Las 5.30 de la madrugada del jueves era la hora indicada. Los dormilones estaban en su quinto sueño. Los madrugadores todavía parecían dormidos. El galpón abandonado en las vías a las afueras de la ciudad era el lugar exacto e indicado. El sol apenas asomaba por el este, sediento de alba e iluso del ocaso. La ciudad estaba vacía. Ni un alma en pena por las calles. Dos autos. Siete personas. Un cargamento. Una notebook sobre el capot de un Renault. Un par de cajas de adorno y el bendito polvo blanco dentro de unos portafolios de cuero negro. Abrazos. Conocidos. No tan amigos. La falsedad deambulaba en el ambiente. Sólo un objetivo: la exitosa comercialización.
La banda del “Tano” Carpenso, gran traficante de drogas, y la pandilla de “El Gordo” Vargas, un pequeño comerciante de ilusiones pasajeras de las villas del Oeste, no paraban de abrazarse y falsearse besos sin contacto. Muy conocidos se preguntaban por los suyos. Pero el fin era uno solo: terminar todo rápido. La ciudad estaba despertándose y aunque el lugar elegido para el mercadeo sea abandonado, en la capital, siempre y en todos lados, había gente que iba y venía. “El Gordo” probó el polvo. Con una sonrisa demostró rápidamente su excelente pureza y calidad indiscutible. El asistente de éste hizo unos movimientos en su notebook entró en la página del banco, puso su clave e ingreso. La cuenta de “El Gordo” tenia lo suyo. Lo justo para pagar la mercadería. Aunque el “Tano” le había hecho un número especial: $ 180.000.- Una suma importante que se recuperaría y daría muchas ganancias en corto tiempo. “El Gordo” era uno de los comerciantes más grandes de los barrios suburbanos. Cuando estaban guardando uno de los portafolios en el baúl del auto, “El Gordo” Vargas se encargó él mismo de apretar el enter en su mini computadora. El “Tano” corroboró la transacción, y vio como la barra de confirmación pasaba la plata de una cuenta a otra, le dio la mano, lo abrazó, y cuando quiso ver de nuevo la página del banco, se dio cuenta de algo terrible: la cuenta destino no era la suya. El “Tano” se abalanzó sobre la notebook para frenar la transacción pero ya era tarde. Todo el dinero fue a para a otra cuenta.
- Hey, Hey. Me vas a romper la computadora. – Dijo “el Gordo” cuando vio que el “Tano” casi la tiraba al piso.
- Idiota. – Eso no le gusto mucho al obeso traficante. – No te das cuenta que esa no es mi cuenta. Acabas de pasar todo tu dinero a una cuenta distinta. Me estas estafando. – Sacó su arma y automáticamente lo hicieron los otros tres de su banda. El “Tano” y los suyos apuntaban a dos de los otros. El que quedaba fuera de la línea de fuego era el que estaba detrás del Renault poniendo el segundo de los cuatro portafolios, en el baúl del auto.
- Tranquilo, hermano. Déjame ver esto. – Se acercó con las manos en alto a ver la computadora. – Al ver lo que acaba de hacer en la página de internet del banco quiso echar atrás la transacción. Fue imposible. Lo miró a su ayudante que había preparado todo para la transferencia y le dijo:
- Infeliz. Imbécil. Te equivocaste de cuenta. Dónde mierda mandaste la guita. Inútil. – Quiso pegarle pero no podía bajar los brazos. El “Tano” y los suyos apuntaban directamente a ellos, olvidándose del que estaba detrás del auto, que aun seguía agazapado.
- Me jugaste muy sucio, “Gordo”. Nunca esperaba esto de ti. Dame mi plata y terminemos con esto y aquí no ha pasado nada.
- Ok. Ok. Pero toda mi plata estaba en esa cuenta y ese dinero es tuyo. Busquemos de quien esa cuenta y listo. Voy al banco, solicito que vuelvan atrás la transferencia y se acabó.
- Veo que no eres tan inteligente como pensaba. Que en esa enorme barriga te has tragado tu cerebro. Como mierda vas a demostrar de donde provienen esos fondos. Vas al banco y se te tira la policía encima. Idiota. Dame mi plata. No se cómo pero quiero ya mi plata.- Seguía puntándole.
- No la tengo ahora. Si quieres te devuelvo la droga y dejamos todo en cero – Dijo el obeso.
- Te crees que es fácil ir y venir con la falopa en el auto. Quiero mi plata, ya.
- Pero que duro eres, hombre. No la tengo ahora.
- Ok. Ok. Me la llevo de nuevo, pero jamás de los jamases haré trato contigo. Hoy es la última vez que nos vemos, gordo imbécil.
- Mejor. Me estabas cobrando muy caro. – Lo miro fijo y le dijo a uno de los suyos: - Felipe, dale lo que es de ellos.
