El árbol dormilón
¿Has escuchado hablar alguna vez de por qué los árboles sólo dan su deliciosa fruta (y en algunos casos nada deliciosa) sólo en algunas épocas del año? Apuesto a que te dijeron en la escuela o en algún otro sitio que es porque la fruta debe madurar. Pues, la verdad, algo de cierto hay en ello pero, existe una parte de la verdad que todos se callan, tal vez, para darle un poco de tranquilidad a los árboles o por alguna razón desconocida, sin embargo, amigo, la realidad de las cosas es ésta: los árboles deben dormir y descansar, porque fabricar fruta es un trabajo muy difícil y cansador. Sin embargo, yo conocí una vez, en un lugar no muy lejano a tu hogar, a un gran árbol que dormía demasiado, y cada año dormía más… por lo cual todos lo llamaban el viejo dormilón.
Cada año, al comenzar la primavera, todos los árboles de la quinta despertaban de su largo sueño y comenzaban con su extenuante trabajo de fabricantes de fruta. Había de todos los tipos, perales, cerezos, manzanos, duraznos, avellanos, todas las clases de árboles que puedas imaginar.
La quinta se convertía en una verdadera industria, y muy competitiva por lo demás. Cada árbol quería ser el mejor entre sus pares, producir la fruta mas dulce, la mas grande, la mas apetitosa. Hubo un momento en el cual la competencia entre ellos fue tal, que se convirtieron en seres codiciosos, avarientos, desconfiados el uno del otro. Poco a poco la gran quinta dejó de ser el lugar donde los árboles convivían felices en su labor, y el ambiente fue hostil, ninguno hablaba al otro, la envidia crecía entre ellos, y la única conversación que existía consistía en chismosear sobre la calidad de cada uno de los frutos. Sin embargo, en aquel entonces existía un viejo manzano, que parecía ajeno a toda aquella realidad, y la llegada de la primavera no era para el mas que otra estación y cada año parecía mas cansado que el anterior, por lo que simplemente, olvidaba su rol, y continuaba durmiendo, al igual que en el otoño, al igual que en el invierno.
Cerca de la quinta, vivían dos niños, ni tan grandes ni tan chicos. Ana y Juan todas las mañanas iban a jugar a la quinta, corrían por los senderos, trepaban por las ramas, y sobre todo, jugaban al escondite. Fue así, jugando al escondite, como Ana descubrió un día al extraño árbol. No era difícil encontrarlo, ya que parecía muerto al lado de los arreglos florales que parecían sus compañeros. Ana, en su afán de esconderse, trepó rápidamente y se quedó muy quieta, pero al descubrirla su hermano (que también comenzó a trepar) comenzaron ambos a moverse ágil, rápida y bruscamente, provocando lo increíble. El árbol despertó.
Los niños cayeron al suelo, desconcertados por lo ocurrido, pero ni un ápice de miedo cruzó sus rostros. El árbol sacudió un poco sus ramas, y unos nudos se quedaron apuntando en dirección a los chicos ¿aquellos eran ojos?
La chica, con los ojos alumbrados por la emoción de su descubrimiento, se acercó al viejo y lo miró fijamente, entonces… El árbol habló.
- ¿A qué mes estamos? – pregunto con un tono preocupado.
- ¿Qué eres? – Preguntó Ana a cambio.
- Pues… soy un viejo manzano que al parecer se ha pasado de largo y que debe comenzar con su tarea. ¿A que mes estamos?
- Enero. – Dijo el niño que comenzaba a levantarse del suelo.
- ¡Enero! ¡Estoy atrasadísimo! … Una vez más me pasé de largo… ¿y ninguno de ustedes me despertó? – El árbol giró un poco y pareció mirar a sus vecinos árboles.
Todos sus vecinos de la quinta comenzaron a sacudirse levemente, en lo que parecía mas una señal de desprecio que de disculpa.
- Ana… es mejor que nos vayamos de este lugar – Dijo Juan, que ahora si parecía asustado.
- Si, si – El árbol volvió la mirada a ellos.- Es mejor que vuelvan a su casa, aquí tengo mucho trabajo por hacer y no quisiera molestar su juego con mi ajetreo… debo hacer las cosas muy rápido
- Eh… si, con Juan nos vamos.
- De todas formas, niños – El árbol hablaba con una voz dulce y sabia.- pueden venir cuando estén listas mis manzanas, les aseguro que son las mejores, y dado que estoy profundamente agradecido de ustedes por traerme de vuelta a la realidad… no tendré problema en regalarles unas cuantas. – Esbozó una sonrisa.
El árbol más próximo al manzano, dio un gruñido y dijo algo como: “presumido”.
Los muchachos se despidieron de su nuevo amigo,
abandonaron la quinta y procuraron no regresar hasta que, según sus cálculos, las manzanas estuvieran listas.
