Capítulo de Ernesto y Alma
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No fue fácil asistir a la interpretación pormenorizada de la búsqueda y de la eliminación de posibles lugares de encuentro, de cómo se acaban las palabras que definen el nosotros y se convierten en un simple yo, una transformación no solo semántica , también física con la disminución de autoestima y aumento del sentimiento de culpabilidad, como si solo él hubiera sido el culpable del cataclismo de su quiebra emocional.
Quedamos en vernos sobre las nueve en el alquimista, supongo que con la esperanza de que todo siguiera igual, que todo hubiera sido un mal sueño, pero no, la primera impresión que delataba su imagen no era precisamente alentadora. Después de un saludo convencional y de algunos monosílabos como respuesta, fui descubriendo con la ayuda de la cerveza , que consumíamos a velocidad de vértigo, el porqué de algunos cosas.
Alma acudía como siempre, desde que él trabajaba de camarero en aquel bar de barrio periférico, a tomar su desayuno sobre las once de la mañana, una hora no muy temprana para un desayuno, pero si para no pasar inadvertida por la poca presencia de personal en el local, repleto horas antes de funcionarios medios, repartidores varios, y madres de mediana edad de regreso de una escuela, ahora repleta de vida y voces. Según Ernesto la primera vez que miró mas de tres segundos a Alma supo que algo había,- de una persona que arroja el azúcar a su café como quien ve deslizarse su vida en cada grano-, que el estaba preparado y solo esperaba esa señal que todos soñamos ver. Y así comenzó un juego tácito y consentido de miradas, de palabras, de un avanzar constante y minucioso hacia un mundo independiente de dos, hasta que no hubo disimulo ni espera y necesitaron un universo que inventar y un lenguaje que construir. No hubo mas, de ahí salieron los dos hacia un lugar nuevo, a por una oportunidad debida sin promesas . Ahí comenzó el paraíso.
Y mientras oía su voz, sentía envidia de su coraje, del valor de abrir una puerta sin miedo a conocer la estancia, envidia del miedo a perder, a necesitar , a querer ser parte de, a jugártela.
A partir de ahí ya solo recuerdo imágenes, sonidos, verme abrazado a Ernesto y gritar, y cantar y saltar sintiéndonos amigos, como siempre, amigos como nunca .
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