Felipe, el que estaba detrás del baúl del Renault, salió con una ametralladora, sacó el seguro y comenzó la balacera. La habilidad de los delincuentes y la suerte, hizo que todos se resguardaran. Salvo uno de la banda del “Tano” que cayo con cinco impactos de bala en el pecho. Todos se escondieron detrás de los autos pero los tiros no pararon. Felipe estaba en su salsa. No paraba de tirar para todos lados hasta que la ametralladora se le trabó. No le dio tiempo a destrabarla. Una bala impactó justo en su frente. Cayó desplomado al piso. A pesar de ello, la balacera no terminó. La mala puntería abundaba en el galpón. “El Gordo” cogió la notebook de encima del auto y se metió dentro del Renault mientras disparaba hacia cualquier lado. Su compañero, el único que le quedaba, subió del lado del conductor, y también, mientras disparaba, puso en marcha el auto. Aceleraron a fondo. Salieron del galpón a los tumbos con casi todos los vidrios rotos. El “Tano” y los suyos recogieron los dos portafolios que quedaban y subieron a su auto, pero no pudieron arrancar. El conductor se desplomó sobre el volante. Estaba mal herido. Perdieron mucho tiempo. “El Gordo” Vargas ya estaba lejos.
Marcos Dunlop disfrutaba su tercer día de desocupado. Lo habían echado de su cuarto trabajo en tres años. Ojo. Ese era en el que más había durado. Un año y medio. Muchísimo aguantó. El desinterés por el trabajo y su amor al ocio fueron la razón, justificada, de su expulsión de la empresa de comercio exterior. Mucho no le preocupaba su situación actual. La pinta, el excelente inglés y francés, como segunda y tercer lengua, y su desfachatez eran su moneda más fuerte para conseguir rápidamente otro trabajo. Ese jueves de abril había despertado, relativamente, muy temprano. Su reloj despertador marcaba las 10.10 de la mañana. Se levantó de su cama, fue a la cocina y se calentó en el microondas, su café mañanero. Prendió su computadora y fue directamente al clasificado de empleos. No miró mucho que digamos, fue más un compromiso por sentimiento de culpa que otra cosa. Leyó el diario. Entre las noticias que le aparecieron en la página de internet figuraban: “El gobierno no arregló con las automotrices.” “River se prepara para su segunda final consecutiva en la Libertadores”, “Tiroteo en bajo Flores, dos personas muertas en un galpón”, “Cae el líder de la ETA”… Mucho no le interesaron las notas y salió rápidamente del diario. Lo único que le faltaba revisar en internet era su cuenta bancaria. La empresa de comercio exterior, que había desistido de su trabajo, debía depositarle, entre esos días, su indemnización. No era mucho por el año y medio trabajado, pero le serviría para buscar tranquilo otro trabajo.
Entró a la página del banco, puso su clave e ingresó a su cuenta. Cuando vio su caja de ahorros se atragantó con el café. Una transferencia de $ 180.000.- relucía en su pantalla.
“No lo puedo creer”. Dijo en voz alta. Para Marcos era obvio que esa plata que había de más en su cuenta no era otra que un error de la empresa en donde trabajaba en el depósito de su indemnización. Por su cabeza pasaron miles de cosas. “¿Los llamo para avisarles que se equivocaron?” “¿Será un error de sistemas?”. “Saco toda la plata y listo” “Que se jodan los de la empresa”. La última afirmación fue la más pensada. Apagó su computadora y se cambió lo más rápido posible. Era hora de empezar el raid de sucursales para sacar el dinero. Había que hacerlo bien y tranquilo. Nada de generar sospechas.
Salió de su casa con su mochila y las llaves del auto.
El “Gordo” Vargas estaba puntualmente a las 10 de la mañana en la puerta de la casa central de su banco. Ingresó con el malón de gente y se dirigió directamente a los oficiales de negocios. Miró atentamente uno por uno. La elección debía ser acertada y sólo había una única posibilidad. Apuntó directamente al más canchero de todos.
- Buenos días. ¿Podría atenderme por favor?
El empleado lo miró con zozobra y desprecio, como diciendo: hay otros ocho oficiales y me eliges a mí.
- Si señor, por favor tome asiento. – Le dijo amablemente.
Vargas se sentó en una de las dos sillas. Su único compañero con vida, luego del tiroteo se quedó fuera del escritorio.
- Gracias, amigo. ¿Me podrías hacer un favor grande como una casa?
- Pero como no. Para eso estamos.
Resulta que necesito hacer un deposito a un amigo y necesitaría saber si esta bien esta cuenta.
Mostró la cuenta escrita en un papel al empleado. Éste ingresó en su computadora los datos y le preguntó.
- La cuenta es válida. ¿Quién es el titular?
- Ese es el gran problema amigo mío. Tengo la cuenta pero no se de quién es esa.
- Mire. Por cuestiones de seguridad y política del banco no puedo darle los datos del titular de la cuenta.
- Es una lástima. – Se lamentó y metió la mano en el bolsillo de su pantalón. Sacó un billete de cien dólares y se los puso bajo el teclado. Al instante el empleado le dijo:
- Señor. Por favor me compromete.
- ¿Comprometerte? – Miró para ambos lados y no había nadie salvo ellos dos. – No es mi intención querido amigo. Sólo necesito dejar de un lado las políticas del banco y que me digas quién es el susodicho titular de la cuenta.
Respiró hondo y sacó lentamente los cien dólares debajo del teclado.
- Ok. Pero le pido que no se lo diga a nadie. El titular de la cuenta es un tal Marcos Dunlop. ¿Listo?
- Sí. Fantástico. Pero necesito otra ayudita. – Esta vez sacó dos billetes de cien dólares y los puso en el mismo lugar que el anterior. – Querría saber dónde vive este señor.
