Saltó. Sus ojos, fijos en la nada. Mientras caía recordó aquel amargo atardecer junto a la carretera. El sol se ponía. Ella cayó de rodillas llorando amargamente. Se aferraba a las manos de él intuyendo que era el fin. Él partiría irremediablemente y su vida perdería todo sentido. El llanto ahogaba su voz y nunca pudo decirle que le quería. Él soltó sus manos. Se alejó, dejándola perdida en un laberinto de llanto. Ahora era demasiado tarde. La carretera volvía a estar cerca de ella. Pero esta vez no caería de rodillas. La carretera se tiñó de amor y dolor.
Texto agregado el 15-05-2004, y leído por 246
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