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En el barrio lo llamaban El apuradito. Le gustaba el apodo que los chicos le habían puesto, a pesar de la cantidad de años que tenía a cuestas y que pesaban mas que una bolosa de piedras. Se sentía en las nubes al saber que todos lo tuvieran como a un hombre de movimientos ágiles, casi felinos cuando se trataba de llegar hacia cualquier lugar, ya a un grifo, a un restaurante, al cine, a las fiestas. El apuradito era parte de ese puñado de chicos alegres, era el centro de las reuniones sociales y el primero en meter esos atrevidos goles de mediacancha contra los visitantes de los barrios vecinos. En silencio agradecía que siempre lo tomaran en cuenta. No quería que nunca lo llegaran a señalar como el viejo inútil ese que ya no da para mas. Estamos hablando del legendario y bien recordado don Draucin Cornejo.
¿Que cómo era él?. A pesar de sus ochenta años bien vividos, su apariencia era la de un chiquillo dispuesto a enfrentarse a la adversidad y a darle pase doble a las aventuras que le salieran al frente. Era delgado como un cabello de ángel. Odiaba sus canas, no dejaba que esas intrusas flotaran en su lacia cabellera, a las rebeldes las pintadas de marrón con tinte D”Loreal que compraba en la farmacia Fasa. Su piel rosadita y sin arrugas se parecía a la de un recién nacido. Cuando los chicos le preguntaban cuál era el secreto de su apariencia juvenil decía échense grasa derretida de gallina y verán que la piel quedará suave como una sedita.
Todos los domingos por la tarde, compartía con Los Toritos un partidito de football en el parque Túpac Amaru. Los equipos, generalmente, eran los que vivían en las dos únicas cuadras sin salida que terminaban en el parque frente a la calle Independencia, en Magdalena. El vivía en la cuadra seis y se sentía dichoso que fuera aceptado en el barrio, como uno más del grupo juvenil. En cambio, no alternaba mucho con gente de su edad. los consideraba decadentes. Esos viejos gruñones –decía- me van a chupar toda mi vitalidad, es bueno tenerlos en raya, alejaditos de mí, nada de darles confianza, si no me hundo, mi madre, me hundo en el fango de la soledad.
Los días de semana el Apuradito del barrio estaba sujeto a una rutina que religiosamente cumplía, lo primero son mis deberes laborales, luego el placer, se repetía como un bendito, todos los dias antes de tomar el desayuno. Durante cincuenta años trabajó como inspector de mercados en el distrito de Barranco; nunca se le le hubiese ocurrirido la locura de cambiarse de trabajo ni aún por el doble o triple de su sueldo.
Nunca faltó al trabajo. No hay excusas para que me ausente de este apetecible lugar donde me gano el pan de cada día, solo podria hacerlo por algo excepcional.
Todas las mañanas se acercaba a los puestos del mercado Modelo y verificaba la limpieza de los alimentos cocinados. De pasadita, iba probando con su propia cuchara, las comidas que en fuentes, se exponían al público, provocativamente.
La pasaba bien. Estaba distraído, participando en la conversación de las caseritas, las placeras, los cargadores de bultos y las empleadas domésticas. Las conversaciones iban, venían mientras que él absorvía la mas variada información, con mucha gracia.
-No hay día en que deje de conocer las peleas, los enamoramientos, los divorcios, los nacimientos y mucho mas de este mundillo multicolor. !Cientos de historias tejidas a mi alrededor!. ¿quién diría que un mercado es el lugar perfecto para vivir mas vidas que las que tiene un gato callejero?.
Llevó una vida placentera que tranquilamente podría ser apetecida por muchos que están rodando sin tener un rumbo claro en sus vidas, despojada de todo aburrimiento. Hay dias en que suelen presentarse con un color diferente; así ocurrió cierta mañana antes del día del trabajo,cuando fué preso de suaves mareos y dolores intensos de cabeza. Sentía que le faltaba la respiración y transpiraba a mares.
-No me siento bien, le dijo a Teodolinda, la vendedora de papas rellenas.
-Siéntese en este banquito don Draucin, no se me vaya de patatús que ahi si me asustaría, se lo digo en serio, hágame caso –santiguándose con su mano bañada de aceite quemado.
