Escribir es una pasión, un impulso que se produce en el interior de uno mismo. (1)
(maravillas)
¿Y pensar?... ¿Leer? ¿Escribir? ¿No será otra cosa que pensar? Se puede pensar sin escribir y sin leer. Se puede pensar sin que nuestro pensamiento toque al otro, sin transmitirlo. Ahora empiezo a entender algo mejor a la censura, a esa represión del pensamiento y la escritura que no lleva una exclusiva contención hacia el autor del pensamiento, porque éste seguirá pensando, sino que incluye también al lector. La censura arremete contra el lector principalmente, ya que no puede impedir al escritor pensar, aunque le impida expresar y difundir su pensamiento. La censura es una ladrona de la comunicación, una batahola de la información y la enemiga de la verdad. Una castaña pilonga que odia la luz de la palabra y por ende todo lo relacionado con el verdadero arte literario, que no es otra cosa que pensamiento escrito, nacido del sentimiento, las emociones o los sueños del hombre, siempre confinado en esa isla de tormentas.
La censura, (y no es una perogrullada), es el azote contra el perfeccionismo humano, ya que le impide al desarrollarse, aspirar a ese objetivo de nuestra vida: la comunicación con el otro, dificultando la acción del intercambio de pensamiento, actividad tan humana, como lo es el sufrimiento, la enfermedad o la muerte ¿Cómo si no se puede saber el crecimiento interior? ¿De qué manera podemos medir nuestro influjo y reflujo sin la comunicación con otras almas? Una burda medida para acallar las preguntas sobre las guerras, las injusticias, las ambiciones, impidiendo con ello esos signos estenográficos con letras, porque éstos quedan, permanecen, se filtran por la pupila irradiando al pensamiento con la misma intensidad que la música nos despierta la alegría.
¿Para qué escribe? Le preguntan a José Luis Sampedro. Y responde: “¡Hombre! Hay quien escribe para hacerse famoso, para ligar, para ganar dinero… Yo escribo por razón genética”. Y más adelante afirma: “ para mí es una necesidad vital”. Y esa necesidad vital a la que se refiere el escritor nace de esa otra necesidad interior por transmitir, por comunicar lo que vive, lo que siente y cómo lo siente. Cualquier asociación de escritores, reunión de café o conferencia que se precie de tal, llevará unido al encuentro el ateneo. Esa tribuna donde las ideas, en prosa o en verso, batallan subidas en el pensamiento filosófico, político, en el Rocinante de la Literatura o en el Clavileño de las utopías. En verso o en prosa el escritor batallará con su propio pensamiento, denunciando si es preciso o barriendo con sus palabras cualquier estupidez que se presente a la reunión. La diferencia entre un debate entre escritores o matasietes, es que a los primeros les sobran palabras para expresarse y defender sus ideas; mientras que a los segundos les sobra violencia ante la incapacidad para argumentar y defender su pensamiento e ideas. Recientemente hemos leído todos en la Mesa redonda las amenazas que “el tabano” le dirigía a “Ergozsoft”, intimidándolo con presentarse en su domicilio para propinarle un par de bofetadas; y también hemos vivido la represión informativa infringida por Israel a los medios de comunicación internacionales en su ofensiva militar contra Gaza. Claro que, tampoco he visto nunca censurar mentiras, sólo evidentes e indiscutibles realidades.
La censura es un acto de violencia a la libertad de expresión, un precipicio en el que se puede caer algún día clausurando a la literatura, invalidando el fluir del pensamiento, derogando el derecho de todos los ciudadanos del mundo a una información puntual y plural. Los censores seguirán con sus dogmas estúpidos, absurdos, sacados de contexto, que petulantemente llamarán “reglamento” o “protección”. Cuya finalidad en el fondo es explicarlo todo a su modo, excluyendo cualquier otra concepción sensata de la vida que pudiera poner al censor en cuestión.
¡Terrible!
(1) Nota:”El esfuerzo de escribir” Columna eliminada de esta página y que posteriormente fue rescatada de mi pc y publicada de nuevo en mi biografía.
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