El empleado miró fijamente los doscientos dólares. Levantó el teclado y los guardó en el mismo bolsillo.
- Ok. Ok. Se lo anoto y le pido por favor que se vaya. Me esta comprometiendo.
Copió la dirección, el DNI y la edad de Marcos.
Vargas se levantó de la silla. Le dio la mano y se retiró muy satisfecho.
El “Tano” Carpenso acababa de dejar a su compañero maltrecho en una clínica clandestina que se encargaba exclusivamente de casos como este. Al instante se dio cuenta que dos eran poco para encontrar al “Gordo” Vargas y llamó a un par de secuaces más.
Sentado en una de las sillas del lugar, Carpenso hizo cinco llamadas seguidas desde su celular. Cada llamada que hacía era una pista más. La última de ellas fue la que le dio la puntada final de la búsqueda.
Del otro lado de la línea le dijeron;
“La cuenta destino es de un tal Marcos Dunlop”. Copió la dirección que le pasaron por teléfono y cortó. Le dijo a su secuaz compañero:
- Vamos a esta dirección. – Le extendió un pedazo de papel.
- ¿Que hacemos jefe?
- Vamos a hacer mierda a este cómplice del gordo. Pero primero me va a dar centavo por centavo lo que me debe.
Salieron lo antes posible con sus armas cargadas y su ira desbordante.
Marcos hizo un recorrido de sucursales bastante inteligente. Todas barriales. Poco público. Pocas preguntas.
En la primera de ellas, hizo una cola de tres personas. La cajera le dio $ 30.000.- firmó la extracción y se fue sin decir una palabra.
En la segunda sucursal la cosa se complicó un poco más. El cajero se fue de su caja y se dirigió a la gerencia. Marcos estaba muy nervioso. Pensaba que todo lo planeado se le desmoronaría en un par de segundos. El cajero volvió y le dijo:
- Discúlpeme señor. Pero nos apareció un nuevo depósito de $ 11.000.- Cuánto iba a retirar.
Se quedó helado escuchando esa noticia. “¿Más plata?” se preguntó por dentro.
- Está bien. Mejor entonces deme $ 40.000.- Le volvió el alma al cuerpo.
El cajero le pagó y se fue lo más rápido posible.
Antes de ingresar a otra de las sucursales planeadas, fue a un cajero autoayuda para ver el saldo. Correctamente había $ 11.000.- depositados, pero claramente vio que se trataba de la empresa en donde había trabajado. Revisó los últimos movimientos y vio que los $ 180.000.- que aparecieron esa mañana en su caja de ahorros eran de una transferencia de una cuenta desconocida por él. Pensó qué hacer. Pero ya era tarde para volver atrás.
En las otras tres sucursales que fue se retiró rápido y sacó todo el dinero de su cuenta.
Con su mochila repleta de dinero subió a su auto y se fue para su casa.
Del banco, Vargas fue directamente a la dirección que el empleado de la entidad le escribió en el papel. No quedaba muy lejos del centro de la ciudad así que llegaron rápidamente. “El Gordo” y su compañero ingresaron al edificio detrás de una chica que entraba. Subieron hasta el cuarto piso y fueron directamente al departamento A. Forzaron la cerradura y se metieron dentro. Revolvieron todo. Dejaron la casa patas para arriba. Revisaron el cuarto y la cocina. Inspeccionaron el living y el baño. Un tornado de búsqueda desacomodó todo en la casa. No había nada. Ni rastros de la plata. El compañero de Vargas prendió el monitor del la computadora personal y vio que estaba internet conectado directamente con la página del banco.
- Gordo. Gordo. Ven urgente. Mira. – Le mostró la página pero no pudieron entrar en la cuenta.
- Se enteró del depósito. Vámonos urgente a la sucursal más cercana.
- Y… ¿Cómo sabemos quién es?
“El Gordo” tomó una fotografía de Marcos con su familia del aparador del televisor.
- Ahora va a ser más fácil encontrarlo. Vámonos.
Antes de retirarse Vargas tomo un papel del escritorio y dejó una nota sobre la pantalla. Salieron rápidamente y cerraron la puerta como pudieron.
Marcos Dunlop estacionó el auto a la vuelta de su casa. Tomó la mochila y se la colgó. Subió hasta el cuarto piso y cuando quiso poner las llaves en la puerta, supo al instante que alguien había forzado la cerradura. No le costó demasiado abrir la puerta. Apenas lo hizo se dio cuenta del estado en como había quedado su casa. Patas para arriba. Alguien entró a buscar algo. Inmediatamente supo qué. Por supuesto, lo que buscaban estaba en su mochila.
Entre bártulos y muebles volcados ferozmente, fue hasta su cuarto a buscar algo de ropa. Sabía muy bien que no podía permanecer allí por mucho tiempo. Había gente que lo estaba buscando para recuperar lo suyo. Meditó por un instante su situación y pensó en voz alta: “Si ya estoy en el baile. Bailo”. Puso algo de ropa en el poco lugar que le quedaba en la mochila y pre destinó a salir lo más apresuradamente posible. Antes de hacerlo vio una nota que había sobre la pantalla.
“Te estamos buscando. Dame lo que es mío” Además de la amenaza había un número telefónico de un celular. Marcos cogió la nota, la guardó en el bolsillo de su bolso y salió dando saltos entre los muebles. Cerró la puerta como pudo. Es más, de lo destrozada que había quedado, permaneció casi abierta.
