(Este texto lo encontré después de 2 años (apróx.) de estar extraviado, dudé en enviarlo a la página de cuentos porque pareciera su contenido un tanto complicado, pero después me dijo: quisiera saber qué opinan los amigos de la página de cuentos de este escrito. Allí lo dejo)
Diálogo inconcluso de almas solitarias en busca de la cueva, fue lo que pensé cuando te vi en el espejo. Me acerqué. Te vi, me vi. El espejo me trago. Dentro del espejo había un mar. Yo estaba mareado. Nunca me había ocurrido eso de que un espejo me tragara. El mar era cálido, como la piel de la mujer excitada. Me sumergí o fui sumergido, no sé. Profundidad y amplitud. Corrientes y presión. Temores antiguos acudían a mí, recordé cuando nadé por primera vez, con valentía y temor infantil. Las olas me zarandearon. Salí a la superficie, dejé el espejo. Estabas allí, esperándome, con el espejo en tus manos, mirando tu rostro. El mismo que vi cuando fui tragado por el espejo.
Me llamaste. Me extrañó que lo hicieras por mi nombre. Perspicaz acudí. Ya tengo el marco del espejo –me dijiste. Quedé pensativo. ¿Será verdad? ¿No tiene porqué mentir? Muéstramelo –solicité. Sacó del saco gris y deshilado el marco color madera. Quedé petrificado. Lo tomé, lo observé y lo dejé. Me alejé con una pesada carga. Pero antes, me preguntó a dónde iba. A la taberna –le respondí, sin voltear. Te acompaño –afirmó. Acto seguido se cambió la vestimenta. Yo esperaba afuera. Ella traspasó el umbral. Me miró con intensidad. Corrió hacia mí, me tomó de la mano y me hizo correr.
Todo estaba alumbrado. La luz salía por todo agujero. La música era alegre. Algunos bailaban, otros tomaban y el resto hablaba animadamente. Al llegar, nos acercamos al centro y comenzamos a bailar. Su vestido blanco rozaba con mi pantalón negro. Ella me abrazaba, brincaba y hablaba mucho. Parecía borracha. Del techo saltó una rana. Caminaba por el mostrador. Me miró, yo la acaricié, ella sonrió. Pero brincó y cayó en el sombrero de una señora y allí quedó como adorno.
Me percaté que todos hablaban, embriagados; que sólo ella y yo bailábamos. Salimos. Tropecé con el marco de la puerta. Le di un punta pie. Caminamos hasta cansarnos. Ella estaba serena, su voz era acogedora, como el canto de las golondrinas en verano. Llegamos a la casa. Ella se echó en la alfombra, como muerta. Me le acerqué. Vi sus ojos, espectrales. Parecía llamarada seductora. Puse mi nariz en la suya, pesé su aliento. Tocó mis labios con sus dedos. Toqué sus labios con los míos. Ella apretó mis manos con las suyas. Las paredes blancas se derretían con la vela. Todo lo que había en la pared se consumía… excepto el espejo que parecía agua.
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