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El aviso decía:"ALQUILO AMPLIO LOCAL AL FRENTE".
Yo había hecho algunos viajes al exterior vendiendo de todo: cuadros, vajilla, ropa y hasta había hecho algunos "revoleos" no del todo legales. Pero no me importaba tanto porque mi meta era regresar a Tres Arroyos y comenzar a trabajar en el rubro inmobiliario.
Mi socia me había dado bandera verde para conseguir un lugar para la oficina, lo más cerca del centro que fuera posible, aunque se hacia difícil por el escaso presupuesto con que contábamos.
Así las cosas, quise ver el local del aviso que estaba -¿aún estará?- en pleno centro comercial. Me sorprendió ser el primero (y el único) en concurrir, según me lo aseguró Gutierrez, un viejo con más aire de portero que de propietario; un tipo bonachón que se mostró muy interesado, luego de una breve charla, en ser yo quien alquilara el local, que era muy amplio y parecía muy bien cuidado. Me ofreció pagar una cifra muy justa en sí, con el agregado de bajarla a casi la mitad si aceptaba compartir la entrada con los inquilinos del fondo. "Esta gente no vive aquí" me informó; "hacen algo de arte, no sé bien qué es pero le aseguro que no lo van a molestar en absoluto. El hecho es que necesitan pasar unas cosas por la puerta cada tanto, pero lo harían fuera del horario de oficina, así que...
-Me comunicaré con mi socia y pronto le daré una respuesta- Así me despedí de Gutierrez. Aquella misma tarde cerrábamos trato.
El negocio comenzó a funcionar paulatinamente, y aunque arreglamos con Gutierrez compartir la entrada con los artistas, en el transcurso de casi seis meses no recordaba haber visto pasar a nadie que no fuera mi socia y algunos clientes.
Hoy, por la mañana, se asomó por la puerta del local un tipo vestido con ropas de obrero; entró, y detrás de él comenzó a desfilar una cuadrilla de trabajadores cargando tablones y herramientas. Me acerqué al que parecía el jefe de la cuadrilla y le comenté el asunto de los horarios de oficina y el convenio con Gutierrez. El hombre me miraba en silencio, como si no me entendiera el idioma. En ese momento, otro le hizo una seña como de haber terminado. El grupo completo se retiró en orden y el último en salir pasó un escobillón por todo el pasillo y se trepó al camión en que habían llegado. Yo los vi perderse por la calle y no supe como proceder. Probé de llamar a Gutierrez pero el teléfono parecía muerto.
En el fondo, había una puerta que había quedado abierta. Detrás, se veía otra puerta más grande que me llamó la atención. Me aseguré de que no venía nadie y traspasé hasta el pasillo donde estaba aquella puerta, que más parecía un portón, muy pesado, de madera tallada con dibujos con muchos detalles. Jamás había visto un trabajo así, ni pensé que habría en Tres Arroyos una obra tan ambiciosa. Se podía ver una descripción de un estadio romano, repleto de público en los palcos. En uno de ellos, el principal, se ubicaba una especie de trono, y en él, lo que parecía ser un emperador. Me encontraba mirando el portón, cuando llegó hasta la entrada de la oficina un micro con un contingente de hombres y mujeres vestidos con atuendos romanos. Mientras bajaban hacían bromas con un hombre que se veía como un emperador afeminado en sobreactuada seriedad. Fueron entrando a la inmobiliaria, pasaron de largo hacia el portón tallado y detrás de ellos los choferes entraron una caja muy grande de madera con agujeros por todos lados. Al traspasar el portón todos los intrusos cerraron sin que nadie me diera la más mínima explicación. No sé por qué a mí sólo se me dio por seguir mirando aquellas tallas. Vi que más allá de lo que parecía ser un estadio se vislumbraba un hombre mirando un portón de cerca y detrás de él unos hombres lo golpeaban con algo que parecía ser un palo .
Después del golpe recuerdo vagamente haber sido arrastrado hacia adentro y haberme desplomado sobre la arena. Cuando levanté la vista todo era un griterío. El emperador hacía una señal con su pulgar hacia abajo y la gente redoblaba su entusiasmo. Quise decirle: "Gutierrez, qué significa este atropello", pero me di cuenta de que ya era demasiado tarde: la caja estaba abierta y de ella salía un rugido más fuerte aún que el bullicio que me estremeció por completo.

Texto agregado el 17-01-2009, y leído por 70 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
27-01-2009 Un final redondo para un texto bien estructurado. Un abrazo y 5* playero
 
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