Como el ascensor no venía, bajó por las escaleras. Bajó lo más rápido que pudo. De a dos o tres escalones en lo posible. Abrió la puerta de calle y un hombre con un acompañante le solicitó entrar.
- Disculpe caballero, ¿podemos pasar?
Marcos y el hombre se miraron fijamente. El joven respondió.
- Sí, pase. – Les abrió la puerta y ambos entraron. Uno de ellos era el “Tano” Carpenso.
El “Tano” y su cómplice fueron hasta el cuarto A. Simplemente empujaron la puerta para ingresar. Desenfundaron sus armas y, cautelosamente, esquivaron los muebles. Primero fueron hasta la cocina, luego al living y por último ingresaron a la habitación y al baño. Nada. No encontraron nada.
El cabecilla de la banda revisó cajones y el placard del cuarto. No había nada sospechoso. Sólo algo le llamó la atención: una fotografía del propietario con un perro. Sacó la foto del portarretratos y la examinó detenidamente. De repente algo le vino a la retina. Una imagen fugaz: su encuentro con el que estaban buscando en la puerta de calle. Salió despavorido del cuarto y le dijo a su compañero:
- Salgamos de aquí urgente. Ya sé quien es Marcos Dunlop.
Marcos arrancó su auto lo más rápido que pudo. Su instinto le decía que la imagen del personaje que acababa de cruzarse algo tenía que ver en todo esto. Manejó alocadamente por la calle. Sin destino. Sin rumbo alguno. Su mente le decía devuelve el dinero. Pero su corazón lo convencía de que no. Jamás vería ni la cuarta parte de esa plata junta en su vida. Manejó y manejó. Salió de las afueras de la ciudad y se dio cuenta que su inconsciencia lo había llevado a la casa de su tío. Su confidente y la única persona que le diría lo que debería hacer en casos como ese.
Estacionó el auto en la puerta de la casa e ingresó dudando de lo que estaba haciendo. Los nervios eran más fuertes que todo lo demás.
Su tío lo recibió con alegría por la visita, pero se dio cuenta, por la cara que traía su sobrino, que no venía a ver cómo estaba sino que tenía consigo un problema por solucionar.
- Yo te conozco Marquitos. Tu cara lo dice todo. ¿Qué te anda sucediendo?
- Nada. Nada. Quería ver cómo andabas.
- Bien. Yo bien. Pero veo que tu no estas tan bien que digamos.
Trató de ser sincero con su tío.
- No en realidad no. Pero mejor dicho… en realidad sí. Estoy muy bien. Ba… según.
- No te entiendo querido sobrino. Bien, mal, según. Ve al grano.
- La historia es esta y necesito un consejo.
Su tío escuchó detalle por detalle la descripción de la situación. Se rió por momentos pero se preocupó por otros. Sabía muy bien que su sobrino no estaba tratando con gente muy políticamente correcta que digamos. Sólo se limitó a decirle unas pocas palabras que no fueron las que Marcos quería escuchar.
- Debes devolver esa plata. No es tuya.
- Ya lo sé. Pero estaba en mi cuenta. Y lo que está en mi cuenta, es mío.
- Pero sabes bien que no es tuyo. Debes devolverla.
- Pero yo también puedo creer que me la depositó la empresa en donde trabajaba antes.
- ¿Tanta plata? A la corta o a la larga todos se enterarán de eso y ante todo está la dignidad, querido sobrino.
Marcos agachó la cabeza como de estar poco convencido de lo que le decían. Estaba caprichoso en saber que esa plata, mal o bien le pertenecía. Por su cabeza había muchos planes que sólo podían concretarse con tanto dinero.
- Ve al banco. Dile al gerente lo sucedido. Fíjate de donde viene esa transferencia y devuelve lo que no te pertenece.
- En realidad puedo hacerlo. Pero imagínate. Me dieron vuelta la casa. Me destruyeron todo. Ingresaron a mi departamento por la fuerza. Yo también exijo una respuesta. Bien. Devuelvo el dinero y listo. Pero quién me paga lo que rompieron.
- Ok, tienes razón. ¿Pero a quién le explicas todo esto? Devuelve el dinero y olvídate de todo. Creo que no estás tratando con nenes de pecho. Esa plata es sucia y debes deshacerte de ella rápidamente.
Marcos sacó la nota de la mochila y se la extendió a su tío.
- Esto me dejaron en casa. ¿Te parece poco la amenaza?
- No lo sé. Pero si esa plata fuese mía también te hubiese dejado una nota. Llámalos y diles que fue un error. Que le depositarás nuevamente el dinero lo antes posible. Saben dónde vives y sería peligroso cruzarse con ellos.
- Ni loco los llamo. ¿Qué les digo?: No se preocupe fui a sacar plata para pagar el cable y me encontré con un vuelto. Quise retirar $ 100.- y me dieron $ 180.000.-
- No seas sarcástico, hombre. Dame ese número que yo llamo.
Lo hizo desde su casa. Marcos lo miraba desorbitado. Sin saber si estaba en lo correcto o no. Le contestaron enseguida.
