Todo tiene sentido. El propósito se desmorona cuando deja de serlo. A veces, nunca tiene que existir en la lista de pendientes nuestros. Solo debe provocarse, ejecutarse, y disfrutarse tanto como dure. Y no pensar en la duración.
Pensemos en el pie que me queda lastimado cuando me siento sobre él. Pensemos en lo que me representa, estando tan cómoda sobre él porque la silla no me alcanza a subir y quedo muy baja cuando me siento. No hay dinero para otra, así que el dolor del pie está justificado porque necesito escribir. Me siento sobre él, tratando de no durar periodos largos. Pienso en la almohada para reemplazarlo y así no tener esa molestia luego de sentirlo lastimado y torcido. Y así mismo, eres tú.
Me duras poco, pero me alegras el día. Me haces sentir adrenalina cuando me propones escuchar contigo música en un bar peligroso. Eres temporal, estás tapado en la lejanía por ser tan desconocido pero tan cercano a la vez, pero me alegras el día porque lo necesito para no aburrirme. Siento por fin un aire parecido a lo que vivían otros por mí. Eres mi alivio, aunque no vaya contigo a tu plan, aunque nunca nos vieramos. Me alegra saber que te tengo, con tu cabello largo, tus facciones rudas, y tu forma de ser concreta, directa y transparente. Eso me encanta. Y más aún vivir la idea mía de poder bailar contigo, tenerte cerca y dejar que lo imaginado suceda.
Me incitas a pensar en lo que me enciende internamente. Tengo frío, mucho frío, y abrigada me haces sentir que puedo estar cálidamente provocada, estando tú tan lejos y yo tan prevenida. Por un rato me dejo sacar palabras que no debiera, aunque me represente quedar como la fácil, como la ardiente. Necesitaba desahogar tanta energía y fuego acumulados, y tú lo facilitas tanto. Me arden los ojos, por la rabia y el cansancio, tengo que dejarte, pero ya encendiste esa llama. Al otro día ha pasado la euforia, y estoy tan aterrizada que quisiera con cierta pena no encontrarme contigo. Pero la llama lo pide, y no me escondo más porque debo ser honesta conmigo. Por lo menos tenerme a mí misma como amiga honesta y sensata.
Me hiciste feliz con tu voz y energía forasteras. Tengo aún esa energía en los oídos, porque avivas la sonrisa que me sacas por ahora. Porque eres el único que se atreve, y que lo logra. A pesar de saber que aún nos estamos conociendo, el tatuaje que llevas en la espalda me motiva a describirte como agradable y no como indeseable. Me hace pensar en aceptar el helado que propusiste, y en la charla amena que me dijiste. No creo en la negación de las intenciones. Tampoco creo en la firmeza de tus palabras, o en las mías. Me arriesgo, pero me agradas. Crees en que lo eres, valiendo nada lo que los otros han pensado. Te arriesgas. Eso también me encanta.
Y te llamas tan diferente. Te haces visible en tres voces tan distintas. Hay una cuarta que te desconozco, pero que está por revelarse. Me encanta no estar. Me encanta que no hayan coincidencias, porque eso lo hace bastante interesante. Me encanta que existan motivaciones, sin importar qué tan buenas sean.
A tu otra voz, la pasada recientemente, aún me excita recordarla. Me agrada que te confundas creyéndote dueño de mis palabras, cuando solo yo sé a quiénes les estoy escribiendo esto. A esta última voz tuya, este último nombre tuyo borrado de mi celular, voy a tener que enseñarle cómo van las cosas esta vez.
Que bueno que haya aprendido. Que bueno sentir tantas voces, tantos nombres, y un solo placer magnificado. Ya puse la almohada, estoy sentada sobre ella, pero de seguro volveré a poner el pie de vez en cuando.
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