Le sirvió una taza de té con anisado pero ni aún así recobró su fuerza para levanarse; seguía con el mismo color pálido y los ojos alicaídos. Se le formaron dos ojeras profundas y negras, como las de un emfermizo oso panda.
-Será mejor que vaya a su casa, ya no siga trabajando más. Con esa cara de espantajo que se trae, asustará a medio mundo.
-Gracias por el tecito. Nos vemos mañana doña Teo. Si viene mi jefe le dice que lo llamaré más tarde.
Era la primera vez que le sucedía esto. Se le había bajado la presión, de modo que el doctor le recomendó un descanso forzado de cuatro días.
En su ausencia, fue reemplazado por Marcelo, un antiguo vendedor de frutas de ese mismo Mercado. Desde el primer día, el suplente comprendió lo fácil y divertido que era trabajar como inspector. Ansiaba el puesto de don Draucin y maquinó una fórmula que dejaría al Apuradito muy mal parado, tenía la idea fija de indisponerlo ante el superior.
-Este es mi reporte del día, jefe. Aquí le traigo un inventario de todas las fallas que don Draucin no llegó a decirle sabe dios por qué razones. Las alcantarillas están atoradas con resíduos de comida; las puertas de los baños públicos no tienen cerrojos; los roedores se pasean como en su casa por las ollas de comida. Ah, lo más importante, en el escritorio de Draucín encontré estos periódicos pasados, con olor a guardado, apilados uno sobre otro con crucigramas hechos por él. Seguramente los hacía en sus horas de trabajo, en vez de estar dedicado a inspeccionar en cuerpo y alma.
-Muy bien, Marcelo. Está haciendo un buen trabajo.
-Gracias, jefe. Cuente con mi ayuda incondicional cuando me necesite.
La maquinación creada por Marcelo fué sigilosamente pensada, aprovechó la ausencia de su competidor para ir abonando el terreno en contra de Draucin. Tuvo la audacia de pagar a Rosendo, -el portero del Mercado- y a los barredores Fico y Lucas, antiguos amigos suyos, para que sirvieran de testigos de semejante mentira. La trama estaba perfectamente hilvanada.
Logró convencer a su jefe que don Draucin era un irresponsable; que se la pasaba leyendo el diario El Comercio, charlando y comiendo todo el dia relamiéndose a escondidas las fuentes que se exponían a la venta, en vez de verificar su contenido.
-Buenos días, le dijo don Draucín a su jefe, luego de sus cuatro días de descanso.
-No serán tan buenos para ti. Aquí tienes la orden de despido por la causal de negligencia en tus funciones. Hay testigos que han venido a declarar en tu contra, Draucin.
El pobre viejo se sumergió en la lectura de los documentos. Sintió que su pecosa mano y sus labios le temblaban como una gelatina y varias gotas de sudor frio le salieron al encuentro.
-Estos documentos no tienen validez. Todo esto es una farsa. !Estos testigos mienten!.
-Será mejor que empaques tus pertenencias. Tu ya no estás para este trabajo, todo
lo has hecho mal, Draucín; no hay remedio contigo. Estás despedido.
Un dolor intenso perforó el pecho de Draucin y un forado de ansiedad intensa se apoderó de su alma. Le estaban quitando lo más preciado que un hombre a su edad puede tener; ese trabajo era parte de su existencia, era el motor que le inspiró a vivir como jovencito con el cascarón de un viejo.
El plan de Marcelo Hurtado le salió de maravilla, pues ocupó el puesto que tenia don Draucin y le subieron el sueldo por haber contribuído en denunciar las supuestas fallas que encontró al iniciar sus labores.
Draucin consultó su caso con el abogado Marcelino Castillo a quien conocía desde niño; lo había visto crecer en su misma cuadra hasta que se convirtió en un reconocido abogado en San Isidro, zona pituca de Lima.
-Señor Draucin, le aseguro que ganaremos el caso. Pelearemos ante el Tribunal Constitucional para que recupere su trabajo.
Tuvo una defensa extraordinaria, los escritos que presentó el abogado fueron convincentes. Igual sucedió con las pruebas. Llevó a que declarasen a favor de su defendido, a la vendedora de papas rellenas y a los más de cincuenta vendedores de comida que atestiguaron sobre la excelente trayectoria de don Draucin. Presentó copiosos reconocimientos, medallas y diplomas que la propia Municipalidad le otorgó durante sus cincuenta años de servicio, sin haber faltado ni una vez al trabajo.