- Buenas tardes. Lo llamo para decirle que mi sobrino, sin quererlo por supuesto, encontró en su cuenta un dinero que no le pertenece. Por lo que me cuenta él, veo que ingresaron a su casa a buscar lo que necesitan y rompieron todo. Por mi modo de ver las cosas eso está muy mal, por consiguiente él se comprometió a devolverles el dinero y depositarlo nuevamente en su cuenta. Ha habido un error y nos disculpamos con usted. Espero que haga lo mismo desde su lado, porque lo que acaban de hacer…
Del otro lado no lo dejaron terminar de hablar.
- Dígale a su sobrino que deposite el dinero en tres o cuatro sucursales distintas para no levantar sospechas. Si antes de las 15.00 no esta hasta el último centavo depositado, lo volveremos a buscar, pero de muy mala manera.
- ¿Tomo eso como una amenaza? Porque si es así… - Del otro lado le cortaron la línea.
Su tío se quedó helado por el plantón telefónico.
- Querido Marcos. Veo que estas tratando con gente poco amigable. Devuelve ya el dinero, diversificado en varios depósitos en varias sucursales y olvídate del sueño de ser millonario.
Le devolvió la nota y le solicito que lo haga, lo ante posible, y que tenía tiempo hasta las 15 hs.
Marcos no paraba de pensar. Lo que iba a hacer era lo correcto pero bien podría ser también lo incorrecto. Del trayecto en auto desde la casa de su tío al banco más cercano, lo pensó miles de veces.
Vio la sucursal sobre la avenida y estacionó a la vuelta. Se quedó apoyado en el volante del auto pensando qué hacer. Puso ambas manos sobre su cabeza y no paro de observar el bolso lleno de dinero. La única manera de conseguir dinero fácil se iba a acabar en segundos. Tomó la mochila, salió del auto y pegó un portazo. Cruzó la calle, ingresó al banco y volvió a salir despavorido. Se metió en auto, aceleró a fondo y pensó: al diablo con todo. Esta plata no la devuelvo.
Al “Gordo” Vargas, no le llevó mucho tiempo averiguar de qué teléfono lo estaban llamando. Agendó la dirección en una libreta que siempre llevaba encima. Era como una laptop de miles de GB. Llevaba anotado todo. Quién pagaba, quién debía, cuánto querían y obviamente direcciones útiles. Perdía esa lista y perdía la vida.
Esperó con su compañero en un bar cerca de la casa del tío de Marcos. Pidieron una cerveza bien helada y se quedaron mirando un partido de la liga inglesa que estaban dando por TV. Querían hacer tiempo. Mejor dicho darle tiempo al joven en depositar lo que no le correspondía.
Puntualmente, a las 15 hs., llamó al teléfono del banco. Del otro lado le informaron algo que no quería escuchar, pero que en definitiva esperaba: el muchacho no depositó el dinero. Se levantó de la mesa, dejó bajo el chopp de cerveza más dinero de lo que habían gastado, y salieron lo más rápido que pudieron. Obviamente se dirigieron a un único lugar: La casa del tío de Marcos. Llamaron al timbre, el viejo se asomó, e irrumpieron con violencia. Lo golpearon a más no poder. Preguntaron de todo. El viejo respondió. Pidieron el celular de Marcos. El tío no se los dio. Siguieron la golpiza. No resistió. Se los dio. Llamaron al instante.
Al ver el teléfono de dónde lo llamaban, Marcos no dudó en atender.
- Tío. ¿Cómo andas? Antes que me preguntes ya deposité la plata, quédate tranquilo.
- Qué raro. No veo nada en mi cuenta. – La voz le pareció extraña, obviamente no era la de su tío.
- ¿Quién es? ¿Quién habla? ¿Dónde esta mi tío?
- Sabes muy bien quién habla. ¿No me conoces? Qué raro. Soy el titular de la cuenta donde debe ir el dinero que tienes encima.
- Ya lo deposite. – Contestó Marcos con ímpetu y cordura.
- Uhhh. Perdón. Mi cuenta no dice lo mismo que tu. Sabes muy bien que tenías plazo hasta las 15 hs. No hay ni un centavo de más en mi cuenta.
- Problema suyo.
- No. Me parece que el problema lo tienes tú. Es más, mejor cambiaría la forma de hablarme. Tengo algo que es tuyo.
- Y yo tengo algo que es suyo. – Respondió el arrogante muchacho.
- Aha. Si. Es cierto. Pero la plata viene y va. Tu tío no. Solamente va.
- Qué le hizo. Le juro que si le hizo algo…
- Sí. Le hice algo. Qué pasa. Qué harás. Te seguirás escondiendo. No puedes llegar muy lejos.
- Qué le hizo. Le juro que si lo mató va a ir a buscar su dinero, billete por billete al Riachuelo.
- No. Todavía respira. Pero eso depende de ti.
- Ok. Ok. Usted gana. Le deposito la plata.
- Ya es tarde. No tengo manera de ver el depósito hasta el lunes. Te crees que soy imbécil.
- Nunca dije eso. Y qué quiere que haga.
- Que me des la plata en la mano. A las 01.00 de la mañana en el galpón abandonado de Barracas. – Le dio la dirección y Marcos supo dónde era.
- Hagamos una cosa. Veo que recién ahora me estoy dando cuenta con el tipo de gente con la que estoy tratando. No quiero ni verlo. Iré con la plata un rato antes y se la dejaré en una mochila en el galpón. Lo único que pido es seguridad para poder salir y que mi tío esté bien. Y usted tendrá los $180.000.
