo entendéis. No quiero casarme, ni tener hijos, o a lo mejor sí, pero que no me digan en cada momento lo que tengo que hacer, ni…
ATILIO: (Nervioso, enciende un cigarrillo) ¿Te has vuelto loca? ¿Qué estás diciendo? Si te vas de casa, ¿quién te mantendrá? ¿Acaso quieres ser una perdida?
ESPERANZA: Atilio, por favor,…
ATILIO: (Suavizando el tono) Paloma, hija, no sabes lo que dices. Tu madre y yo te aconsejamos lo que es más conveniente para ti. Tú eres muy joven para saberlo. No sé por qué se te ha metido en la cabeza esta idea de la universidad. ¿Para qué? Cuando tengas tu propia familia querrás criar a tus hijos, cuidar a tu marido, y para qué habrán servido tantos sacrificios. Hazme caso, estudia, si quieres, pero cerca de los tuyos, fíjate que a eso no me opongo, te lo digo por tu bien.
PALOMA: (Desafiante) Nadie me va a mantener. Buscaré trabajo y, si puedo, seguiré estudiando. Mamá, perdona lo que voy a decir, pero no quiero una vida como la tuya.
ATILIO: (Se levanta y se acerca con los puños apretados a su hija) ¡No te consiento que hables a tu madre de esta manera!
ESPERANZA: (Se levanta casi al mismo tiempo y le agarra del brazo) ¡Atilio! ¡No!
(Ambos vuelven a sentarse)
PALOMA: (A punto de llorar) Pregúntale a mamá si ésta es la vida que hubiera querido. Pregúntale si es feliz.
ATILIO: (Menos seguro) ¡En modo alguno te permito que…!
ESPERANZA: (Angustiada) Paloma, cállate, por favor, no sabes lo que dices.
PALOMA: (Con voz más firme) No, mamá. No me voy a callar. Vosotros siempre habláis de las dificultades que os ha tocado vivir. La posguerra, la necesidad, y de cómo habéis salido adelante. Pero, ¿a qué precio? Mamá, tus padres eran republicanos, te inculcaron otras ideas, creían en un mundo distinto a éste que vivimos, en el que las mujeres, tú, no tuvieran que condicionar su vida a su marido o a su padre. Papá. Tú presumes de ser un hombre justo. Es cierto que a ti te educaron de otra manera, que la abuela se pasa el día repitiendo que esta vida es sólo un tránsito hacia la otra y que menos mal que vino Franco a poner orden, pero todo eso está ya muy lejos. Pasó hace muchos años. Pero aquí estamos igual.
ESPERANZA: Hija, tranquilízate, no es cierto que…
PALOMA: (Habla aceleradamente) No digas que no, mamá. ¿No veis la tele? Existen los Beatles, la gente se rebela y se manifiesta en otros países y nosotros seguimos con los domingos a misa, a las diez en casa, y con el “ ponte guapa, si no, te quedarás para vestir santos” Y todos, incluyéndote a ti, papá, obedece, calla, deja que los demás piensen por ti,…… (Atilio intenta intervenir pero Paloma continúa) Sí, papá, tú también. Pero si fuera Carlitos el que estuviera en mi lugar, ¡ah!, él si iría a la universidad. Papá, pregúntale a mamá si es feliz.
(Atilio ha cambiado de expresión, desconcierto en su mirada)
ESPERANZA: Yo… os quiero mucho a todos…, tengo más de lo que hubiera esperado (pausa). Hija, vosotros sois lo más importante en mi vida. Es verdad que me hubiera gustado ir al colegio, aprender más cosas… pero no pudo ser… (Se queda pensativa).
PALOMA: Pues eso es lo que digo, mamá, que por qué no puede ser que yo vaya a la universidad. Me he esforzado todos estos años, estudiando más de lo que me pedían, porque sabía que era mi única salida, y ahora me decís que no. Lo siento, pero no puedo aceptarlo. Esperaré a cumplir los dieciocho. Entonces haré las maletas y me iré lejos de aquí, incluso a otro país, a Francia o a Inglaterra, cuidaré niños, limpiaré casas, trabajaré en un hotel, pero no me quedaré.
ATILIO: (Enfadado) O sea que no es la universidad, que lo que no soportas es a tu familia.
PALOMA: No, papá. Lo que no soporto es este ambiente. Me ahogo.
ESPERANZA: (Se levanta inesperadamente, se coloca entre los dos) Atilio, nunca te he pedido nada para mí. Por favor, deja que la niña se vaya a estudiar fuera. Hazlo por mí. Por nosotros. Los tiempos están cambiando. Qué sabemos cómo será el mundo que espera a nuestros hijos cuando sean mayores. Además, no es justo que Paloma no tenga esa oportunidad. Yo pintaba muy bien, ¿sabes? Y mis padres me dieron buenos profesores para que me enseñaran. En casa se leía, se hablaba de todo. (Su voz se oscurece) Por desgracia aquello acabó muy pronto. Cuántas veces he pensado cómo sería mi vida si no se hubiera metido por medio esa horrible guerra.
ATILIO: Nunca antes me habías dicho esto.
ESPERANZA: A veces es mejor dejar las cosas como están. (En voz muy baja) Tenía la edad de Paloma cuando me casé contigo. Lo hice para ayudar a mi familia, evitar represalias, tu padre era importante. Tampoco es eso, me gustabas, pero casi no te conocía. Luego me di cuenta que los dos éramos víctimas de la misma situación, y que tu corazón y tus palabras no seguían el mismo camino, y todo cambió para mí.
ATILIO: (Con la vista fija en el brazo del sillón) Contesta a tu hija. ¿Eres feliz?
(Paloma, asustada, también permanece inmóvil)
ESPERANZA: Feliz es una palabra complicada, significa muchas cosas. Hay momentos de felicidad que rellenan los otros, y eso es suficiente. Pero, Atilio, si no apoyamos a Paloma, si se va de casa despechada, yo…, yo no podré soportarlo. No me importa lo que hemos perdido, tú, yo, y tantos como nosotros, si ella, y también los chicos, pueden tenerlo.
ATILIO: (Tras un rato de silencio): Está bien, si es lo que tú quieres, que así sea.
PALOMA: (Da un salto de alegría y abraza a su padre que la rechaza con suavidad) ¡Gracias, gracias, gracias! (abraza también a su madre y sale de la habitación dando brincos)
ATILIO: (mirando a su mujer a los ojos): Esperanza, dime la verdad, ¿tú me quieres?
ESPERANZA: (Se acerca a él con una sonrisa y le coge la mano): Te quiero. Pero hoy un poco más.
(Cae el telón)
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