Al mar lo vimos sólo dos segundos,
una infinita mezquindad de tiempo,
fueron dos olas batiéndose en la arena,
el cielo nublado, dos turistas,
no vi bañistas ni sirenas,
ni un albatros ni una gaviota,
sólo el viento me susurró algo,
¡Que mezquindad! me dijo,
¡Que mezquindad!, y yo,
avergonzado y sin respuesta,
sólo atisbé ese caserío extenso
que crece en los cerros como hierba.
Regresamos, no era el mar,
no eran los barcos allá en la bahía,
los edificios lo cubrieron todo,
ocultaron este corto peregrinaje,
agazapado en la cabina del camión,
ya resuelto el trámite laboral,
la carretera plateada abrió sus fauces,
y regresamos raudos, sin siquiera despedirnos
de ese salvaje mar, que acojinado,
ese día sufrió por nuestro desdén,
esa tarde sus olas decrecieron,
esa noche, el mar fue una triste laguna…
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