- Ok. Pero es muy peligroso. Estaré observándote.
- De qué manera. Si usted esta allí no me siento seguro.
- Escúchame pendejo. No nací ayer y hace mucho que estoy en esto. Mi palabra vale mucho más de lo que llevas en tu mochila, aparte tu tío va a estar con nosotros. Para ti él vale $ 180.000.-
- Ok. Cómo los reconozco.
- Estamos con Ford Fiesta azul. Nos verás enseguida. – Le dijo el rufián.
- Ok. Menos diez, a las 12.50. Dejen a mi tío y a mi salir en paz y asunto olvidado.
- Ok. Ya te he dicho que soy un hombre de palabra. Es más, te dejo mi número de teléfono móvil para que todo te parezca más transparente.
Se lo dictó, y éste lo agendó. Igualmente ya lo tenía.
Cortó la llamada, tomó al tío de Marcos con cuidado de una mano, y salieron del apartamento.
El “Tano” Carpenso, tenía muy buena data. Sus informantes eran rápidos y precisos. Rápidamente le dieron la información de que Marcos Dunlop tenía un tío que vivía en la capital y que era su único familiar en la ciudad.
No tardaron demasiado en llegar, pero lamentablemente otra vez le habían ganado de mano nuevamente. Ingresaron al apartamento del tío y encontraron todo revuelto. Observaron detalle por detalle. Eso le sirvió para darse cuenta de un detalle. Él teléfono estaba tirado en el suelo cerca de una mancha de sangre. El “Tano” levantó el tubo y marcó redial. Tenía el presentimiento que del otro lado le contestaría la punta del ovillo que estaba buscando.
Marcos vio que lo llamaban nuevamente de la casa de su tío. Caliente contestó.
- ¿Otra vez usted? Ya me quedó todo claro.
- Qué bueno. – Una voz ítalo-ronca había del otro lado del celular.
- Quién habla.
- ¿Marcos? – Preguntó el “Tano”
- Sí. Quién habla.
- Bien. Ante todo me presento. Me dicen el “Tano” y usted tiene algo que es mío.
En cuestión de segundos, Marcos se dio cuenta que estaba metido en algo peor. Otra persona reclamaba el dinero. ¿Un oportunista? ¿El verdadero dueño de la plata? O la otra mitad que reclama lo suyo.
- ¿Algo suyo? Me parece que no. Se ha equivocado de teléfono.
- No. Voy por el camino correcto. La diferencia es que alguien me va llevando unos cuerpos de ventaja y reacciona antes que yo. Pero simplemente debo ganarle de mano.
- ¿De qué me habla? – Marcos se hizo el desentendido.
- Iré al grano para no gastarle mucho el teléfono a su tío. Usted tiene $ 180.000.- que son míos. ¿Ok?
- Ok. Sí los tengo. – Marcos no entendía mucho el nexo entre unos y otros. Quería ahondar más en eso.
- Ba. Mejor dicho. $ 90.000.- son míos. La otra mitad no me interesa. Se la puede quedar si quiere.
Eso a Marcos le empezó a gustar. Él tipo reclamaba lo suyo. Era justo.
- Me parece una buena idea. – Pensó rápido una respuesta y fue, por lo pronta, excelente. – Es más interesante su propuesta que la del que me llamó antes.
- Aha. Bueno. Tómela o déjela. ¿Qué le respondió al que llamó antes?
- Nada. Que se fuera a cagar.
- Qué valiente. No sabe con quién se mente. Tiene agallas usted.
- La verdad no lo sé aun. Pero no me importa – dijo el joven.
- Pero por lo que veo en la casa en donde estoy, su tío no se encuentra. Imagino que se lo llevaron.
- ¿Y? Qué importa. – Por dentro sabía que lo que estaba contestando era doloroso, pero la farsa debía continuar.
- ¿Cómo qué importa? Es su tío.
- ¿Le parece que vale más de $ 180.000?- Sufría con lo que decía.
- No lo sé. Pero, ¿vale más que $ 90.000?
Le dolían las respuestas como un puñal en el abdomen.
- Obvio. ¿Puedo hacerle una pregunta?
- Adelante, lo escucho.
- ¿La otra mitad pertenece al que me llamó antes?
- Puede ser. Pero como ve, la otra mitad no me interesa.
- ¿Puedo hacerle otra pregunta?
- Ok. Hágala.
- ¿Este es un asunto de drogas?
- No le puedo responder. Pero digamos que es un asunto pesado, muy pesado, que me parece, que por su experiencia en esto, es muy peligroso para usted. Con mi mitad estoy satisfecho y con su mitad está hecho. Piénselo. No espero una respuesta ahora. Le dejo mi celular y me llama en una hora. Espero su llamado.
Ambos traficantes salieron del departamento, cerraron la puerta y mientras tomaban el ascensor el “Tano” le dijo a su compañero: “A este le gusta más el dinero que el dulce de leche”. “Qué idiota, no sabe lo que le espera”.
Marcos se encontró con una disyuntiva. Mientras estaba estacionado en el garage de un shopping pensaba en su plan recientemente bocetado y en la vida de su tío. Obviamente para él lo más importante era lo último. Pero la negociación que había hecho con el famoso “Tano”, le había gustado y el plan lo fue graficando poco a poco, hasta que le cerró por completo. Tomó su celular y llamó al último teléfono que le dejaron.
