El hombre miró a la mujer y ella también lo miró a él. Era una simple sintonía visual, mas, el tipo intuyó una sonrisa seductora, un esbozo de coquetería tras ese gesto tan habitual de casi todas las mujeres, al pasar ella su mano por sus cabellos. El tipo se sintió conquistador, se contempló en un espejo de aquel enorme supermercado y luego, miró una vez más a la mujer. Ella era una damisela joven, bien formada, nada de mal parecida.
El hombre continuó con sus compras. Era un tipo de edad indefinida, no se podía saber si era un joven que representaba más años o un hombre mayor que se veía menor de lo que en realidad era. Pero, vestía bien, tenía cierta elegancia y distinción en sus gestos. Llenó su carro con algunos artículos y continuó dando vueltas por los pasajes.
Casualmente, se topó con la mujer aquella, la de la sonrisa oculta tras su lenguaje gestual. Ella le miró de reojo y pareció no darse por enterada. Parecía estar casada, algo delataba un vínculo, quizás una promesa, de no ser casada, posiblemente hubiese pre formalizado alguna relación desde hacía poco tiempo. Pero, una vez más, pasó su mano blanquísima, muy bien tenida, por sus cabellos castaños y esta vez, le miró con fijeza. El corazón del conquistador bombeó dos sístoles de gloria, retrucados por dos diástoles ufanos.
Según su experiencia de cazador, la mujer no se separaría más allá de diez metros de él. Siempre estaría a la vista, sabiéndose admirada y sintiendo en su cuerpo el cosquilleo sutil de la vanidad femenina. Así sucedió, en efecto. Durante largos minutos, se encontraron en diferentes sectores del megalocal. En los vinos, en los lácteos, luego, en los productos cárneos y después, en la zona de los farináceos.
Finalmente, algo hastiado de dar vueltas y más vueltas, sin que se produjese algún mezquino avance, el tipo se dirigió a una caja y la chica lo atropelló suavemente para colocarse delante de él. Obviamente, en un gesto que retrataba por completo la personalidad exhibicionista de la mujer, le dio la espalda, luego se colocó de perfil y después se volteó al otro lado. Por supuesto, deseaba que él la admirara en todos sus flancos, asunto que el tipo aprovechó a las mil maravillas.
La mujer se inclinó para sacar los productos del carro y uno a uno los fue depositando sobre el mesón. Y cada vez, su escote dejaba ver unos pechos blanquísimos y apretados. El tipo, miraba con desenfado, sabía que eso le pertenecía, no podía ser de otra manera. Un envase de leche en polvo de ella escapó de sus manos y cayó a los pies del hombre. Él, recordó la antigua estratagema de las chicas que dejaban caer un pañuelo para que el galán predestinado, lo recogiera y se lo entregara con modoso gesto. Por lo tanto, se apresuró a recoger este parangón lácteo y se lo entregó con una sonrisa cautivadora. Ella, lo recibió, le dio las gracias con una voz sensual y sonrió también.
Cuando la mujer salía ya del recinto, el hombre apuró el paso y se colocó a su lado. La miró con una expresión preocupada y luego, preguntó:
-¿Qué diablos nos está ocurriendo?
La mujer lo miró con una expresión de suma extrañeza, nada dijo y se alejó rápidamente de aquel impertinente.
Él, no atinó a nada. Más tarde, comenzó a examinar cada fase de esta incursión, sin comprender cual había sido el motivo de tan rotundo fracaso…
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