En este “Tiovivo”
Hace una semana escribía una carta abierta a todos los usuarios de esta página, que se perdió entre la tecnología punta del Microsoft. En ella relataba toda una serie de acontecimientos vividos en este espacio. Quizás no exista ya esa necesidad de explicar la propia evidencia, porque así como no hay peor ciego que el que no quiere ver, también existe quien por muchas evidencias que se le acumulen ante los ojos, nunca las querrá reconocer. La evidencia, como la verdad, nunca está oculta a los ojos, ni cerrándolos.
Como dice José Luis Sampedro, siempre hay una minoría que manda y una mayoría que obedece. La primera ejerciendo su poder en nombre de sus intereses a los que llama “el bien común”. Pero entre esa otra mayoría, no todos obedecen, entre la mayoría sometida existe una minoría crítica y disconforme, que lucha por el cambio, no entendido éste como un cambio del reglamento existente, sino por una justa y coherente aplicación del reglamento a todos los usuarios por igual. Pero los reaccionarios siempre están dispuestos, para el disfrute de sus privilegios, a interponer muros, diques a las palabras, incluso se permiten el derecho a eliminarlas y bloquearlas o a interpretarlas a su particular gusto y conveniencia.
¿Existe mayor violencia en una página literaria?
Muchos callarán porque dependerán de lo que considere útil o necesario los que ostentan el “supremo” poder.
Amordazar la palabra:
Amordaza la palabra quien la quiere encasillar en no sé qué “cajón de sastre” al que llama “literatura”. Como si la literatura se pudiera encasillar en un tema o en una precisa y muy localizada emoción humana. No quiero cansar a los lectores sobre el amplio y vasto campo sembrado de palabras al que llamamos Literatura, ese conjunto universal de producciones, que utiliza la lengua como medio de expresión, con el único objetivo de comunicar, de dialogar, de abrirse al otro y tocarle ya sea con una caricia, una complicidad de pensamiento o una sacudida de conciencia. Todo tiene cabida en esa comunicación literaria, en la que el emisor (escritor) busca con su mensaje al receptor (lector).
Cada emisor tiene su propio receptor. En la llamada Literatura comprometida o social, cualquiera de sus mensajes llevan el mismo objetivo: denunciar, relacionar los hechos que se viven prioritariamente y reflejarlos en su escritura. Pero imaginemos por un breve segundo, que un “receptor” de ese mensaje se pasara todo el tiempo increpando al emisor de la inutilidad de su mensaje, o en el peor de los casos acusándole de escribir sobre un “tema gastado”. Seguramente el escritor, con muy buenas palabras, sin mandarle a la mismísima mierda, le aconsejaría que se buscara otro emisor, y pasara por alto su mensaje, ya que su obra es escritura de compromiso ¿Pero qué haría ese mismo escritor, si durante días y días ese equivocado receptor del mensaje siguiera insistiendo en la inoportunidad de sus palabras? Les dejo a todos ustedes la respuesta.
Y por último les dejo acompañados de una excelente reflexión del compañero, Carlos Fernández Liria, que en “El Viejo topo” nos recuerda a todos en su artículo “Los diez mandamientos y el siglo XXI” esa fácil licencia: caer en la errónea tentación de la inocencia:
“La verdadera cuestión moral es qué responsabilidad tenemos en que determinadas estructuras perduren y qué estaría en nuestra mano hacer para sustituirlas por otras. Es obvio que eso pasa por la acción política organizada y no por el voluntarismo moral que intenta inútilmente apartarse de la maquinaria del sistema. No es a fuerza de no mover las fichas o de moverlas lo menos posible como se consigue dejar de jugar al ajedrez, si eso es lo que se pretende. Para dejar de jugar al ajedrez y comenzar a jugar al parchís hay que cambiar de tablero. Si no, lo único que se logra es perder el juego, y el juego del ajedrez, no del parchís. No sé si se capta el mensaje: vivimos en un mundo tan inmoral que no tiene soluciones morales, aquí no valen más que soluciones políticas y económicas muy radicales. Y la única cuestión moral relevante que todavía tenemos sobre la mesa es la de qué tendríamos la obligación de estar haciendo políticamente para que el mundo dejara de jugar en este tablero económico genocida. La cuestión no es la de si puedo beber menos coca cola o llamar menos por el móvil para participar lo menos posible en esta matanza. La cuestión es cómo y de qué manera atacar los centros de poder que la generan. Mi responsabilidad en la matanza no es la de llamar por el móvil. Mi responsabilidad es la de aceptar vivir en un mundo en el que llamar por el móvil tiene algo que ver no sé con qué guerras en el continente africano. Es el mundo lo que es intolerable, no nosotros. Pero sí es intolerable que aceptemos de brazos cruzados un mundo intolerable.
Es grotesca la indiferencia que ha habido en la reflexión ética de los medios académicos europeos y estadounidenses hacia el concepto de “pecado estructural” y, en general, respecto a toda la filosofía de la Teología de la Liberación. Se trataba de lo único interesante que parió el siglo XX en el campo de la ética, pero la Academia estaba demasiado ocupada en intentar comprender a Derrida y en hacer el payaso con el dilema del prisionero. Para ser justos, hay que recordar que mucho antes de que la Teología de la liberación planteara el problema, lo teníamos ya abordado con mucha contundencia en la historia de la filosofía por filósofos como Jean Paul Sartre o Bertolt Brecht. Claro que Sartre no está tan de moda como Hannah Arendt, porque Sartre era comunista, así es que se le lee bastante poco actualmente. Sartre había explicado muy bien por qué la elección moral no tenía que ver con elegirnos buenos a nosotros mismos, sino con elegir un mundo bueno. Elegir ser bueno en un mundo en el que no se necesita pecar para vivir de la injusticia que se comete sobre los demás, es, sencillamente hacerte cómplice, no de un crimen, sino, como decía Anders, de “todo un sistema de crímenes”. “
Y es que por más extraño que nos parezca, de todo lo que pasa, aquí, allá o acullá todos tenemos una responsabilidad con los hechos, por activo o por pasivo. No caigamos en esa fácil tentación de la inocencia.
Alicia Cora
Enero 2009
Nota: Recomiendo especialmente a los lectores de esta primera reflexión (vendrán más) la obra de Alfonso Sastre “La mordaza”.
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