- ¿Señor “Tano”? Ya lo pensé. Lo espero a la 01.00 en punto en un galpón vacío de Barracas. Le paso la dirección y le pido que sea puntual. Sino me voy.
Tomó los datos que le pasó y le preguntó.
- ¿Cómo lo reconozco?
- Voy a estar con mi auto. Un Ford Fiesta azul. Sea puntual. Lo espero.
Marcos se comía la uñas de los nervios. Lo que iba a hacer en poco tiempo era una locura. El dinero lo llevaba a cometerla. Sabía que la vida suya y la de su tío, lo que más le dolía, estaban en peligro. También sabía que las dos bandas no eran carmelitas descalzas, pero debía tomar el riesgo. Dejó el auto estacionado en un supermercado que estaba cerrando. Por las dudas no debía ir con vehículo al encuentro con las narcos. Lo mejor era salir lo mas desapercibido posible.
Se tomó un colectivo que lo dejó, 12.30 de la noche, a pocas cuadras del lugar del encuentro. Con su mochila repleta de billetes cruzó la avenida y se dirigió, calles adentro, al galpón abandonado. Estaba todo desierto. “Acá me afanan”, pensó. Pero siempre caminó para adelante sin mirar atrás. Sabían que lo estaban observando. Alguna de las dos bandas lo estaban siguiendo de cerca. No sabía bien si era la del “Tano”, esperaba que no. Pero se sentía observado. Ingresó al galpón y se asustó de golpe. Una rata pasó entre sus piernas y un gato saltó de caja en caja, apiladas en un rincón. Buscó, con la poca luz de la luna que pedía permiso para entrar con su lumbre por las ventanas, un lugar despejado. Contra una de las paredes más luminosas del galpón, encontró un gancho sobresalido. Colgó su mochila y esperó, con la puerta del galpón abierta, a que llegue su señuelo.
Como premeditado, o con la ayuda de la escurridiza suerte, que aparece y desaparece en cuestión de segundos, el “Tano” llegó después que Marcos y antes que “El Gordo”. No vio entrar al muchacho al galpón. Esperaba, escondido, en la esquina entre la invisible oscuridad. Sabía que Marcos llegaría en algún momento. Lo que sí le extrañó era que la puerta del galpón estaba abierta de par en par. Eso le trajo dudas. Pero las dudas se disipan con una recortada en su mano y dos 38 en la de sus compañeros.
Hablaba en voz baja con sus otros dos, trajo otro de refuerzo por las dudas. Presumía que esto iba a ser fácil y rápido. Tomaban la plata, toda por supuesto, bajaban al muchacho, y se iban silbando bajito. Cortito y al pie.
Entre murmullos y risas, anticipando el éxito, vieron llegar al Ford Fiesta azul. Con las luces apagadas y los vidrios polarizados.
“Llegó el pendejo”, le dijo uno de sus secuaces al líder de la banda. Empuñaron sus armas y esperaron cautelosos, para no asustarlo de movida. Dejaron que el auto entre al galpón. “El ratón llegó a su queso” – dijo el “Tano” elevando el tono de voz mientras su celular vibraba.
Apenas vio entrar el Ford azul, Marcos se agazapó detrás de unas cajas. Esperó que del vehículo bajara el famoso “Gordo”. Mientras el auto se aparcaba en la oscuridad, el joven, escondido y en silencio, hizo una llamada desde su celular. El número que marcaba se graficó en la pantalla de su moderno equipo con el nombre de: Tano. Del otro lado, el mafioso contestó.
- Hola. Ya estoy adentro. Puede venir a buscar su mitad, ya. En dos o tres minutos me voy. – Cortó rápido para no levantar sospechas.
Mientras tanto, cauteloso, como siempre, Vargas descendió lentamente por la puerta del acompañante. El que venía con él, que conducía, también. Ambos miraron para todos lados dudando de la presencia del muchacho.
Alzando la voz, dijo:
- Muchacho, ya estamos aquí.
Apenas terminó de decir esa frase el celular sonó. El “Gordo”, atendió al ver que el que llamaba era el muchacho.
- ¿Dónde estás mocoso?
- Epa. Un poco más de respeto. – Se hizo valer el joven.
- Ok. Dónde te encuentras.
- Escondido en el galpón. No confío mucho en usted.
- Ya te he dicho que soy un hombre de palabra.
- ¿Ah, sí? ¿Y dónde esta mi tío? Porque desde mi posición no lo veo.
El conductor del auto, compañero del “Gordo” abrió todas las puertas y también el baúl. No había nada ni nadie en su interior.
- Como verás tu tío no esta aquí. Esta esperando fuera, a la vuelta, sobre la avenida, con un hombre nuestro. Espera la señal y lo larga. Fácil y sencillo, compañero. ¿Dónde está mi plata?
Marcos seguía escondido. Esperaba que de un tiempo a otro empezara la acción. El problema era que su tío no esta allí. Ese detalle, importante, no estaba en sus planes. Pero no podía ya abandonar la acción.
- Ok. Siga derecho, caminando en paralelo a las cajas de su derecha. En la oscuridad hay un gancho en la pared, allí hay una mochila. En ella está la plata. – Mientras hablaba con el hombre esperaba que su plan siguiera en marcha: debía entrar cuanto antes el “Tano”.