Así, al tiempo volvieron a la quinta, ahora con un fin aparte que jugar al escondite; visitar al manzano. Cuando llegaron al lugar, estaba completamente diferente, las flores habían sido sustituidas por dulces frutas y cada árbol parecía orgulloso de su producto. Los chicos no tardaron en llegar al viejo árbol, y al igual que la vez anterior, este les habló amablemente. Lo que sorprendió a Juan y Ana, fue que su amigo no daba tantas manzanas como los demás. Al contrario, sus manzanas no deben haber sido más de veinte o veinticinco, sin embargo cuando las probaron supieron que el árbol no había sido presumido al decir que las suyas eran las mejores ; definitivamente, aquellas eran las mejores manzanas del mundo.
Aquel verano, los niños visitaron al árbol casi todos los días, quien les daba su fruta y luego conversaba con ellos. Luego llego el otoño, y con él el viejo se durmió y junto con eso los niños dejaron de ir a visitarlo para no molestar. Durmió todo el otoño, todo el invierno, y… nuevamente, durmió la primavera.
Los chichos, cada vez menos chicos, comenzaron a tomar la costumbre de irlo a despertar cada primavera, y durante unos años fue perfecto, ya que de no ser por ellos, el viejo hubiese seguido durmiendo. Y así, cada año dio su buena fruta, de la mejor calidad, y a pesar de ser poca, era suficiente para satisfacer a los niños.
Sin embargo, con el tiempo, los chicos se hicieron menos chicos, comenzaron a olvidar al manzano, mientras que el viejo se hizo más viejo y con la edad, más dormilón, y cada vez fue produciendo menos fruta. Aquel año, los muchachos sumergidos en una escandalosa adolescencia, casi olvidan ir a despertar al árbol, y no fue hasta entrado el verano en que acudieron a él. El manzano, tan viejo estaba el pobre, que casi no despierta, a pesar de que Ana le lanzó tres cubetas de agua y a pesar de que Juan subió y bajó de sus ramas con toda la brusquedad posible. Cuando por fin regreso de su somnoliento año, continuaba muy cansado, el paso de los años había hecho estragos en él, y no se sentía capaz se fabricar su delicioso fruto.
Al ver el deplorable estado del viejo, los demás árboles de la quinta, envidiosos como ellos solos, y aprovechando la oportunidad, se burlaban con aires de superioridad. Ana y Juan se fueron muy tristes a su casa, y cada día regresaban a verlo, pero el continuaba en su estado de cansancio.
Y llegó el final del periodo, todos los árboles lucieron orgullosos llenos de frutos. Los niños, ahora jóvenes, regresaron una vez mas donde su viejo árbol dormilón, quién esta vez los esperaba con una sola manzana, muy roja, y con su cansancio expresado con cada una de sus hojas. Ana y Juan se sintieron muy culpables; creían que de haber sido ellos más cuidadosos, y no haberlo olvidado, habría despertado antes y todo habría sido como siempre. Pero el viejo no pensaba lo mismo, y con la poca fuerza que tenía, dio un último mensaje a ambos:
- Ana, Juan, no se sientan mal por lo que pasa. Yo estoy viejo, es algo natural, y debo reconocer que estoy llegando al final de mi tiempo, pero estoy muy agradecido de ustedes por haber alargado un poco mis días, créanme que de no ser por ustedes no habría pasado de aquel Enero de hace años. Ahora, les obsequio mi última manzana, la mejor de todas las que he hecho, si embargo, niños, le pido que por favor no se la coman. En todos estos años, me han demostrado su amistad y amor en cada visita, en cada despertar, y ahora en el final, sólo les pido que por amor a mi, y a ustedes, tomen ésta manzana, que realmente es la mejor de todas, y cada una de las pepitas sea sembrada a mi alrededor. Éste es el mejor regalo que les puedo dejar a ustedes, y al futuro.
Aquellas fueron las últimas palabras pronunciadas por el árbol dormilón, después cerró sus ojos y se durmió para siempre.
La quinta enmudeció. Los árboles eran envidiosos, avarientos, desconfiados… pero no eran tontos, y sabían que se había ido el mejor de los manzanos, en muchos sentidos.
Los chicos, en un último acto de amor, sembraron cada una de las pepitas, como habían prometido al viejo, y cada día fueron a regarlas, porque sabía que así su amigo dejaría su real legado.
Los años pasaron y los chicos ya no tan chicos crecieron aún más, y se hicieron grandes, y fuertes, y formaron sus familias y se marcharon. Pero existe un lugar, no muy lejos de donde tu vives, en el cual ellos también dejaron su legado, alrededor de un tronco ya muy viejo. Ahí hay muchos manzanos, que duermen en otoño y en invierno, pero que cada primavera renacen, unos antes, otros después, y comienzan a trabajar dulcemente, produciendo las manzanas mas rojas, mas grandes, y mas dulces que jamás se hayan probado, sólo comparables con las que una vez, hace muchos años, comieron Ana y Juan sentados a la sombra de un viejo árbol dormilón.
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