Una lágrima de Dios va rodado en mi mejilla, lentamente y susurrándome un “te quiero”. Me despierta y me levanta esta gota solitaria, que me sienta y que me inspira, obligándole a mi mano a que escriba un par de líneas. Y en la mesa a medianoche se van las riendas de mis manos y se aferran mis dedos a mi pluma azul, como se aferra a la vida el alma de un moribundo.
Una lágrima salada es mi consuelo. Es la voz de Dios en su saludo mañanero. Es el milagro de la noche oscura. El milagro de un nuevo amanecer. La respuesta a la triste plegaria de un alma desgarrada. Una lagrima de Dios susurrándome un “te quiero”.