AQUÍ, FLOTANTES.
Cualquier parecido con Acá, flotantes, de Aristimemo, es puramente casual y no incurre en delito penal. Luego Aris y yo lo arreglamos en el baño.
Aquí, flotantes
hay como tres millones de pájaros, bolsas vacías, billetes de metro y mierdas de perro.
Estas últimas no flotan enteras. Esperan al verano, a que venga el sol carcoma y se hacen polvito dorado, como azucar glasé. Flotan
también los números de la bolsa, no siempre, que son poéticos e impredecibles. Flotan otros números del estado en mítines políticos, las inversiones en gases ucranianos y el ego de los arquitectos. Esos ponen muros
flotantes, deje flotar su mundo, tarimas
flotantes, pasarelas e incluso, si me apuras, flotantes a secas,
así, como sustantivos.
Lo cierto es que suelen hacer trampa y lo agarran en algún sitio y lo de flotante queda para dar como emoción. El sueño del hombre. Lo que sí que flota
son las mariquitas y los aviones comerciales y los globos y la niña fantasma de la Casa de América, en su arquitectura de juguete victoriano. Raimunda, se llama, como un fantasma cantándonos Volver, niña-fantasma de cinco años que sueña con ver un payaso, que chilla cosas horribles y necesita flotar para asustar a la gente. Tenemos también algún que otro fenómeno
tipical espanis, como la Vírgen del Escorial que flota justo enfrente del Sol, así que sólo la ven unos pocos con Ray-Ban o lunas tintadas en el BMW, y algún que otro fenómeno
más yanqui: también se ven OVNIS entre enero y julio en las inmediaciones de la Sierra de Madrid, en el recule de una loma.
Es bonito, el espectáculo.
El favorito de los guiris es uno con forma de toro de Osborne que deja olor a paella cuando se va, pero claro, ya se sabe lo que buscan los turistas: cosas como tostarse al sol o ver bailar a unas mamarrachas vestidas de lunares. Para ver OVNIS
en forma de tacita de té o de Reina Madre se quedan en su casa.
Pero los flotantes…
Aquí flotan los restos incorruptos de tres generaciones. Bueno, los que flotan más son los de la de en medio, que ahora escriben cosas sobre querer haber sido
Jim Morrison o James Dean, aquellos que flotaron y flotaron y flotaron para siempre. Y flotaron muchos entre drogas negras y fotos de García-Alix, pero fueron bajando al mundo poco a poco, se posaron para siempre y ahora hablan de valores e inmadurez. Pero mis abuelos también flotaban a veces, cuando los padres se marchaban a cultivar y ellos
pensaban en payasos, yo, niño-payaso, pistola-payaso, mundo-payaso, al-tío-le-dieron-el-paseo-payaso. Payasos flotantes de los de antes,
que no llevaban la nariz pintada ni presentaban a los flotadores de lujo del Circo del Sol, flotador-payaso, hipocresía-payaso, payaso-payaso si es que cabe tanto en tan poquito.
Y, por último, la tercera generación, la Y, que muy de vez en cuando flota insomne, hija del porno al alcance de la mano y el flote usté propulsado por yo qué sé qué mierda nuevo desodorante. No nos queda más remedio que flotar, cada día en un ambiente más vacío. Pero ya digo que procuramos hacerlo poquito, porque a eso se reduce el arte de flotar, ¿saben?: miramos
flotar
las
cosas
en los espacios que quedan; oficina y coche nuevo y, si quedan, a flotar entre los sueños de los demás durmientes, a forjar un sueño eterno muy alto –no vaya a ser-, agarrado a las antenas de Madrid para no irse con esos de patitas flacas y eructos minerales que se echaron a volar y vaya usté a encontrarlos hoy…
flotantes, flotantes
como mujer al volante.
Y los suicidas, caramba, casi se me olvidan. Al año serán unos sesenta y cinco que flotan un poquito y revientan contra el suelo.
