Prefacio (antes del faso)
novela onírica
El Homo Sapien es, hasta el día de hoy, el único ser viviente con comprobada capacidad de soñar, aunque algunos animales puedan llegar a la fase REM durante el sueño.
Un universo virtual de otras verosimilitudes se nos presenta cada noche, donde personajes conceptuales interactúan en situaciones cotidianas e imágenes absurdas. Las ocurrencias de este mundo son limitados únicamente por nuestra primitiva imaginación: sobrepasando todo tipo de lógica, leyes físicas y sociales. Aunque cada sueño es propio de cada persona; existen sueños comunes en una misma cultura, y hasta de la humanidad en su totalidad -como el clásico volar o correr sin velocidad-. El resultado final se sostiene por todo lo que has vivido o estás por vivir, tanto contexto como carácter.
Durante siglos el hombre ha estudiado y descubierto algunas curiosidades respecto a los sueños, a saber:
El diez por ciento de nuestra vida la pasamos soñando.
Cinco minutos después de despertar, la mitad del contenido ha sido olvidado, y el ochenta por ciento de lo que queda en cinco minutos más.
Los hombre suelen soñar con hombres y las mujeres sueñan con mujeres y hombres indistintamente.
Las personas que están dejando de fumar tienen sueños más largo e intensos.
Los sueños premonitorios -basándose en algunas pistas que hemos recibido inconscientemente- revelan el futuro.
Pero sobre todas las cosas:
Los sueños nos trasmiten mensajes ocultos sobre nuestra persona, utilizando distintas metáforas.
Ciertos poetas de la ciencia han dicho alguna vez que nuestros sueños no son secuenciales, sino un conjunto de imágenes, sentires y hechos que ocurren uno detrás del otro. Al despertar e intentar recordarlos, los conectamos racionalmente bajo leyes de causa-efecto, que como se puede suponer, son relativas a cada cultura.
Existen varios tipos de sueños, a saber:
Los llamados lúcidos, donde somos conscientes de que estamos soñando y todo se rige bajo las leyes del yo.
Los sueños recurrentes, donde un tema se repite con mínimas variaciones: intentan decirnos un problema grande importante y desaparece cuando este queda solucionado.
Pesadillas, donde un recuerdo, sonido externo o lo que sea, torna perturbador al sueño, provocando angustia al sujeto soñante.
No les pido que crean todo lo que les digo, yo mismo desconfío de varios de estos postulados. Sin embargo es una bella forma de encarar las grietas.
Aquí les propongo un acumulado de imágenes en movimiento que en conjunto –razón, intuición y creatividad- y con un par de pistas y conexiones libres en el camino, debés encajar de la forma que más te plazca. La lógica en este mundo funcionará dentro de las anárquicas paredes de papel a las que se suscriben; no se pretenda encajar al mundo de la vigilia. Es una especie de sueño lúcido donde yo pongo el mar y vos sos el capitán que debe navegar hacia el infinito más cercano de tu esencia: Es verdad que en la memoria quedará lo que en tu subconsciente haya decidido perdurar; pero serán los retratos más puros y más representativos de tu espejo los que continuarán tus pasos, aunque no sea por más de veintisiete segundos.
De nada sirve la literatura si no es para trastornar a los hombres.
Ántonin Artaud
Capítulo (-II)
-¡¡¡A MERENDAR!!!
-¿y después?-
blanco
Capítulo (-I)
Cuando su mano débil rozó su pezón húmedo y agrio de tanto sudor, sangre, amor y saliva; sus vellos se erizaron al son de las campanas de la iglesia, que contaban ya las tres de la madrugada: Si bien eran pasadas un par de horas del mediodía, nadie se fija en vanos detalles.
El corazón se estremeció y casi rebalsa las costillas de tanto guardar las lágrimas que el orgullo nunca permitirá esbozar, sino hasta diez años después de esa caricia entre tierna y pidiendo auxilio.
Ella se levanta, sin olvidar el antepenúltimo beso de la noche y de los siglos que le siguieron. Se dirige al baño esquivando en la oscuridad los muebles invisibles. Un espejo gigantesco revestía toda su desnudez con el brillo que solamente un objeto con cualidades multicolores podría permitir. Su piel tersa y verdosa daba señales de humo recordándole el tiempo de respiros que le sobraban; unos diez años más. Ya conocía su destino y no haría nada para truncarlo. Dios proveerá a los valientes cielos más dorados y espumosos que a aquellos cobardes sin nada que arriesgar; aunque piensen yuxtapuestamente lo contrario.
La comodidad de la cama y el recuerdo más inmediato lo hacían levitar entre sabanas sucias de pasión. La buscaba con los ojos cerrados en una habitación encerrada en sus propias oscuridades. Ella se encontraba a más de dos metros de distancia: suficiente lejanía para ser inalcanzable, en especial a esas horas de la madrugada. Sus ojos sellados inútiles intentaban despejar la niebla que ocultaban los colores negros de los muebles. Pero no olvidará. La eclosión de tantos sentires guardados, despedazados en un subconsciente floreciente que no quería dormir en paz, que no querrá dormir en paz. Ha desaparecido la picazón que nunca se había cansado aguantar. Ya era cuestión de otra vida, otra realidad.
Él, ensimismado en sus propios sueños cumplidos, no podía ni levantar un peldaño de sus meñiques. No estaba cansado. Pero el aura del amor congestionado en el pecho oprimía cualquier cualidad cerebral, que esperó reaccionar para otro momento más indicado. La mente y la magia no duermen siempre en la misma cama.
Se peinó frente al espejo, y las cerdas del cepillo resbalaron entre sus cabellos morenos, acomodandolos sistemáticamente en filas indias, viniendo de la raíz hasta sus extremos más recónditos. Se disfrazó de ser humano lentamente, sin descuidar ningún detalle que rebele el pecado; sin ninguna señal que descerebre a su enemigo más íntimo: su marido. La adolescencia había vuelto para irse una vez más; su adultez toma el mando una vez más.
Presentable para el sol, toma sus objetos menos preciados y los guarda en su cartera minúscula. Sale del baño. Besa por anteúltima vez al cordero abstraído, y desde la puerta -con su último suspiro de veintitrés años- regala un adiós que no durará más de unos dos o tres milenios.
Él sueña en vano. Sueña el adiós, vive la despedida. Se está acabando, y tal vez no vuelva jamás; pero valió tantas penas acumuladas en cajones de silicona y cilicio.
Piensa, no sólo se cierra este capítulo.
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