La habitación estaba en penumbras. Sus paredes cobijaban el llanto del viejo magnate, que apoyaba su blanca cabeza sobre el pecho del joven que agonizaba. Entre lágrimas el anciano repetía "¿Por qué Miguel?, hijo por qué". Y como respuesta, Miguel usó el último aliento para nombrarla, para sentir una vez más el perfume de su pelo pronunciando su nombre, "Ana"…
Meses atrás el matrimonio Ferreira se disponía a hacer un viaje hacia un lugar recóndito del Amazonas, para investigar una especie vegetal que podría ser la cura para el cáncer, viéndose obligados a dejar a su hija al cuidado de su nana con la supervisión de sus tíos que vivían en un lugar rural.
No había pasado una semana desde que partieron cuando llegaron los a la casa portadores de terribles noticias. Los famosos científicos estaban muertos. No dieron datos de cómo y cuándo, con la excusa de que era demasiado, para una joven de diecisiete años, escuchar actos tan abominables. Ana no se convenció pero por alguna razón prefirió mantenerse en silencio respecto al tema y refugiarse en su dolor.
Presuroso el hermano de su padre hizo los arreglos para instalarse en su hogar con toda su familia. La invadieron a tal punto de dejarla marginada. En lo profundo de su corazón sentía que debía callar, a pesar de saber que algo andaba mal.
Una noche su nana totalmente fuera de sí, la levantó de su cama y sin dar muchas explicaciones le dijo que debían partir.
Rosa Petrona Díaz había cuidado de esa niña desde el día que nació, aquel 26 de Abril. Y antes de ello era la cocinera de la casa Ferreira .Jamás pensó la anciana, que escucharía lo que esa noche escuchó. Su niña corría peligro de muerte y ella debía salvarla.