LAS BANCAS AMARILLAS.
Solemos andar distraídos. Quehaceres distintos nos convocan y al darnos cuenta de cómo llegan los hechos a un punto tal, sobre el cual poco o nada podemos hacer, nos surge lo complicado de la vida: decidir. Lo podemos hacer bien, mal, o lo que es peor, no hacerlo.
- ¿Abuelo? ¿Cómo así se conocieron Ernesto y tú?
- ¿Realmente quieres saberlo?
- Claro. Es impresionante, tan viejos, tanto tiempo, tan amigos. Cuéntame. ¡Vamos! Antes que venga ese viejo cascarrabias y tenga de dejarte además, a merced de sus malos chistes.. jajaja.
- Bueno. Te voy a contar, ven aquí sobrino, siéntate sobre la banca.
Primero voy a contarte cómo llegamos a reunirnos todos los jueves a esta hora sobre esta banca, aquí, los dos y de noche.
Y es que en realidad nosotros llevamos sentados aquí, más de cuarenta años. Bueno aquí, allá, más allá, había bancas, de las de madera, de color amarillo. Pero a pesar de los cambios de banca, y de haber llegado a ser parte del paisaje creo yo, nos dejaron esta que al menos está en buen estado hijo. Y es que antes, se respiraba otro aire. Yo siento que el tiempo finalmente quedó cortísimo, el cielo de Miraflores ya no se ve. Se ven sólo los compuestos automovilísticos, producto del capital, como diría Aguirre, uno de los antiguos del grupo. Pero tienen mayor presencia, también, la diversidad de la gente, aunque la mayoría está respirando alejamiento. Alejamiento puro, de casi todo lo real.
- Vamos abuelo. No es que quiera ofenderle, pero no le entiendo nada. ¿Cómo fue? ¿Cuándo? ¿Cómo así, usted y el Sr Ernesto se hicieron tan amigos?
Bueno en realidad, la fecha fue el 4. El 4 de mayo de 2001 para ser exactos…
- ¿Cómo? ¿Pero eso es hace muy poco?
- ¡No pues hijo! No me dejas terminar…
Ese día cumplimos 40 años sobre las bancas del Parque Kennedy. Aquí en Miraflores.
- ¡40 años! ¡Mierda! ¡Tan tiempo!
- Noooo, nada. Ya verás que un día te darás cuenta que no es mucho, es poco.
- Se pone interesante abue, cuéntame, cuéntame.
Bueno, todo empezó un día que Moreno, ¿lo conoces no?, dejó de trabajar como canillita para el periodiquero de ahí de la esquina, que bueno ya no está pero ahí estaba ¿ok?. Ese día, la mamá Bautista, mandó a Bautista, otro amigo mío de antaño, a buscar un “Comercio”. Bautista fue queriéndole encargar el pedido a Moreno y por supuesto Moreno le dijo “tu abuela que se lo lleve” y se agarraron a mazazos.
- Jajaja y ¿dónde aparece mi tío Ernesto?
- ¡Carajo! ¡Dios mío! ¡Qué apurado eres! Espérate que todo tiene una explicación pues hijo! Y déjame tranquilo que te cuento la historia.
- Ok abuelo prosiga usted.
Entonces la cosa es que por ahí pasaba Aguirre, uno también de antes. Y al ver la trifulca, se metió a separarlos. Era Domingo, sólo ellos estaban ahí dando vueltas en el piso y ahora eran tres. El último en llegar fue León que puso orden y la cosa terminó. A León no se le ocurrió mejor idea que venir a buscarme a la casa de mi viejo, donde ahora vivo, para que los dejara entrar con tres desconocidos a mi piscina, dado que había prometido enseñarles un piscinón si se dejaban de pelear, y si se hacían amigos, hasta podrían nadar en él.
- Por supuesto le dijo que no ¿cierto?
- Bueno mira, el viejo no estaba, yo me cagué de risa en la cara de León y se metieron pues.
- Jajaja.
- Pero la pasamos fenomenal. Jugamos Fulbito en el agua. ¡Imagínate! Luego llegó el viejo y después de safarlos a todos, incluyendo a León, me dio tal zurraza que al día siguiente no podía ni sentarme.
- Jajajaa ¿Ya ve abuelo? ¡Por meter a la casa a gente desconocida! Jajaja ¡Lo que le pasa! Jajaja
- Nada hijo. Fue la zurra más gratificante de toda mi vida. Ese día se fundó la patota.
