PAPILOMA BED
“No hay peor miedo que el que se siente cuando no se siente nada”
Chaplin, El gran Dictador.
He cambiado de hábitos estos días. En primer lugar limpié cada pertenencia mía con pañitos húmedos para bebes, para recoger mejor el polvo que se ancla en la inmutabilidad de las cosas, y para darle un olor más agradable a éstas. Empecé con los libros, luego con los muebles, las lámparas, los cuadernos, las estatuillas y porcelanas y hasta las ventanas y dinteles. En dos meses no salí de casa, para proporcionarme un poco de aislamiento; me bañé todos los días con abundante alcohol industrial como para liberarme de esa mancha demiúrgica que me incomoda en todo el cuerpo. Encerrado a pensar en el más deplorable ocio me convertí en un ser desconocido para mi mismo, incluso ingenioso en los momentos más lúcidos, que eran los más pocos; de ése tiempo tengo todavía como resultado una torre Eiffel construida con palillos de madera y pegados con silicona. Una cabina grande de vidrio transparente con un nido de hormigas, un laberinto que ocupa el espacio de tres mesas de billar, para que deambularan errantes a su antojo una pareja de ratas blancas, y finalmente unas desgarbadas pinturas, unas poesías retorcidas y unas cuantas lecturas y películas. Fue un gusto recrearme con las obras completas de Fernando Pessoa y de Giovanni Papini, un Atlas geográfico que me daba hasta la cintura, y un compendio de mitos y leyendas para reírme un poco y ahuyentar el mal de imaginación; recuerdo también que hice juegos mentales, y, consecuente con ello no sé por qué terminé masturbándome con gasolina imaginándome a Yayita, la novia de Condorito; además me depilé con un cuchillo de madera embardunado hasta rebasarme el cuerpo con arequipe de balú.
No le conté estas cosas a mi sobrina, que siendo la única persona cercana, fue a verme en el último tercio de tiempo que estuve encerrado. En esos días cuando llegó, me encontró flaco, más de lo que soy, y raro según la expresión de su cara, y cuando se dio cuenta de las últimas cosas por sucedánea sugestión, le echó la culpa de mi comportamiento a algunas películas de Fellini y de Hithcoch que tenía en la mesa de centro, pero finalmente y después de una semana de desconsolada insistencia me convenció de salir a la calle, me obligó a comprar ropa, toda de su gusto, y me metió a un salón de belleza para que me afeitaran y me arreglaran el cabello. En contra de mi voluntad me deje llevar por ella, sabiendo de antemano que lo hacía con una ternura indestructible que dejaba mi tenacidad y terquedad por el suelo. Fuimos a almorzar a un restaurante italiano, que fue mi elección, y luego más por capricho que por elección compramos unos libros de Samuel Becket y alguno de Paul Auster. Después Fuimos al cine y a comer helado ésta vez de su elección. Terminamos en una excelente velada bailando y bebiendo en mi casa y por un instante empezó un karma de otro rostro que se dibujaba y se desdibujaba en sus líneas faciales y me remitió al ineludible origen que peleaba por hacerse presente.
2
Me embarga un terrible dolor en el entrecejo, empezó como un tenue dolor ahí mismo en la frente y siguió en aumento. Cuando me inclino pareciera que cayera de bruces a causa de ese dolor que se concentra en mis ojos. Compré ropa hoy. Un jean cómodo, unas zapatillas blancas, unas camisetas vinotintas y una chaqueta de cuero negra. Llegué a mi casa y miré dos horas un programa de Animal Planet, de hormigas. Me tomé cuatro botellas de vino fumé 5 cajetillas de marlboro y así amortigüe el dolor del entrecejo y después ya por la noche, me fui donde ella.
