Como resultado de mi nueva obsesión, he decidido asesinar a una mujer. ¿Por qué? podrían preguntarse, ¿Porque habría alguien de querer semejante atrocidad? Es sencillo, aunque dudo que mis motivos satisfagan su lógica. Tampoco espero que me entiendan o simpaticen conmigo. Por lo cual no pretenderé justificarme, soy culpable en todos los sentidos y estoy totalmente consciente de mis actos; meramente véanlo como una cortesía a su curiosidad.
Se que han tenido la oportunidad de tener en sus manos la vida de una cucaracha, un matamoscas en la mano y una mosca en la pared, una naranja a punto de ser comida, una casa a punto de ser demolida, un ensayo escrito y desechado por faltas ortográficas, etc. Frágiles y desprotegidos, sus vidas dependen de nuestra lógica y premisas. Tenemos control y poder. Somos emperadores y verdugos. El poder es una sensación muy adictiva y placentera.
¿Porque los matamos? ¿Por qué son descartados como inservibles? ¿Somos, acaso, mejores que ellos? ¿Costumbre? Cualquiera que sea su respuesta, puede ser descartada por alguna otra lógica que le contradiga. Entonces, ¿Quién decide lo que esta bien y lo que esta mal? (aunque no lo crean, yo no mato cucarachas, por esta misma razón). Caí en cuenta que es algo personal, cada quien debe responder esas preguntas basándose en lo que cada quien considere lo que es “mejor”… Así que empecé a admirar la belleza en el concepto. Tengo plena libertad de decisión; de llegar a mi propia y personal (e irrefutable) premisa:
Lo hacemos porque podemos.
Teniendo esto en mente, empecé a maquinar en mi cabeza la sensación de poder que produce la destrucción. Con la belleza viene implícita la tentación de deshacerla.
Cada vez que veía en un supermercado, una perfecta pirámide de papeles de baño, apilados con perfección y simetría, me inundaba una sensación terrible de querer tumbarlos, y verlos desplomarse. Pensaba en el tiempo que le habría tomado a un empleaducho lograr semejante obra de arte, y el tiempo que me tomaría destruirla.
Hay más belleza en la destrucción que en la creación. Si el cajero me hacía una mala cara, u olvidaba decirme “buenas tardes” pensaba, “si fueras una cucaracha, ya te habría aplastado, por irrespetuosa”.
Empezaba a envidiar la sensación de poder que debieron haber tenido los que trajeron abajo las torres gemelas. Ver el orgullo de una nación desplomarse. Invaluable.
Pera la idea protagonista de esta historia, llego a mí, haciendo línea en una cafetería. Yo sólo quería mi dosis matutina de cafeína, pero, encontré más de lo que buscaba: Encontré inspiración.
En la línea, estaba frente a mí, una pared rubia hablando por celular. Este tipo de mujeres, las copias “Paris-Marilyn-Hepburn-Anderson” siempre las he despechado; puedes oler la superficialidad a kilómetros. El mundo las considera como el estándar en belleza y sensualidad; yo las considero como el error de nuestra sociedad, la representación en carne viva de todo lo que esta mal en nuestro planeta, el motor de un imperio dirigido hacia la idiotez total. Alguien debería…
Sentí cómo arriba de la mollera se me prendió un foco de 60 watts.
- Si, alguien debería… -me dije en voz baja-.
Obviamente el nuevo proyecto que emprendería, necesitaría ser planeado y ejecutado a la perfección. Cualquier error podría llevarme a pasar el resto de mi vida en prisión; algo que no sería muy bueno que digamos.
Todo lo que necesitaba para salir impune, era un chivo expiatorio, un pase de salida… Siempre y cuando la policía tenga a alguien a quien apuntar el dedo, no desperdiciarán tiempo ni dinero tratando de encontrar la verdad (en otras palabras, tratando de buscarme). Lo he visto suceder muchas veces. Y ya tenía a alguien en mente.
Leandro Valles trabaja conmigo, es un ser repugnante, el tipo de persona que llega y te cuenta (sin preguntarle) todas y cada una de sus aventuras sexuales. Le da igual si es hombre o mujer a quien le cuenta, si te conoce o no, detalla hasta lo que no quieres oír. Uno creería que tendría pudor al contar que se cogió a una parquera 20 años mayor que él (y de unos 100 Kg.), pero en realidad no.