Moreno necesitaba plata, era un chico de las afueras de Lima, lo de la renuncia a su trabajo de canillita había sido un berrinche y luego tuvo que poner su cara de idiota para recuperarlo, y volvió a repartir “Comercios” y “Extras”. Un día, León se lo cruzó, cuando León iba a una entrevista de trabajo y se sentó en una banca a amarranse los zapatos. Se miraron sonrieron y quedaron en que el pasaba todas las tardes por ahí, el también, y que si me convencían de ir de nuevo a la piscina, ya tenía cómo avisarle. Así sin saber de dónde eran ni donde vivían quedaron en eso.
El asunto es que me enteré por supuesto y claro que esa vez yo ya me negaba al lío que se me iba a armar con mi viejo, en consecuencia decía no y no y no y no a todos los intentos de León. Hasta que un día de esos, me fui a buscarlo por donde decía que pasaba todos los días para que ya no jorobe más con eso de la piscina, y cuál sería mi sorpresa que, estaban ahí, León y Moreno, bien campantes, tomando una chela y fumando un cigarrito, con una recatafila de periódicos no entregados, que como a las ocho de la noche, tuvimos que ayudarle a repartir culpando al periodiquero de que le había dado la garraspera.
Cuando nos despedimos. Moreno nos agradeció regalándonos un crucigrama de una de las Vedettes más guapas de Lima que por esa época salían en bañador al costadito de los casilleros para llenar. Y en el instante en que casa uno se iba a casa, Moreno volteó y nos dijo a León y a mi: ¿Y si mañana lo resolvemos en la banca? Pagan 20 soles si salimos ganadores. “¿Siiiii?” preguntamos ambos y luego “Sale” aceptamos los 3.
A la tarde siguiente nos veías resolviendo algo tan tranca que ni con el diccionario de la Abuela podía darle salida. Así que el crucigrama pasó de casa en casa hasta que un buen día, pasó otra vez, Aguirre y cual salvador, por segunda vez, nos sacó de problema y resolvimos el crucigrama fatal ese.
- ¿Y qué pasó abuelo? ¿Se ganaron el premio?
- Nada, nada nos ganamos.
- ¿Nada?
Bueno, en realidad nos ganamos con la banca. Por que era nuestra banca de tanto que veníamos al parque.
- ¿Abuelo y cuándo pues? ¿Cuándo aparece en escena el tío Ernesto?
- ¡Oye muchachito! Ya cálmate que todavía no llego a la mitad del asunto para explicarte cómo es que aparece este viejo cojudo en la patota. Así que se me calla y me escucha que Usted, no escucha a su abuelo. Ya. No pregunté ¿eh?
- Jajaja. Ok Abuelo prometido, lo dejaré continuar. Vamos siga, siga que ya me hecho encima la curiosidad.
Antes que el viejo de Ernesto, que bueno era chiquillo cuando apareció, antes que él, apareció Gutiérrez. Yo me acuerdo que este viejo pendejo pasó delante de la banca donde estábamos con tres señoritas bien guapas, más altas que él, que lo abrazaban, lo mimaban y le seguían el ritmo al caminar. Y cuando pasó nos miró cachaciento.
Entonces dijimos: ¿Qué se habrá creído éste? ¿Cómo se atreve a comer delante de los pobres el muy maldito?
- Jajaja ¿Qué esas cosas ya se decían en su época?
- Jajaja Claro pues hijo.
La cosa es que con el cuentazo de que nos presentaría a las “Chicas”, se apareció un día en la banca, por que quería ser “nuestro amigo”, así sin más, ni menos, lo pidió y bueno, nos miramos, y dijimos ya pues: ¡Pero nos presentas a las chicas eh!
Y como nos quedamos con las ganas por que jamás nos presentó a las que eran sus hermanas, optamos por cambiarnos de banca, hacia donde pasaban más mujeres, y comenzamos a elegir a las más guapas, a las más lindas, ufff..., hasta a las Señoras más ricotonas, esas con las que un chiquillo de dieciséis se imagina cosas cochinas, cuando las Señoras tienen como treinta.
Y ahí es cuando Gutiérrez propone que el primero que llegue a la hora de la reunión, elija la banca del parque que más le guste y el resto lo encuentre adivinando y entonces ahí sea la reunión por que nuestros cerebros se estaban enfermando de tanto poto que veíamos ya…
- Jajaja
- ¿Y cómo iban a saber quién llegaba primero?
