Mátame de Amor
La primera vez fue un jalón, por un tipo que me miró en el restaurante. Llegamos a casa discutiendo mi forma de vestir, los niños se despertaron, Lucía entró en la sala llorando. La acosté y nos fuimos a la cama. Sus dedos se volvieron leves caricias e hicimos el amor en todas las formas, en todos los rincones del cuarto, sobre los muebles, en el tapete, durante la ducha, lo disfruté.
No te amo como si fueras rosa de sal, topacio
o flecha de claveles que propagan el fuego:
te amo como se aman ciertas cosas oscuras,
secretamente, entre la sombra y el alma.
La segunda vez, una bofetada, cuando cansada del trabajo le pedí calentara la cena. Fue en la cocina cuando fue a reclamarme, su madre pasaba unas semanas con nosotros, así que no hice nada, me quedé callada, encendí la hornilla y lloré entre vapores de ollas. Me sequé con el delantal y salí a servirles. Ya después, en la alcoba, él recorrió mi cuerpo con su lengua y me hizo el amor, lo permití.
Te amo como la planta que no florece y lleva
dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores,
y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo
el apretado aroma que ascendió de la tierra.
Las cosas se salieron de control. Un miedo me creció dentro. Temía su llegada, temía las miradas inquisidoras, al corage de mis padres. Temía a las preguntas, a las propuestas de irme lejos. Temía que nuestro amor fuera insuficiente, a fallar. Temía que se notaran los moretones.
Esa noche, los niños dormían con los abuelos, él llegó, se sentó, pidió la cena y encendió la tele. Le pregunté por su día y se levantó fúrico por interrumpir el futbol. Me golpeó hasta que perdí el sentido. Desperté ensangrentada. Bajó mis pantalones, las pantaletas y me penetró, hondo. Yo lloraba suplicándole se detuviera. Él lloraba después arrepentido, lo perdoné.
Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde,
te amo directamente sin problemas ni orgullo:
así te amo porque no sé amar de otra manera,
Mañana los niños volverán de con los abuelos, les explicaré que no volverás. El juez te ordenó no verme más. Lloras afuera de la puerta, pidiendo perdón, prometiéndome nuevamente que cambiarás. Hablo a la policía y te retiras. El miedo no se ha ido, temo estar cometiendo un error, no sé si podré resistirlo, después de todo dicen que hay que amar hasta que duela, si duele es buena señal.
Pasa un día, una semana y esta cama es muy grande. Tomo el teléfono y te marco, te pido vuelvas. Finalmente me amas y yo te amo, hay que recuperar lo nuestro. Sí... lo amo.
sino así de este modo en que no soy ni eres,
tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía,
tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño.
Poema: Soneto XVII, Pablo Neruda.
Proverbio: Madre Teresa de Calcuta. |