Era ya tarde cuando empezó aquel estruendo, lo suficiente para que cada uno de los miembros de la familia B** estuviera en su cama y con las luces apagadas; la familia B** estaba conformada por el Señor B**, padre de familia y el único que trabajaba, y por cierto que trabajaba, salía temprano de casa, cuando aún no había aclarado y siempre regresaba ya caída la tarde, eran extrañas las veces que el pequeño B** podía darle el saludo de buenas noches; también estaba la Señora B**, la amorosa madre del pequeño B**, quién pasaba el día (y quién sabe quizá hasta la noche merodeando sus sueños) cuidando al pequeño B**, por lo general no salía de casa más allá del almacén y cuándo lo hacía regresaba rápidamente al calor de su hogar; y por último estaba el pequeño B**, un chico adorablemente risueño y divertido, pasaba el día jugando y soñando.
Como ya había mencionado era lo suficientemente tarde como para que toda esta familia estuviera cada uno en su cama cuando inició el estruendo, era éste lo bastante particular como para que el Señor B**, que aún no dormía pensando en lo endeudado que estaba, pudiese reconocerlo rápidamente, se trataba por supuesto del motor de un auto en mal estado, era tan evidente para el Señor B** que simultáneamente al escuchar el ruido se incorporó de un salto extremadamente irritado; en el mismo instante la Señora B** tuvo una reacción totalmente contraria y se acurruco aún más en las sábanas, por supuesto que aquel ruido había sido un trueno, era tan extraño –pensó la Señora B**- que no lo hubiesen anunciado en las noticias de la noche, pero si había un trueno probablemente habría una tormenta, la Señora B** se estremeció; en el cuarto contiguo estaba el pequeño B** quién paralelamente al escuchar tal estruendo se le hincho el corazón de gozo pero también de angustia, seguramente al día siguiente todos sus compañeros del colegio estarían comentando sobre aquellos fuegos artificiales que él solamente podía ahora escuchar.