- ¡Muy buena pregunta!
- ¡Claro! Imagínate tremendo parque, todos sentados pensando haber llegado temprano uno lejos del otro, ¡para idiotas! Jajaja.
Jajaja. Así exactamente lo dijo León, por eso inventamos aquello de las marcas.
Uno salía corriendo de su casa al Parque o desde donde esté hacia el Parque, más o menos viendo la hora de reloj de la sala o preguntándole a su papá qué hora era y sacando línea pues hijo, uno llegaba. Durante el tramo, la correteadera era hasta la esquina del parque que tenía una zona de tierra, por allá donde está el Arco ahora. Ahí y como cada uno tenía una marca, el que la hacía primero, elegía la banca. Mi marca era un círculo por que yo era gordo pues, y me cagaron poniéndome un círculo.
- Jajaja. ¡Estos viejos pendejos!
- ¿Pero Abuelo? ¿No era más fácil utilizar relojes?
- ¡Pero no teníamos edad para reloj pues nieto! ¡Así no más tu padre no te compraba un reloj! Y no los había baratos como ahora. Todos eran carísimos.
- Ahhhh mira tú… ¡Con razón!. Sigue sigue…
Cuando era Moreno el que llegaba primero, la banca elegida se ubicada delante de la Iglesia, para esconderse del periodiquero y años más tarde, fue para ver salir a las novias y copiarse los diseños de los vestidos que se los pasaba a su mujer. Si era Gutiérrez el que aterrizaba temprano, las bancas delante de lo que ahora es la “Calle de las Pizzas” eran la de concurrencia obligada, ese siempre fue un enfermo y por ahí siempre pasaron chicas lindas. Y así, cada uno tenía su banca preferida. Teniéndola también, Aguirre, León y Bautista. A mi por supuesto, me encantaba la Banca al lado de los sándwiches de la Sra. “Queta”. Esa Banca sí era perfecta para mi estómago.
¿Sabes? No existía mayor placer, que antaño adivinar qué banca era la del día de esta nueva junta. No. No había nada como dejarse seducir por la curiosidad, dar un par de vueltas, adivinar un poco y caer en la banca correcta. Algunos eran rápidos, otros lentos. ¡Pero el encuentro! El encuentro era emocionante. ¿Puedes imaginarlo?
- “¡Ajá la hiciste rápido!”
- “¡Eyyyyy! ¡Ya nos íbamos!”
- “¡Por fiiiinnnnn hermano!”
- “Ahí viene el tortugón”
- Jajajaja ¡Qué jaraneos aquellos!
Eran las frases que denotaban si el buscador de bancas seleccionadas, había hecho bien o no su trabajo. Bueno tengo que reconocer que por mi voluminoso apetito, y mi preferencia de banca, era al que encontraban mucho más rápido que lo normal. Pero aún así siempre fue divertida la búsqueda.
Pero bueno, la diversión se acabó con la llegada del primer reloj en la muñeca de León. El día que lo vimos, se cagó la aventura. Pero León lo supo manejar, y además poco a poco todos obtuvimos nuestros relojes y el tema pasó al olvido, como se dice, al baúl de los recuerdos, reemplazándolo en su lugar, el contacto con el material.
- ¿Qué eso Abuelo? ¿El Material?
- El Material pues hijo. Las Hembritas.
- Jajajaja… “Material” ¡Qué buena Viejo!
En nuestros primeros años, pasaban los materiales, calurosas, por delante de nuestras arrechuras. “Hace calor hermano” era lo máximo “decible” a la hora de ver una de aquellas chicas de piel blanca, a veces limeñitas, a veces extranjeras, o a veces cholitas apretaditas que pasu madre.
- Oye viejo cálmate te me estás poniendo cardíaco. Jajaja…
- ¡Cállese le he dicho! Jajaja…
¡Harto “Material” había! veraneando en nuestras calles. “Hola” era lo que seguía. Y en la noche, el bailongo de ocasión. Todo con respeto por supuesto.
Y así nos pasamos buenos años, entre los pregrados, los negocios de los viejos de algunos y las chicas que conocíamos en el parque. Hasta que un día, pasó una chica y nadie le hizo caso alguno por que un patín que estaba sentado a medio metro, en otra banca, nos dijo:
- ¿Se han enterado que estamos rodeados de mentiras?
