Fragmento de la Novela "Cómodas Jaulas III (No te pongas azul)"
La marea empieza a subir y vos entendés balsa para naufragar. Un jombre sin cuerpo no vive más que en su espacio extra-físico. Espacio que se retuerce en la garganta que no tenés, que crece azul de adentro hacia fuera. No se traga, no se ve, no se explica. Uno roto rota sin parar tropezándose con esos vacíos que lleva encima el aire. Vacíos oscuros, jorripilantes. Esos vacíos que uno de cobarde no dice nada, porque la esperanza estará allí esperando que alguien le de el pie y andá a pararla. El vacío es un espacio. Está allí, es palpable y se quiere llenar. Con lágrimas y tormentas; pero también con gritos y flores, con viento y mareas. La nada es ahogarse en el mar y no tener donde agarrarse. No hay, no estás allí para verlo, para sufrirlo. Todo ha acabado y no ves ni tiempo ni fuerza para el mínimo amague. Hete aquí el mayor problema, el peor augurio, la mejor angustia. Vos sin cuerpo tenés ese no sé qué, que te deja dar el siguiente paso. Un pequeño paso para el jombre, un gran paso. Un gran paso para quién. No ves a nadie a tu alrededor. Estás solo en esta luna tan lejana que no sabés si existe siquiera. Pero uno cree en el lugar en donde vive, en donde cree estar, en donde cree. Así se agrandan las torpezas aferrándose en esos puentes que no enganchan de un lado, en esos péndulos sin un punto de apoyo en el cual sostenerse. Y van pasando los acontecimientos y vos que te limitás a recordarlos. Escribirlos en tu memoria: fueron magníficos, excelsos. Empero vos nunca lo has sentido, ni lo has apreciado, pues no tenés cuerpo para tocar. Inclusive, si lo pudieras experimentar, desconfiarías de tus sentidos suscribiéndote a la simple observación del fenómeno allí descripto. Es ver la comedia sin inmiscuirse mucho en el personaje representando su ansiedad, su desequilibrio, su desazón. Vos estás allí cómodo en la butaca y todo sucede sin que suceda en realidad, porque vos sabés todo como una farsa. Siempre las actuaciones son pésimas, poco convincentes. Por otro lado, ya pagaste la entrada y perdido por perdido - porque siempre se está perdido por perdido. Sólo uno puede ganar la partida y se tiene que aprender a ser buen perdedor - . Y esa viscosidad azul que va avanzando y vos que no le das importancia - ya pasará - jamás pasa. A veces confías jasta en tus propias mentiras, y como al reloj nadie lo para, le das para adelante y que sea otro el que arregle. Y es eso. Arregle ¿Arreglar qué? No ves nada que arreglar. ¿Acaso alguien sí lo hace? De acuerdo, no podés ver nada radiante si no confiás ni en lo que tus ojos dictan. Pero te han mentido tantas. Y la marea que sigue subiendo, y “¿adónde ir si no quedan islas para naufragar?” El bar de la esquina, los boliches del sábado, la cancha de los domingos, las sierras, el mar, dormir jasta las tres, cagar pensando en que falta comprar el aceite y el auto. No. Nadie profesa esos dogmas, pero la marea sigue allí, subiendo pasible y tenebrosa. Hay mucho vértigo en juego para pensar demasiado en ello, y se deja estar. Se deja abandonar encallado en un puerto sin vista al océano. Encallado en medio del miedo y el desierto. Mirando de lejos el oasis. No vaya ser que uno se acerque y resulte un espejismo. Mejor dejarla allí, estando por estar, mientras el camello escupa, y las minas sigan con los velos tapándole el rostro. La marea te alcanza las narices, y te cuesta respirar. Es muy tarde para alarmarse y se sigue estando porque es más fácil que no seguir estando. Cuesta muy cara una bala para ir a pegársela a cualquiera, aún cuando ese cualquiera seas vos mismo. Entonces seguimos viendo la marea que sube, se retuerce, celebra, y brinca; cuando nosotros disimuladamente y sin darnos cuenta vamos escalando por los muebles, olvidándonos de los rincones que quedaron bajo el agua, y que ya no volverán por más tiros que peguemos en el aire; por más manchas azules que reciba tu piel. Por más vértigo que ingieran tus juesos júmedos de tanto escapar.
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