Ella es eterna. No es voluptuosa, pero sus senos y caderas tienen música, su risa es seca y su voz es frágil y se torna hosca cuando se disgusta. Tiene 35 años y es madre de 3 hijos, es muy delicada y fetichista para elegir sus gustos. Hay algo, sin embargo, en su vientre que llora, que se lamenta y lo vislumbra en sus gestos. La conocí hace 8 días en una noche, a cuya cena fui invitado no por ella sino tal vez por el destino. Cuando me miró, sencillamente la miré, la miré con ternura y le hablé muy claro de las cosas de la vida; ella me miraba atenta sin discernir las tácticas que utilicé reinventando el azar, para cautivar sus ojos y sin sugerir que su táctica era sólo reflejar la mía, porque en el juego no siempre las estrategias se utilizan hasta haber encontrado, así sea a la mitad del segmento, la adecuada. Tampoco el que corre más rápido es siempre el primero en llegar. Luego como si una espiral nos agarrara hacia el centro, cedimos como imanes irresistibles a la atracción. Fue aquella noche que me llamó en su desasosiego, aquella intranquilidad abstracta que ronda el pecho, ésa desesperación mística que por virtud decrépita nos lanza a todos, me lanzó también a ella. Me resigné a quedarme callado y dejar actuar el desaforado rumbo de lo invencible, entregar la voluntad a un solo instante, que requirió de toda aquella magia irreprimible para que fuese hecho. Era inmortal, si. Era inmortal porque su vientre lo decía socavando cualquier manifestación humana, desquiciando las venas en cataclismos sobrenaturales. Y allí, desde el instante en que vertió sus 35 años de vida sobre mis 8 días sobre la tierra, me internó en un cristal congelado, después de besarme hasta la sombra, y en un ritual, casi de sagrada disciplina terminamos haciendo el amor todos los días.
Su esposo era excelente persona, ejemplar, muy detallista, pero ella lo odiaba, el hombre era bien feo, pero lo que más resaltaba en él era su talento, era arquitecto. Me impresionó siempre en grado sumo las estructuras y maquetas que tenía en la casa, desde copias del Chichón Itzá hasta mezquitas musulmanas y Taj Mahal. Sus hijos por otra parte seguían a su padre, el mayor tenía en su habitación un complejo hecho en material reciclable del aeropuerto de Tokio. Aparentemente no les faltaba nada y se querían mucho pero este hogar tenía un odio profundo creado por la distancia, el esposo amoroso, sufrido, entregado, tenía un error garrafal: Viajaba mucho; y yo aprovechaba su ausencia fría del lado derecho de la cama, para ocuparla. Por otro lado ella era hacendosa, muy de la casa, excelente esposa, excelente madre virtuosa y emprendedora, y bajo éste panorama, pareciera que fuera una mujer perfecta para su esposo, pero solo tenía un pequeño defecto, realmente muy complejo en comparación con todas sus cualidades: era infiel. Y yo era el verdugo en medio de una inquisición ajena. Pero pasé a ser víctima después de rebasar todos los límites y rayar todos los excesos, de caminar siempre en la cuerda floja sosteniendo un elefante en los hombros, con ella realizamos hasta lo inimaginable, nos escapábamos obviándonos del mundo entero como dos prófugos convictos y ante tal tragedia pareciese que el cansancio hubiese huido como un perro ofendido y miedoso por el látigo. Todo eran moteles, licores, droga, dinero, diversión, derroche, risas; pero llegó un momento de psicodelia, de oscuridad, de ruido y luego un silencio prolongado, casi inexplicable donde me golpeaba el pecho con sus manitas y lloraba sordamente. Los últimos días que la visite me comentó con más calma que tenía cáncer a causa de un papiloma injerto en su vientre. Yo estaba contagiado. Igual renunciando al suplicio, seguimos amándonos bajo el mismo techo y sobre la misma cama. Tal virus no me afectaba a mí sino sólo a las mujeres con quienes me acostase. Le seguí haciendo el amor, a petición suya incluso unas horas antes de que se suicidara regando su sangre de la alta horca a la cama donde tantas veces compartimos el cuerpo. Su esposo casi se vuelve loco, y por unos días fuimos amigos aunque siempre permanecí inconfeso ante él. Tal acontecimiento sacudió mi mente hasta llegar a confundir las cosas de manera que decidí cambiar de hábitos. Todo lo limpio con pañitos húmedos, incluso el entrecejo que duele y me fastidia.
3.
Todo este recuerdo pasó como un rayo en mi memoria, mientras lentamente bailaba con mi sobrina, mi querida sobrina, nunca había bailado con ella, ceñí su talle y toqué sus labios con los míos imaginándome un rostro pasado que no era el de ella. Lo estaba esperando, lo sé pero igual no lo aprobó. Esta mañana se fue con el papiloma en las entrañas y yo sólo la despedí sentado en mi desgracia vacilando con el arsénico y el vodka que tenía frente a mí.
Pedro Nadja.
23-09-08
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