Aquel tipo tenía barba, lentes oscuros y estaba de traje en pleno medio día. Se acercó y comenzó a contarnos una de cosas, que todos nos quedamos impresionados y boquiabiertos.
- ¡No jodas Abuelo! ¿Esa era el tío Ernesto?
- ¡Si cojudo! ¿por fin no?
- Jajaja. Ok Abuelo continúe Usted…
Ernesto, fue un tipo que nos salvó de mirar las cosas como las mirábamos antes. Nos hizo ver una especie de luz. A Moreno lo tenía loco interpretando las cosas que publicaban en el diario por que le contamos que de chico fue canillita. Con Ernesto a la cabeza, empezaron las juntas a transformarse en conversas intelectuales. Y nosotros por él, hicimos que abandonara los lentes oscuros, el traje negro y la corbata, para sacarlo de su coraza y hacerlo un poco más humano y mucho menos encasillado en estereotipos de misterios que no venían al caso.
A mi me decían “Queto” –asumo que ya saben por qué- y Ernesto me hizo el encargado de establecer el tema de la conversa del día de reunión, luego de la llegada del último integrante. Y como responsable de tal ejecución, debía poner de acuerdo a todos antes de empezar. Y eso sí que era un desafío, pero Ernesto me dio cátedra de convencimiento y pude lograrlo. Cada uno hablaba a turno, mentalmente reunía las propuestas y con el afán del momento limeño de turno, plantaba el tema en un zarpaso de combinaciones, preferencias, capacidad de resumen y por supuesto, a toda gala de ese olfato integrador, heredado de mí maestro. Pocas veces, no le atinaba a un unísono “si, hablemos de eso hoy”. Y cuando no lo hacía, Ernesto proponía el tema, por que era el Líder que dejaba trabajar a todos y sólo aparecía si era llamado por nuestras miradas de auxilio.
Los temas variaban y había que llegar “leído” para no quedarse atrás, callado o ser objeto de burla. De pronto, éramos seis los convocados así que doce tíos, seis hermanos, doce padres y demás, habrían de ser consultados semanas atrás al encuentro de reflexión, diálogo y sobre todo propuesta. Confieso que pasamos de ideas juveniles destacadas a grandes conclusiones maduras y profundas sobre cada una de las cosas que hablamos en esos años que sumaron profundo. Así fue como pasamos, gobiernos ineptos, gobiernos militares, gobiernos civiles, derrocamientos y la llegada de la supuesta Democracia, hasta hoy.
- ¿Y qué querían Ustedes ser un partido político?
- No no no… todo era por amor a la verdad hijo, nada más.
- ¿Nada más?
Bueno si hubieron otros temas. Por ejemplo en más de una oportunidad, los temas nos eran muy cercanos, como cuando la madre de Gutiérrez murió y hablamos por primera vez de la muerte y aquel momento, - por supuesto con Julio presente -, fue bastante duro y más de uno sintió la resignación frente a nuestra leve existencia y por conclusión, la necesidad de hacer cada día más por los demás. O también, cuando tocamos el tema del hermano de Bautista, que se fue a los Estados Unidos, y ahora andaba con “novio” no con “novia”. Se respetó mucho a su hermano claro está, la idea, era lograr entender lo ocurrido. Y eso le sirvió mucho a Pablo para liberarse, dejar de sufrir y comprender la vida de su hermano.
Por supuesto también hablamos de fútbol, política, religión y mujeres. Los 4 temas más deliciosos e incandescentes, pues tocarlos era para “no dejarse” caer, enredar, enojar o hasta inclusive, engañar. Y por supuesto que hablo de todo aquello en términos de pachanga y juerga, más no de malicia.
Pero un día hablamos de la sacada de vuelta de León y a partir de ahí la cosa cambió.
