Una vez escuché que la única diferencia entre un sádico y un dentista es que el sádico tiene revistas más nuevas. Creo que hay otra diferencia mas sustancial, y es que la gran mayoría de las personas jamás le pagaría a un sádico por desarrollar su "hobby" en nuestras personas.
Estas eran algunas de mis reflexiones mientras mi interlocutora hablaba e intentaba serenarme.
- Relájate que no duele- la frase más escuchada de la historia cada vez que se hace mención a un odontólogo.
Yo no me atrevía a abrir la boca, sabia que sería mi perdición. Esperaba cándidamente que al callar y esperar, me fuese posible evitar la angustia que se me aproximaba.
Todo era cierto, que los dientes cuando viejo, que el dolor, que el precio sería mayor. Qué manera de hablar esa mujer, definitivamente jamás contraeré nupcias con una dentista. Una mujer que no te deje hablar es suplicio, pero una que exija que abras la boca, es una tortura.
Desde niño tuve una fobia inexplicable a los dentistas y a todo lo que los rodeara, excepto una vez hace muchos años, en que tuve un pololeo con la hija de un dentista, relación que en realidad fue más como una catarsis aunque bien podría tomarse como una venganza.
Ella siguió hablando, casi podía observar como me tomaba de la mano para llevarme al matadero. Me explicó las bondades de la anestesia, que todo es diferente ahora, que hace 16 años, la última vez que me vieron los dientes, la tecnología no era la de ahora (aunque estoy seguro que hace 16 años los dentistas decían lo mismo).
Yo dejé que mi mente divague, si le prestaba atención a esa mujer me volvería loco, debía tratar de olvidar, pero mis pensamientos tenían una sola dirección, y es la que no quería seguir con mi ser físico.
¿Por qué los dentistas insisten en que no se grite en su consulta? Deberían establecer una tarifa especial para los que somos gritones y dejarnos tranquilos, quizás sería menos penoso el vía crucis molar. ¿Dónde queda nuestro derecho a pataleo? La Constitución debería garantizar expresamente el derecho a quejarse en el sillón del torturador.
Ya no quería estar ahí, debía salir urgente de ese lugar, aunque sabía que la única forma de zafar de todo aquello era abriendo dócilmente mi boca:
- Si mi amor, mañana voy al dentista. |