Paisajes
Aquella puesta de sol
fue de no olvidar,
tendía un tul dorado
sobre las ondas de mar
como soplo divino
arrullando con su aliento,
como caricia de Dios,
sobre esas aguas bronceadas,
del paisaje de sueño,
aquella tarde que caía
y jamás podré olvidar.
Navegaba una fragata
sobre el manto azul dorado,
de aquel mar,
como señal del camino a la luz,
a la inmortal
e inacabable fuente de vida,
que tímido se guardaba,
al otro lado del mar,
donde los ojos no alcanzan
y se desea en el alma llegar.
Quieta adornaba la balsa
inamovible,
aunque ese mar se agitaba,
se ondulaba,
y parecían sollozar sus ondas,
o cantar,
aquella inmensidad natural
no es posible contar.
Inmensidad armoniosa,
cadenciosa, musical,
era el cuerpo de mi amada,
piel de canela dorada,
desnuda,
bañándome en sus aguas saladas,
cubriéndome la piel,
saciándome las ganas. |