León era un tipo exalumno de un Colegio fiscal de renombre, literato, bohemio, estudiante de una brillante y bien ubicada Universidad limeña de antaño. León nos llevó en promedio siempre algo de 5 años de edad, a todos. Y sus manifestaciones en estas reuniones eran parte de la “línea” de pensamiento que terminaba por incorporarse a las conclusiones grupales. León era competidor de Ernesto, a poco era el Segundo en dar la talla. Pero León, que cuando se casó nos invitó a todos a la fiesta, pasó de ser un marido y esposo ejemplar a un tipo desprolijo de todo afán amoroso de respeto para con su mujer. León un día decidió “sacar las garras” y hacer maullar a una gatita mejicana que nos encontramos en una cafetería, una tarde café y rosquillas, de aquellas. Y todo ello –que todos lo vimos estupefactos- lo hablamos por que era obvio que era el tema. Y sí, era el tema. Ni León podía con la conciencia, ni nosotros con la impresión de que alguien pudiera ser capaz de hacerlo. Fue como a los 22 ó 23 que tenía la mayoría, cuando eso ocurrió. Y fue un tema que ocasionó que a partir de ahí, nadie comentara nada del “tema del día” en casa. Justamente por que Ernesto consideró que era lo mejor ya, a esas “alturas del partido” y con “tamañas hamburguesas, para qué más jamón” pues hijo.
Lo complicado del tema de León, es que la hermana de Moreno, era la esposa de León. Y por supuesto a Moreno no le había sido gracioso ni por asomo lo ocurrido. Pero mira tú. Moreno respetó al grupo, prefirió la unión y asintió que el tema pasara a la conversa y no a mayores ni a resolverse a trompadas en la acera de enfrente del café, como alguna vez había sucedido cuando niños.
Por ejemplo además del tema de los relojes. A partir de ese día, Moreno decidió con derecho por la ofensa, elegir siempre la misma banca, acentuarse en el Parque en definitiva y no volver a las cafeterías. Y aquello de las búsquedas que de vez en cuando salía a relucir para ser reestablecido, se acabó del todo y para siempre, habiendo sido una costumbre de muchos años. De muchos años. Lástima nos dio pero nadie se opuso, Moreno tenía razones para establecer las nuevas condiciones o volvería a las intensiones de quebrar el orden establecido si no se hacía lo que él decía. Ernesto habló con él y con el tiempo y la voluntad de León, todos volvimos a reír, aunque ya no como antes.
Otra cosa que cambió fue que a partir de lo de León y Moreno, y por muchos años siguientes, los temas ya no alcanzaban para un día de conversa. De pronto creo que cada uno se dio cuenta que tampoco alcanzaban para decirlo todo. Todo era más complejo. Nuestras mujeres desconfiaban de nuestras juntas. El trabajo había movilizado las charlas, de todos los días por la media mañana, a la tarde primero, luego a los sábados y finalmente a los domingos, hasta que comenzaron por ocurrir cada dos semanas, los días jueves de seis a nueve de la noche.
De pronto Ernesto Calderón, se hizo Congresista y desapareció del mapa por cinco años, obligado por su bancada, y por la fama, ya no podía asistir. Eso caló.
Comenzamos a callar ciertas cosas, a encontrar vacíos, a preferir la complicidad del “no opinar” por no herir. Porque ahora, empezaba a significar, “chocar” con el hijo de cualquiera, la esposa del otro, o con el tema que ya no era el tema, del que ya no era el día, de la que ya no era “la conversa”, donde ya no había líder y donde el segundo estaba permanentemente apagado.
Y de pronto, el mundo cambió.
No pudimos resolver los temas y las conclusiones no llegaban a tono de ideas acentuadas. La mayoría de las veces de 2 en 2 nos íbamos de la banca, pues no había forma de estar de acuerdo en nada, o desacuerdo en todo, ni siquiera medianamente de acuerdo en algo. Algunos comenzamos a pensar que eran los acontecimientos de los últimos años tecnológicos o el momento en que la mujer se empezó a meter en cosas de hombres y dejar su rol de forjadora de la familia. Otros decían que la situación era infame por que todo era nuevo y lo viejo, lo anterior, lo antiguo era sinónimo de malo, pasado de moda, o inservible, a pesar de las multicómplices pruebas de que lo nuevo era sinónimo de un “así no más” que empequeñecía las ideas, los productos, los servicios, los derechos, los deberes y a las personas.
Los pocos hablaban de una cierta verdad escondida, allanada por el dinero, por las convenientes especulaciones del poder, aliado del Gobierno de turno, o del Gobierno que había sido “colocado” por el poder de turno. Cuando ese argumento llegaba, las risas se enfrentaban a las miradas de odio. Y como tenía que pasar algún día, el grupo se partió en dos por que las “mentalidades cuajaron y ya no somos los mismos” como dijo un día este viejo, cuando fui a visitarlo a su Oficina Congresal.
