Se coloca el vestido de seda que no tiene para hablar conmigo por la noche y sentir cuando llegue la madrugada, el circulo está en llamas y yo, ella -yo más que ella-, nosotras, no queremos esperar a ver las cenizas. A ella le duele alimentar el fuego con su aliento, a mí me duele extrañarle tanto.
Escucho su voz, su voz tibia de bostezo y toda mi sangre hecha polvo se coagula. Su viaje triste le dejo arena bajo los pies descalzos, la casita era blanca porque todo ahí es nieve hirviendo. Yo estaba del otro lado y mis tortugas del Pacífico hacian charlas con sus gigantes del Atlántico. El mar también tocaba mis pies. La noche me escupía lunas acuáticas y el alcohol en el aire encendía las palabras en mi cementerio.
Yo solo llamé porque quería despedirme, siempre me gustó decirle adios y saber que volvería, siempre, hasta esta última vez que me quitó los ojos y bloqueó mis oídos y cercenó mis dedos y ató mi lengua y ancló mi tacto. Hasta esta última vez que me quitó el impulso y bloqueó mi respiro y cercenó el deseo y ató la distancia y ancló mi voz.
Sigue siendo hermosa, aún me deja escuchar sus manos y ver sus canciones, conoce lo que es, sabe que yo tengo la empresa más dificil... dejarle ir, safar mis ojos de su boca al pronunciarme, desatarme de su espalda y liberarme de sus piernas. Nadie dijo que yo vaya a hacerlo, pero tendré que ver como se marcha, no estaré tras sus pasos, no me arrastrará como saco. Solo estaré mirando de cerca para saber que mariposas nocturnas no se adueñen de sus pulmones.
Tiene sueño por ahora, tengo calma por ahora. Es solo que quería que nuestra despedida no estuviera desprovista de amor.
Días, horas, minutos, segundos, le amo cuando se transforma, le amo distante y feliz. Le amo hoy, y no volveré a amarle para siempre. Ella me lo recordará.
Patt.febrero.1.2009.243-402AM
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