Recién llegada la ancianidad a la dirección correcta, se plantó en la casa de madera tallada de adultez, revestida de pintura y comprendió que era hora de entrar...
No golpeó las puertas, siempre la acusaron de imprudente, pero esta vez, hizo la excepción mas correcta, había avisado su llegada a un cuerpo, jamás dijo que entraría a un alma, y cuando, entre los corredores, vislumbró en quien habitar con permiso de las vivencias, se acomodó en un sueño profundo, para que el alba la descubriera con la mas absoluta belleza y quien la cargaba como collar de amaneceres, gustosa, la llevara.
En los días restantes, del comienzo de una etapa, la inquilina se quedó de huésped definitiva, y la favorecida con la experiencia de los años, agradeció que fuera en ella, esa pulpa madura, que se engendrase con gracia y goce, no como los apresurados de los cotidianos y convencionales, que luchan para que la ancianidad no encuentre pronto su casa, sin comprender que ésta habita en sus cuerpos desde el primer día que escapan de ella...
charlaron, rieron, se comenzaron a conocer con más profundidad, la ancianidad también tenía alma, y la generosa que le daba alojo le agradaba, al fin una vez la armonía perfecta se logró con el palpitar de la alegría, los pasos bien dados, las manos bien limpias, los condimentos necesarios...
prepararse, agradecer y no olvidar ofrecerle el color del agua trigueña por el té, cuando con hambre, llegue a las seis...
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