Y yo creo que eso ocurrió el día en que Aguirre –quien otrora nos salvara en los mejores momentos- nos dijo que para nada estaba de acuerdo con lo establecido en el país, que se había unido a un grupo revolucionario y que lucharía por una Patria libre por todo, absolutamente todo era mentira y que él no iba a esperar a coludirse como Ernesto, para dizque lograr lo mismo desde adentro por que el tiempo jugaba en contra.
Ese día nos enseñó un símbolo que tenía una herramienta de agricultura y un martillo. Un símbolo que nos inspiró pero no nos convenció de la misma forma como si a Aguirre. Años más tarde, Ernesto colaboró para dar al país una Ley que otorgaba cadena perpetua a quienes se habían levantado en armas y asesinado gente en los lugares más recónditos del país aunque fue obligado a firmar para que los juzguen con Jueces sin rostros y finalmente se indulte a Militares culpables que deshonraban su Institución. Una serie de normas que hasta hoy no se entienden. Un panorama en donde gente como Ernesto y como Aguirre, se enfrentaron en una guerra interna desgarradora y demasiado llena de matices, donde la Policía y los Militares eran víctimas y culpables al mismo tiempo.
Un buen día un militar me dijo que no podía quedarme en el Parque por que se venía el “Toque de queda” y que tenía que irme a mi casa. Años después, tu me contabas que ya había estabilidad laboral, de pronto me enteraba que a quienes ganaban juicios en el Poder Judicial, les descontaban un porcentaje de lo ganado, pagado por la parte perdedora, para financiar el Club de los Abogados, que una Señora vecina, tenía que pagar un montón de plata para cambiar el nombre de su calle en su plano de construcción, en la misma oficina de la Municipalidad donde años atrás, el alcalde había decidido cambiar de nombre a la calle y crear ese pago por demás injusto.
Cuando Ernesto concluyó su período salió peor de lo que entró, con juicios injustos por haber intentado quebrar desde adentro a la gente “conveniente”, calló en el descrédito, y años más tarde en el anonimato. Y entonces un día, en una faena de pesca, en el río Lunahuana, un año nuevo de hace algunos años atrás, me dijo:
- ¿Te has enterado que rediseñarán nuestro Parque, un poco más de lo que ya lo han hecho?
- No no no…
- Te cuento que esta vez quieren bajarse las bancas de madera.
- ¡No jodas!
- ¿Quieres hacer algo?
- ¡Por supuesto cojudo!
Y nos fuimos en el auto hacia la Municipalidad y bueno así jodiendo logramos que dejen la banca donde estamos aquí sentados hijo y donde nos venimos sentando hace años con tu tío Ernesto, que dicho sea de paso, este viejo cojudo no viene, ¿dónde estará?
- ¡Diáblos Abuelo! Me has contado de todo un poco y al mismo tiempo me has dejado pensando… y pensando… todo lo que significa este Parque para ti ¿Cierto?
- Sí. Así es. Aunque el Parque ha cambiado.
- ¿Si? ¿Ha cambiado mucho?
- Claro. No asomaban la recatafila de cuadros que hoy se posan como paisaje semi obligado para recorrer, no había eventos, no había baños, había maricones por todos lados, de esos que venden su cuerpo en las calles y contribuyen al descrédito de un distrito, no de aquellos que tienen una opción social que debe respetarse.
- ¿Pero ahora el Parque luce remozado, en todo caso no?
- Es cierto. Aunque yo creo que si bien es lo que la gente espera, es también la excusa. Pues antes los alcaldes no andaban preocupados por ganar fama arreglando veredas o creando espacios nuevos, la preocupación rondaba alrededor de la gente, del ánimo, de la salud mental, de la salud oral.
- ¿Todo era más simple dices?
- Claro yo mismo te lo he contado. Uno llegaba, se sentaba y encontraba conversación gratuita, otro llegaba al minuto, el aire iba y venía y los amigos se construían sin mayor esfuerzo, las conversas se creaban junto a un cafecito o sin él, con un sandwichito o sin el, con o sin, se conversaba más. Y se celebraba el día en que se juntaron por primera vez en la misma banca.
- ¡Por supuesto Viejo! ¡Así era!
- ¿Qué? ¿Dónde estabas Viejo demorón?
- Aquí a media banca, sobre la nueva banca, desde que viniste caminando del Chifa a sentarte con tu nieto, y he disfrutado, cada instante de tu charla… no sabes…
- Jajajaa.. ¡Cómo la primera vez!