Un día viernes, tocaron la puerta del Apuradito. Recibió un correo del juzgado citando a su abogado a que hiciera la última defensa oral ante el tribunal. Ese mismo día se daría el fallo final.
-Por fin se acerca el día que tanto esperábamos. La suerte del fallo dependerá del alegato que yo haga. Recemos para que todo salga bien, don Draucin.
-Las gárgaras con limón son buenas para la garganta. No se olvide de hacerlas ese mismo día. También tiene que tomarse huevos crudos para que sus palabras le salgan como candela y quemen como fuego en el campo de batalla.
-Todo estará bajo control.
Llegó el día ansiado por los que estaban involucrados con la vida sentimental de Draucin. Todo el barrio se dió cita en el juzgado. Las amas de casa habían dejado sus labores a medias para no perderse la secuencia de todo el proceso; igualmente, no podían faltar sus amigos del alma, los Toritos.
El Abogado lanzó, uno a uno, los dardos punzantes de su florido verbo contra los abusivos del Municipio. Todo iba bien pero al voltear hacia el público, Marcelino se apenó que don Draucin todavía no llegara para que escuchara la pasión con la que estaba impregnada cada frase suya para devolverle la dignidad a su cliente.
La Sala hervía de gente. Fueron minutos culminantes pero la silla de don Draucin seguía vacía. Llegó el momento en que el presidente de la Sala pidió silencio para dar paso a la lectura del veredicto.
-Si no permanecen tranquilos el juicio será suspendido hasta que se recobre la tranquilidad.
Pasaron los minutos de tension y cuando el ambiente recobró su silencio, se dejaron escuchar tres martillasos que anunciaban el resultado. La sentencia fué favorable y accedió a cada uno de los reclamos formulados por la defensa. Don Draucin recuperó su puesto de inspector y se ordenó que la municipalidad le pagara doce sueldos para compensar el mal sabor y los gastos que este habia realizado.
Draucin llegó a tiempo para escuchar la lectura de esta sentencia. Todos aplaudieron de la emoción y los urras se dejaron escuchar en toda la Sala. A pesar de los esfuerzos de la autoridad para poner orden, se apoderó un sentimiento de alegría por el merecido resultado a favor del entrañable amigo del barrio.
Al fin se hizo justicia, se dijo Draucín, alzando los hombros y empinando su talle, insuflado de gratitud por la gente que hacía suya su alegría. Su corazón no resistió la fuerte emoción del momento y el derrame cerebral le bloqueó la respiración. No podia creer lo que estaba sintiendo. Demasiada felicidad concentrada en su agotado corazón.
-De felicidad también muere el hombre –alcanzó a decir en su ultimo suspiro-
Su cuerpo cedió a la presión del momento y cayó fulminado en el suelo como un globo desinflado. Nadie lo vió en ese momento.
Cuando el barullo de gente salió jubilosa para darle el encuentro, quedó paralizada frente a ese cuadro que tenían ante sus ojos. Ese día fue el mas triste para todos sus amigos del barrio y también para los vendedores del mercado.
Cada uno, en silencio, derramó una lágrima al pié de su tumba. Todos recuerdan a don Draucin como el Apuradito del barrio que conquistó el corazón de los chicos del barrio.
Un tinte D’Loreal y un pote de grasa de gallina quedaron como recuerdo, al pié de su lápida. A pesar de todo, a pesar de no estar mas con ellos se fué con la certeza que !había ganado!.

Texto agregado el 26-01-2009, y leído por 428 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
29-10-2010 Ejemplarizador relato, para reflexionar. Un abrazo. Mis 5* palujo
05-01-2010 Un texto que puede ser una lección de vida, muestra facetas de la condición humana, la envidia, la traición, la lealtad al trabajo, la amistad, se hacen presente en los personajes y sus actitudes. Me agradó leerlo. *****Afectuosos saludos. sagitarion
08-11-2009 Definitivo: soy tu admirador !***** pintorezco
25-02-2009 El relato es entretenido, pero en algunos momentos se sale de la realidad Primrose Primrose
25-02-2009 me hiso llorar, un magnifico trabajo , gracias por compartirlo. anggelbueno
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