Eran tiempos difíciles. El país convulsionado entre piedras y palos, cuando los compañeros de curso luego de clases se encontraban en un cara a cara, la política, el socialismo, el miedo, la falta de futuro todo en una mezcla de caos total. Con el corazón en la garganta aferrada al bolsón de los cuadernos corrió a resguardarse, esperó que sus ojos se acostumbraran a la poca luz y divisó entre canastos de verduras con olor a tierra mojada a una señora robusta con su delantal estropeado por el uso de años de cargar peso, le dijo tranquila niña ya se irán. A pesar de su aspecto rudo le habló con paz de mujer acostumbrada a muchos hijos. Su pelo rubio largo y las mejillas arreboladas le dieron un aire especial al momento sin pensar que aunque no sean momentos de gran importancia, quedarían plasmados en la memoria por algún motivo. No intentó nada, se quedó en silencio en aquel rincón escondida escuchando asustada los ruidos desagradables y apresurados de lo incierto, gente que corre que grita y que desconoce por qué lucha, esperaba que se marcharan con sus gritos para correr a casa. Amanda era una niña buena, hija de una mujer muy bella con ojos color cielo y piel de durazo, mujer sacrificada sin quejarse ante las inclemencias de vivir en el campo lejos de todo y tan cerca del cielo. El padre vivía su propio mundo, concentrado en su quehaceres con poco tiempo para las cosas mundanas del diario vivir. La alta alcurnia de su madre, su apellido inglés, las ganas de tener a su lado a una princesa en casa, le hacían someterla a constantes clases, como comportarse en la mesa, como sentarse. La recuerdo caminando con un libro sobre su cabeza en una línea en equilibrio total y a su madre tratando de inscribirla en un colegio inglés para que hiciera juego con su segundo apellido. Creció lejos de un padre protector y cariñoso, era invisible a sus ojos e imperceptible a su voz, pero a la vez se sentía atraída por sus cosas. Le apasionaba el taller de herramientas que era perfecto, lleno de cosas extrañas, desarmadas, piezas, partes, de un cuanto hay, las herramientas en perfecto orden, tornos, sierras, de todo para los hombres de la casa donde armaban y desarmaban autos viejos, fiats arreglados para carreras, que más que correr hacían ruido, otros plomos de tierra donde habitaban toda clase de roedores que se comían los cables y los tapices, así entre motores y carreras se desarrollaba el mundo de los hombres de la casa, el mundo de papá; aprendió a valerse en el mundo de los hombres, para Amanda la distancia paternal fué un alivio al fin. Necesitaba ser libre, libre para sentir, para volar, para escribir.
La casa que fue refugio de alemanes relucía en sus pisos de madera lustrados casi como obsesión, los techos de teja, la chimenea que otrora fue el fogón en el que cocinaban y la ventanita chica del segundo piso que no servía de nada solo para explorar a las visitas, todo le daba un aspecto de retablo de esos que cuelgan de adorno, no había fantasmas ni miedo a la oscuridad, solo queques tibios, nueces y muchas arreglos de flores grandes sin miedo, atrevidos y bellos. Los frutales y acequias le daban las aventuras necesarias junto al pozo, ese lugar prohibido al que amanda bajó en secreto hasta que los fierros de peldaños sueltos la obligaron a volver de las profundidades, en esa oscuridad con ese olor a humedad y telas de araña en lo prohibido sabiendo que si caía nadie la encontraría, siempre al filo sin miedo fue tallando su vida. Era una niña exploradora de la naturaleza, amante de los animales y respetuosa del entorno, siempre observadora de lo imperceptible.. Crió pollos, gorriones, una chancha, que luego se suicidaría por desconocer que no se les puede atar un lazo al cuello, muchos perros y sus camadas, conejos y todo lo que pudiera cuidar, excepto el caballo salvaje que tuvo la familia como mascota, el que nunca supo que era caballo, seguía a papá a la oficina y tuvieron que castrarlo por su amor a yeguas finas del haras, el dolor lo nubló, no los quiso más y se transformó en un desquiciado que tuvieron que vender para no salir ellos del lugar.
Escondido en su cuerpo de mujer precoz, venía el sello sensual, se le erizaba la piel y cuando los hombres la miraban con esos ojos, con los ojos que en esos años los hombres daban a las niñas, aunque fuera en un rincón de una micro con pelliscones escondidos, con los que Amanda callaba por terror a que su madre comenzara a gritar, hoy eso tiene nombre, los hombres se cuidan más. La asustaban esas miradas, pero sin querer su cuerpo respondía. Poco a poco el despertar, buscando consuelo a solas, en secreto porque a la madre naturaleza no se le puede aplacar, aunque fuera pecado.
Vino el golpe militar en un día cualquiera de septiembre casi llegando la primavera, los anuncios por radio del bombardeo de la Moneda eran alarmantes y no lograban dimensionar en ese momento el real peso de lo que estaba sucediendo, extraño a sus oídos, un bombardeo? Sonaba a ecos lejanos de europas en guerra. A lo lejos lo vieron venir corriendo a la verdulería en que estaban comprando, era un dia tan lindo, losano y brillante, está preocupado por ellas pensó Amanda. Pero lo que en realidad sucedía es que quería llevarse la citroneta roja y partir a santiago, era casi una hora de viaje desde donde vivían, lo miraron extrañadas sin entender, quería defender la Moneda con su cuerpo como estandarte, ante los tanques y el bombardeo. Le quitaron las llaves y lo encerraron en casa como un león furioso. Casi espuma le salía, pero estas dos mujeres fueron una y no lo dejaron salir. Escupitazos, maldiciones, pobre hombre, hombre de principios, pensó que de verdad podría ser una vida justa y el un hombre importante.
Incomunicación, miedo, silencio, un silencio de esos que asustan porque no develean paz, era como si en cualquier instante algo pudiera explotar, como su cuerpo, como su sexualidad. Todo volvió a la calma, un orden perfecto, todo limpio, los almacenes llenos, el shampoo, y no huevo o quillay. No mas pelo brillante, no más frutas, ahora comida envasada, latas y todas las modernidades de la época. Sus amigos hippies cortaron su pelo, sacaron sus mostacillas del cuello y muñecas, quemaron la hierba que crecía en macetas o arbustos libres, bajo el desconocimiento de los padres en las casas y terrazas. Los guitarreos y la música solo en secreto, sin gritar, pero todo en orden; en un aparente orden normal.
Así transcurrió la infancia y adolescencia de Amanda, sin su colegio inglés, entre toques de queda, solo libros en las noches de invierno en ese papel tan delgado que era como un reto a la sutileza, el cariño de su madre y todo un mundo por conocer, todo por saber.
Y me traes de pronto a tus palabras de hombre que lo tiene todo, menos el amor, y como golpe en mis sentidos sin querer volver aferrándome a lo que soy o no soy, me dices, tu no sabes nada de la vida, las lágrimas corrieron por mi rostro, que sentido tiene saber o no saber de la vida, más aún que significa eso, solo una expresión de pena por todo lo que no vendrá, tienes razón, solo se querer y hacer el amor con una entrega total, se cuidar y adorar, defender y proteger y con esa impotencia de manos crispadas que tienen los amantes me dices, que tienes? que me has hecho?, como pude enamorarme de una forma así, tan irracional...
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