Reposición.
La Princesa Uriana acudía todas las tardes al muelle con la esperanza de ver anclar el barco en el cual llegaría su príncipe añorado. La primera vez que él le dijo: “mí niña linda”, creyó ser la protagonista de los cuentos de Hadas; y cuando le susurró al oído: “te quiero”, perdió los sentidos y cayó derrotada. Su corazón galopante, como las aguas del mar, reventaba en las piedras para formar arrecifes coralinos; sensaciones multicolores se apoderaban de su ser como besos cristalinos de azul hipnotizante.
Trajeada con su túnica blanca, adornada con ribetes de oro, como correspondía a la casta indígena a la cual pertenecía, salió a atisbar el barco tan esperado. Su pensamiento volaba adonde no existe el tiempo, inventando la vida y desmenuzando sueños. Su corazón se expandía, aventurándose a un mundo de ilusiones, elevándose como Diosa y espíritu, pensando que había conquistado el corazón de su amado.
Las horas pasaban; siglos transcurrieron en el alma de Uriana. La luz se transformaba en oscuridad y la vida en muerte. Nada se veía en el horizonte; sus esperanzas caían como hojas de otoño arrastradas por el viento. De pronto, como entre nubes de incienso, apareció un pequeño bote, del cual bajó un marinero. Ella se acercó a la playa. El hombre le entregó un sobre lacrado con un sello real y le comunicó que el barco de su príncipe había atracado en otro puerto.
Uriana abrió el sobre y, mientras lo leía, sintió como una gélida brisa azotaba sus pies; cayendo de rodillas, enloqueció de dolor. De sus ojos brotaban pétalos de sangre, bañando su cuerpo. Miró al cielo roto que trasudaba estrellas, compañeras fieles de sus sueños inconclusos, ya no tan brillantes como las de otras noches, porque lloraban con ella toda su tragedia.
Con una piedrita de arcilla roja que encontró en la orilla, escribió un mensaje en un papel que sacó de su túnica blanca. Se quedó dormida. Al día siguiente, la encontraron muerta. Llamaron al médico del palacio real. Su diagnóstico rezaba: murió la princesa del acantilado. Ha muerto de pena, esperando a su amado.
Cuando su cuerpo era trasladado al castillo, consiguieron en su mano izquierda la carta de su amado; y en la derecha, el mensaje escrito por ella.
La misiva de su príncipe sólo decía: tu sueño fue una fantasía inspirada por un deseo, una historia ardorosa y sublime, de pasión y sentimientos, pero como ocurre en todos los sueños, es sólo un argumento que se auto inventa.
En el mensaje de Uriana se leía: te amé ocultamente, soñaba contigo en la basta inmensidad de tus aguas cristalinas, pero ya no puedo más con mi silencio. |