Cuando me da insomnio, me pongo a pensar que me otorgan el Premio Nobel de Literatura. Visualizo una ceremonia para premiar mi valioso trabajo. Expectación y aplausos se escuchan en el salón. Estrecho las manos de los miembros de la Svenska Akademien y les digo en español, gracias. Recibo abrazos suecos, y mi emoción desparrama algunas lágrimas. Doy un pequeño discurso de agradecimiento en inglés. Bajo del estrado, nervioso. Todavía no asimilo bien el momento y ya estoy sentado en una mesa. Los reyes de Suecia intercambian palabras conmigo y me felicitan. El Primer Ministro hace lo mismo y comienzan a servir una maravillosa cena. El excelente vino hace que me olvide un momento del protocolo y exhibo un silencioso eructo. El nórdico que esta a mi lado voltea su cabeza hacia mi y me lanza un mirada como diciendo: “Pinche mexicano, compórtate”. No importa, acabo de ganar un Premio Nobel, hoy puedo hacer lo que a mi galardonada actitud se le antoje. Mastico el soberbio trozo de filete recién servido y concluyo que quizá sea mejor que el suadero. Un par de escritores invitados comienzan una plática de lo influyente que fue para ellos leer a Santo Tomás de Aquino y Ezra Pound respectivamente y me preguntan lo que opino de los literatos vanguardistas contemporáneos en la Holanda Septentrional. Quedo enmudecido. Mí limitado intelecto no comprende la pregunta, y solo atino a decir: Paulo Coelho es una basura. El hilo de la conversación se pierde y con ello la efímera platica. Me retira el plato un elegante mesero, que, poniéndolo junto a mí, debiera parecer como de tres metros. Lo repone con otro. Es hora del postre. Si esto fuera un restaurante pediría un flan. Veo a la Reina y la imagino sin ropa. Pienso que en su juventud debió poseer un cuerpo tentador, (sobre todo en la zona mamaria), digno de la realeza. Engullo con prontitud mi Fortress Aquamarine. ¿Será de mala educación pedir uno para llevar? Contengo mi pecadora gula y recuerdo lo que me dijo la traductora en la mañana: “imagine su nombre a lado de eminencias y pesos pesados de la literatura del ùltimo siglo como Jacinto Benavente, Eugene O’Neill, Herman Hesse, Hemingway, Camus, y demás, usted realmente será famoso, y buen escritor” Con esa frase contundente regreso a la realidad de mi insomnio. Buen escritor… eso me inquieta, enciendo la lámpara y abro el cuaderno donde tengo todos mis cuentos, poemas, ensayos. Leo algunos y me desilusiono. Estoy de vuelta en mi mediocre verdad. El pesimismo esfuma de golpe mi Nobel y mi desastrosa literatura me hace saber que nuca tendré uno… pero todo es culpa de la discriminación de Morfeo, sino fuera por él, no imaginaria esa cosas.
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