Mi Abuelo y el Señor Ernesto disfrutaron juntos como nunca, aquella tarde-noche de verano sobre la última banca, luego de seguir recordando y recordando. Por supuesto, yo había escuchado la historia decenas de veces, pero jamás llegaba a conocer al Sr Ernesto por que mi abuelo quería disfrutar la soledad de sus recuerdos. Esa tarde fue uno de sus relatos más extensos y lo disfruté como quien disfruta ver nuevamente su película favorita, por segunda, tercera, y enésima vez, pero con más escenas. Eso en mi caso, fue posible aquella tarde.
A los meses, mi Abuelo sufrió un paro cardíaco y el Sr Ernesto fue la noche anterior su partida, a visitarlo. Lloraron mucho despidiéndose, de pronto se calmaban, uno se iría, el otro esperaría un poco más, también rieron, conversaron y se dijeron que de volver, si caso eso era verdad, buscarían otra vez un Parque y otra vez una conversación para estimular la búsqueda de la verdad, y por supuesto, una nueva banca para seguir luchando a su manera.
A los meses el Señor Ernesto cumplió 94 años y le regalé una conversa sorpresa con sus amigos de antaño. Con excepción de Aguirre que murió joven en Ayacucho, pude contactar con León: que era Pastor Evangélico y vivía en Guatemala, con Moreno: que vino desde Holanda donde tenía Hoteles, con Bautista: que vivía en Miami con su digamos “hermana” y tenía unos negocios ya heredados a sus nietos, y con Gutiérrez que era dueño de una revista porno que manejaba su mujer de 35 años, ¡ese viejo siempre enfermazo!
Todos se encontraron sin rencillas, con humor, como si se hubieran dejado de ver ayer. Con ese cariño casi propio de hermanos. Por supuesto Ernesto fue muy feliz y apuesto a que mi abuelo también desde donde estaba. Nos rodearon nietos, sobrinos, hijos y esposas y todos fuimos una sola familia.
Esa tarde, luego de unas cuantas botellas de vino y alrededor de la piscina, junto a unos riquísimos asados, el Señor Ernesto se paró sorpresivamente, pidió silencio y dio un discurso inolvidable, que pude grabar en video pero que en prefiero leérselos:
“Están aquí mis mejores amigos y toda mi familia.
Yo no fui el primero, fui el último.
Y me sentí recibido como el mejor de todos, sin serlo.
Anibal Moreno, hermano.
Pablo Bautista, hermano.
Julio Gutiérrez, hermano.
Daniel León, el primero realmente, también hermano.
Se fueron Abelardo Aguirre y Miguel Olazábal, más conocido como “Queto” por sus sándwiches.
Todo empezó aquí, el día que juntaste a unos chiquillos revoltosos mi estimado León y los trajiste a esta piscina.
No voy a hablar de todos los años de delicioso quehacer en las bancas por que mi sobrino se ha encargado de contar la historia, todo lo que ha podido.
Voy a pedir a los que vienen a los más jóvenes, que se preocupen por que si no, todo habrá quedado en vano:
Antes los temas eran fáciles de encontrar, por que la gente tenía la voluntad de hacerlo fácil. La expansión de lo hablado, establecía un sin fin de románticas historias de hombres que se sentían ganadores, a pesar de estar limitados por sus pequeñas vidas o por sus inalcanzables anhelos. Y eso no les ofendía. Les preocupaba el hecho de no sentir, de no vivir, de no fortalecer la verdad alrededor suyo.
Hoy, el cibernáculo demasiado hospitalario, encuentra a los muchachos de edad, ocupados con las cifras macroeconómicas, con la mejor forma de evitar perder el trabajo, con la última moda del aparatito de comunicación que al final de cuentas, "descomunica" como bien podría pronunciar mi nieto Felipe, de 10 años y sin saberlo, haberle atinado a la definición correcta: esta época nos está llevando a la tremenda soledad de la individualidad.
Hoy la amistad de antaño no existe, por que quizá sea algo lógico debido a los cambios que han ocurrido. Pero les pido, noten que los niños no salen a la calle a jugar, miran máquinas y juegan con programas inanimados. Los juegos de antes se están olvidando, y son reemplazados por sangre y más sangre, donde la muerte es sinónimo de mofa, de risa. Y como si de lejos bastase y sobrase para ejercitar la lengua, a los más mayorcitos, el teléfono los aleja del contacto de una sonrisa estimulante y de un momento para sentir que están vivos. Y nuestra lengua, hoy por hoy, está debajo de las yemas de los dedos, arremetiendo contra teclados y más teclados, de todo tipo.
