María Rafael era el cándor de las cosas buenas,
Saltaba, jugaba y reía como lo que era,
Una niña.
Bailaba alrededor de las flores con su vestido azulado,
Siempre fresca y luminosa,
Ante la vista maravillada de aquellos que la querían.
Los días pasaban tranquilos sobre su casita blanca,
En donde las ventanas se vestían de cielo cada mañana
Y el sol sonreía.
Entonces María volaba con el barrilete a cuestas,
Con el arcoíris y la inocencia,
Cuando sus pies tocaban las margaritas.
Pobrecita María de carita pequeña,
Pobrecita María, te está buscando la tristeza,
Niña mía.
Ya caen crueles manos sobre tu vestidito,
Manos que no tendrán olvido,
Manos que te ensucian con caricias.
Ya el rostro sereno de la tarde callada,
Hará en tus ojitos un surquito de lágrimas,
Dulce María.
Pero el dolor más inmenso de tu pecho,
Será que esas manos, de tiniebla y acecho,
Son manos conocidas, son manos queridas.
Y tu corazón noble, envenenado de amor,
No será capaz de revelar la traición,
Y matará tu alegría.
Muchos preguntarán por qué María
Ya no juega con la brisa,
Por qué María se acurruca taciturna
Y no le canta a la luna,
Por qué María llora cada noche en silencio
Sentadita en el suelo,
Por qué María siente tanta culpa
Y reza con tanta premura,
Por qué ya no usa sus vestidos
Y no muestra cariño,
Por qué se ha encerrado en su mundo
Y tiene los ojos tan rudos,
Preguntaran donde está la niña-luz
Y nadie verá su cruz,
Y como si fuera poco para María
Deberá sonreír ante la cobardía
De ese rostro verdugo.
Rostro roído, perverso, leproso,
Cargado del infierno y todos sus demonios,
Rostro que destruyó su mundo.
La tardecita de sol y barrilete fué de pena,
Se perdió el arcoíris y la inocencia,
Se perdió María,
Se perdió en algún rincón del tiempo,
Se quedó atrapada en sus silencios,
Se perdió bebiendo hiel y miedo,
Entre fotografías y sueños...
Y quizás algún día no le dolerá tanto,
Quizás algún día quemara su llanto,
Cuando su voz quiebre las cadenas
De falsas penitencias,
Cuando su secreto agonice en el grito
Que le arrebató el destino.
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