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Inicio / Cuenteros Locales / Billy_Ventura / Como matar a una mujer (desenlace)

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La prostituta amordazada en el asiento trasero empezó a despertar, estábamos ya en la entrada del hotel, así que no le presté mucha atención. Metí la camioneta hasta el estacionamiento interior para evitar ser visto por algún empleado; de ahí, solo era cuestión de tomar un elevador hasta el segundo piso, donde estaba la habitación, cargarla lo más rápido posible hasta el cuarto y meterla sin ser visto. Un suspiro se vuelve a escapar de entre mis dientes, solo esperaba que todo saliera bien.

Estacioné la camioneta y muy gentilmente la apagué. Volteé a ver a Piernas y la encontré viéndome fijamente con los ojos abiertos, calmada y sin expresión. Fue un sentimiento aterrador, a pesar de que sabía que en realidad no me estaba viendo, uno de los efectos del cloroformo al despertar es la desorientación; Piernas no sabia donde estaba, quien era yo, ni que estaba pasando.

Tomé a Piernas y me la eché al hombro, cerré la puerta de la camioneta con sigilo y me dirigí al ascensor a doble paso. Mientras esperaba que se abrieran las puertas, no podía contener la emoción, ya quería llegar a la habitación. En un momento pasan por tu piel todo tipo de emociones: miedo, preocupación, duda, adrenalina, emoción… Entonces me dí cuenta que hacía años que no me sentía tan absoluto (es la palabra mas cercana a describir la sensación).

El timbre anunciando la llegada del elevador me despertó. Me metí y aplasté el botón del segundo piso. Lo curioso es que no me había dado cuenta que estaba sonriendo, y que había estado sonriendo desde hace un buen tiempo. Lo cual me hizo sonreír otra vez.

Al fin llegué a la puerta del 201. Batallando saqué la llave (una tarjeta de plástico, en realidad) de mi bolsillo y abrí la puerta; Piernas ya empezaba a ponerse pesada. La puse gentilmente en el piso alfombrado, en medio de las dos camas y retrocedí unos tres pasos. Su mirada sigue fija en la mía. Calmada, ya empezaba a parpadear. Sus ojos me hacían sudar frío, no pude más que voltearme.

Tratando de esquivar esos ojos me acerqué al closet vacío, y después de analizarlo por 3 segundos, llegó a mí una refrescante idea. Quité los 5 ganchos y desprendí el tubo. Con pasitos cortos y con tubo en mano, me acerqué lentamente a Piernas, quien, más despierta, se dio cuenta al fin de su situación. De sus ojos empezaron a correr lágrimas de terror y su pecho no podía contener la respiración, sus gemidos eran tonos mudos a través de las amarras. Asumo que su cerebro mandaba la señal de huir, pero por el cloroformo, su cuerpo no podía dar respuesta. Era pues, prisionera de su propio cuerpo.

Ahora justo este momento me será particularmente difícil de describir, ya que por un momento, me desconecté, perdí el sentido de la realidad. Pero se los describiré tal cual como lo recuerdo.

Apreté con fuerza el tubo del closet, y pensé en lo frágil e indefensa que se veía. Después, el último recuerdo antes de desconectarme, fue levantar el tubo sobre mi cabeza… durante ese momento solo recuerdo pensar en breves fantasías: yo sentado en un trono, estar acostado en el pasto, arrancar pedazos de carne con los dientes, cada mentira que he dicho, el ahorcamiento de un dictador, la quema de libros, la caza prohibida de leones marinos, los concursos infantiles de belleza donde vemos a niñitas de 6 años bronceadas y con minifaldas, manejar a 120 un auto 8 cilindros, el primer regalo de navidad que no me gustó, los raspones de mis rodillas cuando tenia 8 años, las 214 películas que he visto en mi vida y fumar bajo un paraguas en la lluvia.

Cuando volví en mí, lo primero que vi fue la sangre escurriendo del tubo; no podía ni levantarlo y mis manos temblaban. Mi ropa y mi cara estaba empapadas en sangre, en realidad, todo alrededor de la habitación: las camas, las paredes, las lámparas, el buró, todo.

En el piso alfombrado yacía un espectáculo de terror. La cabeza de Piernas ahora solo era un embutido en la alfombra. La nausea me hizo pegar un brinco hacia atrás. Me arranqué la ensangrentada camisa y salí de la habitación, necesitaba tomar aire.

Del bolsillo de mi pantalón saqué otro cigarrito de los que le había robado a Piernas, lo prendí y dando un suspiro traté de despejarme con la nicotina. Me recargué en la barandilla que daba vista hacia la piscina. Necesitaba despejarme y agarrar fuerzas para seguir con el plan. El cielo ya empezaba a darse a notar con un azul que se iba tornando más turquesa. No faltaba mucho para que saliera el sol, y yo tuviera que salir disparado de ahí, no me quedaba mucho tiempo.

Ya me sentía mas tranquilo, estaba en medio de una fumada cuando vi, lo que sacudió todo el centro de mi existencia. Mis dedos inertes no pudieron seguir sosteniendo al humeante amiguito. Hormigueó todo mi cuerpo. La visión más terrorífica que solo puedo compararla con lo que se habría sentido ver a los ojos a Medusa.

Leandro en el primer piso, enseguida de la alberca, en calzoncillos, acompañado de un escuadrón de 5 uniformados. El muy infeliz me voltea a ver, me señala y les dice a los oficiales.

- Ahí esta el cabrón.

Creyendo que tal vez me engañaban mis ojos, y lo que veía era una alucinación, me lancé dentro de la habitación, brinqué el charco de sangre, abrí la puerta del baño y solo para encontrar otra visión terrorífica: una tina vacía.

- ¡NOOOOOOOOOO! ¡CHINGADOOOO! – le reclamé a la tina con un grito desesperado-.

La idea de escapar me pegó como un zape en la nuca, pero al voltear ya me estaban esperando en la puerta. La monstruosa exhibición de brutalidad, los detuvo helados por un segundo en el marco de la puerta. Como niño regañado, volteé a verlos esperando alguna pizca de misericordia. El cachazo en la nariz, hizo que me diera cuenta, que no iba a suceder nunca.

Es curioso como pasan las cosas. Tuve la oportunidad de ver mi plan cumplirse, solo que sin Leandro, y yo en su lugar. Ustedes leen esto en una computadora, tal vez, o puede que en una hoja impresa, pero la verdad es que fue escrito en papel de baño y con un lápiz, en una celda de 2 por 2. Escribir es lo único que me queda, es lo único que evita que pierda la cordura.

Pienso en ella todos los días, y no hay día que no piense en lo que hice.

Después me enteré el resto de la historia de la cual no fui participe. Leandro despertó del efecto del cloroformo, amarrado y semidesnudo se escapó de la tina, abrió la puerta del baño con sus pies, se arrastró por la alfombra y halló la manera de ponerse de pie, abrir la puerta del cuarto, llegar hasta la habitación vecina con brinquitos a pedir ayuda.

El huésped del cuarto 200, un comerciante en una de sus rutas comerciales, lo recibió muy hospitalariamente. Llamaron a la recepción, informaron de lo acontecido y reportaron a la policía la camioneta robada. Mientras esperaban respuesta de las autoridades, me vieron entrar con Piernas al hombro. Ahí fue cuando hicieron traer al escuadrón.

Lo curioso es que, aun sonrío cuando me acuerdo. Aun recuerdo cada sensación en la yema de mis dedos.

Aun recuerdo sentirme absoluto...

Texto agregado el 03-02-2009, y leído por 167 visitantes. (0 votos)


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