Las conversaciones se han extinguido como algunas especies. Yo recuerdo por ejemplo que jamás, una conversación iba a ser interrumpida por un sonidito extraño -llamado con orgullo casi sexual "polifónico"- y que a continuación ejerce un casi delirante afán por mover los dedos sin sentido y sin respeto, por sobre un teclado minúsculo, mientras el que habla, no sé si por idiota o por desconectado, sigue hablando -no sé si sabiéndolo o no- que la otra masa encefálica simplemente ha trasladado su potencial de dicción -osea capacidad de diálogo- hacia el persistente afán de entre dedo y clic, fijar la mirada en una charla virtual que irrumpe como si justificación tuviera para postergar el contacto de seres vivos entre sí.
El mundo está al revés y deben preocuparse, por que además ya no existen pausas ni respetos ni turnos. Las conversaciones de hoy en día son madejas de charlas entrecortadas, entre personas una al lado de la otra, hablando de mil cosas al mismo tiempo, y aunque parezca increíble, entendiendo todas las cadenas invisibles de mensajes bucales, que atraviesan por ahí. Es realmente increíble y lo he visto en reuniones y polladas de alcurnia, en los mejores barrios emprendedores y en zonas folcloculturizantes emergentes.
Las bancas se han quedado solas y más bien las arrancan bajo pretexto de seguridad, en la mayoría de los parques. Tampoco tenemos “nuestros parques” en casa, posiblemente, el lugar donde menos conversamos o buscamos desarrollarnos.
Todo sucede en los locales de las mejores ocasiones para divertirse y ocultarse del diálogo y de la cercanía con el entrenamiento de la inteligencia. Pues con lo estridente de la música que allí suena. Hasta el mejor deleite de conquista, puede convertirse simplemente en un juego de miradas, que no digo esté mal, pero que ni siquiera a dicho nivel, estamos entreteniendo la mollera para crear conversaciones refrescantes.
No se dejen allanar por la información deslindante y distractiva, no dejen que sus hijos o sus padres, caigan en la monotonía de una respuesta “moderna” de inmovilidad frente a lo que nos quieren hacer: embrutecernos. Hagan algo, aunque ese algo, sea conversar sobre las noticias de los periódicos solamente para saber si son verdad o no.
Si lo hacen, habré sentido que viví gratamente.
- Aquí como recordarán, todos aplaudimos efusivamente y nos acercamos a abrasarlo.
Días más tardes, un ataque diabético, se llevó al Señor Ernesto y con él, la patota de antaño quedó extinta por que no hubo motivo alguno para que los “extranjeros” regresaran más. El contacto se perdió con ellos aunque un grupo pequeño, aún nos juntamos tras la ventana de la sala, mirando la piscina, para conversar sobre el país y las noticias, llegando a conclusiones interesantes.
Hace unos días atrás, fui a querer sentarme sobre aquella banca donde pasé aquella inolvidable tarde. La banca no estaba más. Había sido reemplazada por una de cemento, nueva y fría. Fui a averiguar qué pasó y nadie me dio razón alguna, tan sólo tomaron mis datos.
Me fui a casa desalentado por lo ocurrido, dispuesto a dejar el tema en nada pero con un gran dolor interno, por la banca perdida en el olvido de un funcionario, que por supuesto, nada tendría por qué saber. Al día siguiente, como a las siete y media de la mañana, el Alcalde en persona tocó la puerta y todos bajamos luego de ver por la ventana. Detrás de él, sus ayudantes hacían esfuerzos por bajar una hermosa banca de madera vieja y fierros antiguos, toda, felizmente, sin repintar. Desde una pick-up hasta la zona de jardín frente a la piscina. Las colocaron, con las lágrimas de mi abuela, que pudo ver cómo la instalaron donde todo empezó.
Hoy mis hijas se sientan ahí para solearse después de nadar y divertirse los fines de semana. Mis abuelos ya no están pero la banca queda y me ayuda a recordar las cosas importantes que escuché y viví esa tarde, una historia que siempre les cuento a todos los que se atraviesan en mi vida y que desean emprender la lucha por la verdad.
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