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Fragmento de un diario del futuro

Agonía

Desde mi ventana miro el gris de la calle, los edificios grises, algún gris y solitario peatón buscando cabizbajo el camino a casa. Escribo. Escribo no se para que. No sé con que fin. Quizás lo que quiero es sobrevivir. Sobrevivir a mi mismo. Creo que lo único que me salvará serán las palabras.
Contemplo una y otra vez aquellas viejas fotos de mis abuelos. Trato de encontrar entre todos los olores conocidos, aquel de ese parque. De esas flores diseminadas por los jardines. Aunque más no fuera un olor parecido.
Faltan diez años para terminar el siglo y todavía no hay respuesta. ¿Quién inventará de nuevo los árboles? ¿Quién llenará los ríos que están vacíos?
El promedio de vida para el próximo siglo, si las condiciones se mantienen, será de unos treinta y cinco años, dicen.
Yo debería estar agradecido con la vida que me ha dejado llegar casi a los cuarenta y ocho. Cuando me miro al espejo pienso en mi abuelo, en esas fotos tenía cincuenta y dos años y ni una cana y… mi cabello, no sé que color tendría, ya no crece.
Me detengo en la cabellera al viento de mi abuela en su noche de bodas. ¡Qué cabello más largo! ¿Cómo será acariciar el cabello largo de una mujer?
Me pregunto tantas cosas. Sé que no obtendré las respuestas. Sé que nadie contestará a mis preguntas.
De tanto en tanto entra la enfermera y me observa, controla mis signos vitales. Sabe muy bien que falta poco para el fin. Me sonríe.
Imagino su cabeza, de cabellos tan tan cortos, con la melena de las mujeres de hace cincuenta años atrás. Es una niña. Sin embargo las líneas en su rostro y en sus manos se parecen a las de mi abuela ya viejecita.
La observo. Trato de adivinar. ¿Qué pensarán ellas, cuando miran las fotos de las mujeres de treinta hace cincuenta años?
Cuando nací ya el agua escaseaba. Costaba mucho dinero comprar un bidón. Mi padre sumaba y restaba a medida que la piel de sus manos se llenaba de surcos.
¿Cómo serán los pies de mi enfermera? Recuerdo los de mi madre. ¡Ay! Mi madre. Tersos y suaves eran sus pies. Un día tuvo que dejar de bañarse todos los días. Y mi padre, cómo lloró mi padre, cuando tuvo que obligarla a cortarse el cabello.
El dinero no alcanzaba para comprar toda el agua que ella necesitaba para lavarlo.
La pobre lloró días y días, tal vez se dio cuenta de que este ya no era el mundo que ella conocía. Fue entonces cuando perdió la sonrisa.
Hoy las mujeres ya no lloran. Sus ojos se han secado. Quisiera abrazar a mi enfermera. Me recuerda a mi madre. Presiento que en las noches junto a su almohada debe llorar y llorar, siempre hacia adentro.
La he visto sacar de su bolso, en los ratos libres, viejas revistas, parecen muy viejas, y mirar detenidamente las fotos intentando descubrir el mundo que ya no es.
Ella también quisiera saber cómo huelen los parques y a qué sabe la lluvia. Esa lluvia distinta a la nuestra, transparente, plena. Qué rico el olor a tierra mojada, decía mi madre. De niña chapoteaba bajo el aguacero con sus vecinos y sus hermanos, hacían barquitos de papel que navegaban las calles del barrio.
Qué tristeza la de nuestros niños, no saben qué es pisar tierra ni chapotear en el agua ni como es el placer de mirar el arco iris después de la tormenta.
Miro de nuevo fuera buscando un resquicio de azul en el cielo pero esas nubes negras que nunca se van no me lo permiten.
La enfermera mira hacia afuera también y sé que recuerda. Tal vez de otras vidas. El canto de un pájaro en la ventana de su propia madre.
Hace muchos años que el planeta agoniza. Ciertamente nadie sabe cuanto tiempo le queda.
En realidad a mi eso no me afecta demasiado. Yo ya no estaré aquí para verlo.
¡Mentira! Si que me afecta, me gustaría estar muriendo, pero no a los cincuenta años y mucho menos con una enfermedad llamada S.D.C.
¡Ja! Qué nombre tan simple para decir que moriré porque mi cuerpo no tuvo el agua necesaria para vivir y mis órganos envejecieron a paso acelerado y simplemente ya no funcionan más.
Me gustaría estar muriendo después de haber vivido por lo menos noventa años. Tener hijos y nietos junto a mi cama. Poder recordar el chapoteo con la lluvia en el patio de mi madre lleno de flores y plantas. Sentir su olor y su sabor en el recuerdo.
Se han extinguido los árboles, se han extinguido las plantas y flores. Las montañas son montones de roca y piedra dispersa. Los ríos, son solo, los surcos de las arrugas que le han salido al planeta.
El déficit de agua y este aire artificial que respiramos ha afectado la genética de los cromosomas. La humanidad ya no es la misma.
Cuando nace un niño nace cansado, llevando sobre sí un cansancio crónico; o nacen enfermos, con males inexplicables.
¿Hasta cuándo funcionará el respirador artificial del planeta? Los gobiernos se han puesto de acuerdo para no alarmar a la población sobre el estado general de la Tierra. Hay quienes afirman que cada día se deterioran más las bombas de aire que hacen que sigamos vivos. Se cree que en menos de diez años habrá un colapso total del sistema.
Me gustaría no preocuparme, pensar en que pronto pasaré a otro estado y que no sentiré más el dolor ni esta sed que quema mi garganta.
Pero pienso en mi enfermera, ella seguirá aquí un tiempo más. También esos muchachos que vi ayer correr por la calle. Los vi desde mi ventana, vi sus cuerpos flacos y secos, sus cabezas rapadas. Corrían llevando un bidón de agua. Después oí la sirena de la policía y comprendí.
Los médicos me prohibieron hablar para evitar en el esfuerzo la perdida de liquido. Pero la enfermera me deja cantar cuando estamos solos, dice que mi voz le recuerda a la de su padre.
Ella sabe que el fin está cerca.
Le he pedido que el día de mi muerte no deje incinerar mi diario. Lo demás no importa. Que ella se lo lleve en señal de mi agradecimiento por su actitud tan dulce para conmigo. Es lo único que puedo regalarle. Me gustaría mandarle un día un ramo de flores amarillas y lilas y rojas. Pero creo que no le gustarán las flores artificiales.
Bueno estoy cansado ya.
Hoy le he pedido que me consiga unos lápices de colores. Se rió de mi pedido pero asintió. Mañana cuando me los traiga dibujaré en la última página de este diario, un gran ramo de flores de todos los colores y formas y se lo dedicaré a ella. Entonces comprenderá.-

