Somos privilegiados espectadores de su videoclip, ese que arrebata la cabeza, dicen los que han regresado, en los últimos instantes de vida. Consumimos con malsana curiosidad las imágenes de esa niña desangelada que rueda entre el desamor y la locura y de la muchacha que desata el deseo anestesiado, multiplicándose desnuda en almanaques provocadores y revistas pornográficas. Ahora, nos deja boquiabiertos con escenas eternas, retratos deliciosos y la canción (amamos tu happy birthday) entonada en un suspiro. Nos entristece profundamente, sin embargo, esa, su desesperada búsqueda de abrazos desinteresados, de labios sinceros, zambullida siempre en una multitud de cuerpos voraces (el aviador, el fotógrafo, el cineasta, el deportista, el escritor, el actor, el político, tantos en tu cama…). Y también nos conmueven esos patéticos pájaros de porcelana y la fealdad de las flores de plástico (siempre presentes, siempre rodeándote). Y, ya casi al final, se nos hace insoportable la visión de las noches de insomnio y las jaquecas y esa sobredosis de barbitúricos que un sicario gubernamental le empuja con el émbolo de una jeringa (y nos da mucha rabia y tanta pena cuando vemos tus ojos grises, tan abiertos, con tanto miedo, en tu film de diez segundos). Fundido a negro.
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