Aunque hay quien dice que ya no están de moda esos vuelos sin vuelo, y les enganchan unos hilos del pescuezo y así pueden repetir y le dicen emoción fuerte.
Lo más raro que he visto flotar ha sido un tomo del Quijote. La primera parte, creo. Flotaba sin compañera e inquieta como a dos metros del suelo y más de un peatón tuvo que agacharse para no ser golpeado por tamaña ingeniosidad. Nadie intentó agarrarlo,
ni yo, porque en España nadie lee el Quijote, y aquí en La Mancha se pasan los años sacando
ediciones conmemorativas que, si son azules, puedo combinar con las cortinas y el sofá. Pero el Quijote volador era de tapas blandas, marfil, y sólo unos niños se dedicaron a tirarle piedras como a un rojo en los viejos tiempos. Una le pasó rozando. Pero se ve que los clásicos, así libros o presidentes, tienen un don especial para esquivar proyectiles.
Será porque unos y otros tienen que aprender a defenderse entre tanto best-seller, los pobres, siempre sobrepasados o fuera de contexto.
Oh y ahora tengo una novia que suele flotar también. Le pongo incienso de Xaouin o le canto Blowing in the wind y flota aunque es mentira,
«cuántas orejas tiene que tener un hombre…»
y cierra los ojos y menea los brazos de arriba abajo
«…para oír llorar a los hombres»
y echa a volar por la ventana. Pero es mentira. Así que es un flotar relativo y a veces contraproducente. Pero es que
las mujeres tienen algo de brujas, por eso flotan y chillan y es imposible huir y en otros casos flotan las vajillas y las almohadas hasta el sillón y allí se quedan.
Y, bueno, por veinte euros, flotas sin chaleco ni oxígeno a Burdeos en el vuelo más cutre. Y flotan las faldas
encima de las ventilaciones, y los versos en honor de comunistas muertos.
Pero de ahí a decir que somos gente flotante…
Siempre hay charlatanes que aseguran lo contrario y estadísticas como hechas por un mago.
Pero no es cierto eso de que somos una población flotante de millón y medio de personas.
¿Te imaginas la de gasolina que ahorraríamos?
Al gobierno eso no le conviene.
Supongo que tampoco a Coca-Cola.
Pero nadie se queja, tan ocupados en que flote el por qué de nuestros sueldos, de que no toque el suelo el por qué de nuestras hipotecas y nuestros métodos de reinserción social. Todo a un kilómetro del suelo, que casi no se vea. Que se intuya. Sólo algún loco puede
querer flotar tan arriba. Yo una vez
floté, no tanto, sólo un poco. Pero nadie me vio. Por eso no lo cuento, porque la gente piensa que quiero impresionar y no es cierto y hay que decir lo juro que es verdad y otras cosas horribles y entonces te sientes como imbécil. Pero es verdad que floté
durante unos segundos,
sobre mi cama,
una noche de dos mil seis, a eso de las cinco de la mañana.
No fue premeditado, ni fruto de algún ejercicio oriental-mentalista. Yo sólo recuerdo haberme
echado a dormir y abrir los ojos para ver el techo a pocos centímetros de mi nariz.
Creí que era un sueño, primero, y luego, cuando supe que no, me preocupé por lo que pudiera pensar mi padre al encontrarme así, gravitando apaciblemente. Luego pensé: qué feo gotelé, y ya lo siguiente es caer despacio e ir cerrando los ojos y dormir como un lirón.
¿Han visto alguna vez dormir a un lirón? Yo no.
Ni siquiera estoy seguro de qué es un lirón.
¿Es como un ratoncito? ¿O como un oso?
Ni idea. El caso es
que no estuvo mal, aquella vez que floté
como un Marcello Mastroianni sin mar y algo más feo. Parecía casi fácil, aquello de flotar,
casi normal o incuestionable, chico-flotante, estudiante-flotante, el-increíble-hombre-flotante,
como si acabara de nacer y flotar fuera la única verdad original,
como si me hubiera dado cuenta, sólo por un momento,
de que este planeta no hace
otra cosa que flotar.
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