Texto agregado el 30-01-2009, y leído por 394 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
12-07-2011 una visión del futura de nuestra tierra un tanto deshidratado pero funestamente real, amara a nustra madre tierra es amarnos a nosotros mismos. excelente relato lleno de visionaria sabiduría. te saluda tu Amigo. servusdei
01-11-2009 Asiento con la cabeza de arriba a abajo fijando la mirada en un buen relato. 27121987
05-08-2009 Un día eso que llamamos naturaleza, la madre tierra, nos pasará la factura. ¡Qué terrible! rey-feo
13-03-2009 Preciosas letras con un fondo potente. Estrellas para los años, pase el tiempo como pase. gioco
06-03-2009 Una visi{on ue no esta nada alejada de una posible realidad. La posa te sienta bien querida amiga... muchas felicidades... rub sendero
04-03-2009 Un texto profundo con alto contenido ecológico.. me gustó mucho, en lo personal :D miles********* vilyalisse
04-02-2009 La verdad es que el texto da para reflexionar. Donde yo vivo, la lluvia es "el pan nuestro de cada día" pero no siempre será así, aunque como tu dices en alguna parte de tu texto, "yo ya no estaré" para cuando todo se seque. Las conciencias ya se han secado, pero ese es otro tema. no?+++++ crazymouse
30-01-2009 Duro. Sólo valoramos lo que tenemos cuando lo perdemos. 5* rigoberto
30-01-2009 Terrible. Es increíble el daño que le hacemos a nuestra madre tierra. Felicitaciones por el texto. 5* ZEPOL
 
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