Este tipo, se refería a todas las mujeres como “mija” y a todos los hombres como “compadre”. Le gustaba usar botas, camisas desfajadas y desabotonadas del pecho (para dejar ver su crucifijo de oro). Toda su familia estaba en Odessa, Estados Unidos, él fue deportado y de momento estaba viviendo aquí, en la frontera, en lo que tramitaba su residencia.
A pesar de ser un completo imbécil, me caía muy bien. Cuando me veía comer solo en la cafetería, siempre llegaba a hacerme compañía; a hablar de sus asquerosidades, pero, nunca me dejó comiendo solo.
El era, el candidato perfecto. Alguien fácil de manipular, solo en la ciudad, alguien que disfrutaría arruinar su vida y a la vez me sentiría algo culpable (soy católico). Todo lo que buscaba.
Convencí fácilmente a Leandro. Le dije que había conocido a 2 desnudistas en un bar (una vil mentira), que habían acordado en salir conmigo y que necesitaba alguien que me acompañara para entretener a la otra, “dos para dos” le decía. Aun no terminaba de hablar y ya me estaba preguntando cuando.
- El viernes –le dije-.
- ¿A que horas compadre? – me preguntó emocionado, pobre, apenas podía contener la sonrisa-.
- Mira, yo voy me voy a ver con ellas en “El Coyote” a las 9. Lo que podemos hacer es esto, tu rentas un cuarto en el “Comodoro”, di que solo vas a ser tú, así no nos van a estar checando cada media hora, compras unas botellas: vodka, tequila y cuanto se te ocurra, entre mas pedas estén, mejor para nosotros, y yo llego con ellas entre 9:30 y 10:00; y empezamos el cotorreo. ¿Va?
- ¡Va cabrón! ¡Hijo de su pinche madre, va a estar cabronsotote compadre! – me dijo estrujando bruscamente mi hombre, casi lo disloca-.
Llegado el viernes, esperé paciente sentado en la esquina de mi cama, a que dieran las 9:30. Miraba fijamente el reloj, la mochila y la botella de cloroformo. En mi mente repetía el plan, paso por paso para asegurar que no me fuera a equivocar. Me sentía entusiasmado y ansioso, como cuando vas a salir en tu primera cita, dar tu primer beso o perder tu virginidad.
Dadas exactamente las 9 y media, suspiré, me levanté y me dije “a matar” mientras me acomodaba la mochila a la espalda; en esos momentos, disfrutas tanto los clichés pretenciosos, que hasta eran pequeñas bromas privadas.
Me fui en camión al hotel, esto para que no vieran mi auto. Llegado al hotel, marqué de un teléfono público a Leandro para preguntarle en que cuarto estaba.
- ¡En el 201 compadre, segundo piso, enseguida de la alberca! –me dijo casi gritando, creo que estaba muy emocionado-.
- Voy para allá – le dije serio y le colgué-.
Toqué 3 veces la puerta del 201. Ya llevaba puesto unos guantes de látex, una sonrisa y un pañuelo empapado en cloroformo. Leandro abre, con la camisa ya desabrochada; su pecho peludo se asombra al verme solo.
- ¿Y las morras?
- Ahí vienen, detrás de mí, ya sabes como son lentas.
- Ah pinches morras, pásale...
Me adentro al cuarto, cerrando la puerta detrás de mi y poniéndole el seguro, Leandro de espaldas a mi, se dirigía hacia las botellas que ya tenía alineaditas en la cama.
- Mira compadrito, compré…
Lo interrumpí lanzándome en su espalda y poniéndole el pañuelo en la boca y nariz. Con el pánico se balanceaba de un lado a otro, podía sentir las bocanadotas de aire en mi palma, hasta que su cuerpo fue cediendo, lo bajé lentamente y lo deje caer en el piso. Le quité su ropa, dejándolo en calzones, lo amarré con corbatitas plásticas y amordacé su boca con su propio calcetín oloroso y cinta adhesiva (de la gris). Lo arrastré hasta la bañera, lo metí, cerré la cortina y posteriormente la puerta del baño.
Me puse su ropa, sus botas y su sombrero vaquero; tomé las llaves de su camioneta y me dirigí al lobby.
- Voy a salir compadrito, ahorita regreso… - le dije al empleado del mostrador con mi mejor imitación de Leandro-
Encendí su camioneta y me detuve a pensar “en verdad estoy haciendo esto”. Sonreí y la arranqué. Era hora de encontrar a esa mujer.
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