El “Gordo” siguió las indicaciones al pie de la letra y encontró, rápidamente, la mochila. La abrió alocadamente y contó el dinero. Sólo había la mitad. Cortó el teléfono y gritó:
- Pendejo de mierda. ¿Dónde está la otra mitad?
El plan salía como lo esperado. El “Gordo” se puso incontrolable y el “Tano” llegaba irrumpiendo en el galpón, con un auto con las luces altas encandilando a todos. Marcos era un mero espectador de todo. Asustado, esperaba ver qué pasaba. Los tiros no se hicieron esperar. Una balacera de lado a lado iluminaba como flashes de luces el recóndito lugar. Uno de los hombres del “Tano” cayó abatido sobre el capot, otro del “Gordo”, el único que lo acompañaba, también cayó redondo al piso. Un tiro de la pistola de Vargas impactó en el pecho del único refuerzo que le quedaba a Carpenso. Era ahora un tema entre “el Gordo” y “el Tano”. Y, obviamente, Marcos. Un tercero que formaba parte de esto.
- Qué carajo haces aquí, Vargas.
- Lo mismo me pregunto, Tano. Vete si quieres seguir vivo.
- Ah, sí. Cuídate, porque quizá caigas primero. Dame lo que es mío y te perdono la vida.
- Ja, ja, ja. Lo mío es mío y lo tuyo es mío. Espero que entiendas esa frase, fracasado.
Los tiros comenzaron nuevamente a retumbar en el gran galpón. El “Gordo” trató de agazaparse entre el auto y las cajas, y un tiro impactó justo en su amplio estómago. Cayó abatido. El “Tano” se acercó al cuerpo de Vargas y constató su estado, agonizante, parecía muerto. Sacó la mochila de su mano y fue para su auto. Abrió la puerta trasera y alguien salió de allí. El tío de Marcos, asustado, quedó apoyado contra el auto con el frio caño de la pistola en la frente.
- Marcos. Todo terminó. Sal de tu escondite, cobarde. Dame la parte del dinero que falta y tu tío conserva la vida.
Todo su plan se hacia añicos. El “Gordo” muerto. El “Tano” vivo. Su tío a punto de ser asesinado por su loca e imposible osadía. Su plan, evidentemente, no era una película de Hollywood. Todo había terminado y no como él quería. Salió de su escondite, con otra mochila en la mano y con los brazos en alto.
- No, no. Espera. Aquí tienes tu dinero. Deja a mi tío en paz. Déjanos ir.
- Dame la plata. Arrójame el bolso.
Éste lo hizo con fuerza, la mochila terminó en los pies del delincuente.
- Eres un niño. Eres más joven de lo que creía. Un verdadero niño. Tus planes parecía inteligentes pero no puedes contra alguien que lleva años en esto. Por fin tengo mi plata. Pero lamentablemente la policía pronto llegará y comenzarán las preguntas, las acusaciones, los abogados, y yo no quiero llegar a eso. Y la única manera de que suceda eso es que haya testigos que quieran contar lo sucedido. – Tomó al tío de Marcos del hombro y lo obligó a arrodillarse. Típica pose de ejecución. – Lo lamento muchacho, pero a las palabras se las lleva el viento.
Apenas terminó de decir eso una sombra gorda apareció de la nada y una ráfaga de luz salió de las sombras. La bala impactó justo en la frente del “Tano” cayó desparramado en el piso. Entre las pocas luces, rengando y con una mano en el abdomen, apareció el “Gordo” con una pistola en la mano. Al llegar cerca de Marcos se desplomó y arrojó el arma lejos de él. Agonizando le dijo:
- Vete antes de que llegue la policía. Has ganado. No creo que sobreviva. La plata es tuya. Sólo quería cumplir mi palabra. En parte lo hice. Allí esta tu tío, creo que sano y salvo.
Marcos tomó los dos bolsos y los puso en el auto del “Tano”, que aún estaba en marcha. Lo mismo hizo con su tío que lo subió al asiento del acompañante. Fue hasta el cuerpo del “Gordo”, se agachó y le dijo “gracias”. Tomó su celular y llamó al 911: “Hay un herido en el galpón cerca de la avenida en Barracas”. Le dio la dirección y cortó. Dejó el celular en el piso, subió al auto y se marchó con los dos tesoros: su tío y el dinero.
SEIS MESES DESPUES.
En la cárcel las cosas eran estrictas y a la vez difíciles. “El Gordo”, ya era jefe del pabellón y todos respondían a sus pedidos. Haciendo buena letra y comportándose como lo estaba haciendo, seguramente en cinco años saldría libre. Un abogado, escurridizo y sagaz, lo implicó como partícipe secundario de los hechos y no como primario y culpable de las muertes. Esa tarde de abril estaba bonita para aprovechar el sol del otoño. Un ayudante, de los tantos que tenía en su aren de presos, le acercó un sobre sin remitente. Abrió el sobre y había dos hojas. La primera decía solamente la frase: LO MIO ES MIO, LO TUYO ES TUYO. La segunda era como un resumen de cuenta que describía lo siguiente: CUENTA ORIGEN: Marcos Dunlop. CUENTA DESTINO: Ariel Vargas: $ 90.000.-
Cerró las hojas, las introdujo en el sobre, miró al sol y sonrió.
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