Querido lector.
Escribí este relato como homenaje a uno de los cruceros más imponentes y lujosos que ha habido nunca. El año pasado fue enviado a su desguace. Los que tenemos cierta afición por estos gigantes, sentimos como si se hubiera desguazado el Museo del Prado.
El Adiós
Miró atrás, la figura imponente del SS Norway, recortada sobre el cielo nocturno. No recordaba durante cuánto tiempo había servido en ese barco pero la sensación que le quedaba era la de haber permanecido siempre allí. Mientras se alejaba del buque, atracado en uno de los muelles del puerto de Alang, recordó en rápidos flashes, emociones vividas, días de sol y tempestad, amores nacidos o reconciliaciones frustradas. Niños que se adelantaron a la fecha prevista de su llegada y tuvieron como paritorio la confortable enfermería del buque. También pasajeros a los que el destino impidió finalizar su viaje marítimo para emprender su marcha al Más Allá. Años de camarera en el barco habían privado a Jane de una familia convencional. Su familia era el buque, su tripulación, los pasajeros que embarcaban en cada puerto y que permanecían en las habitaciones que ella mimaba con el esmero y experiencia de una perfecta profesional. El último viaje del SS. Norway, antes SS France, había coincidido con su jubilación y se le había concedido el dudoso honor de acompañar al buque en la última travesía que le condujo hasta la India y el muelle donde ahora se hallaba amarrado a la espera de su desguace. Los últimos tripulantes dejaron el barco un par de horas atrás, después de la fiesta homenaje. El capitán, un representante de la compañía NCL, propietaria del barco y el sobrecargo dedicaron unas palabras al buque, primero y a ella después. Champagne, emociones contenidas, besos y abrazos de despedida con el Vals de las Velas interpretado por la orquesta como colofón y fin de fiesta. Ella estuvo hasta el final, nadie la esperaría en ningún sitio y tampoco tenía prisa por marcharse. Iba detrás del capitán a quien acompañaba el armador del buque, el práctico del puerto y un alto directivo de la NCL. Caminaba a una distancia discreta, la suficiente como para no intervenir en la conversación de los hombres. Fue el capitán quien se dio la vuelta sonriendo. "Jane, por favor, olvidé mi gorra en el buque. No quisiera perderla. ¿Sería tan amable de ir a buscarla? Está en el puente, sobre la bitácora".
Ella se alegró de la petición. Después de todo eso le permitiría estar unos minutos más en ese barco al que tanto había amado. Volvió sobre sus pasos y se dirigió hacia la escala apoyada en la baranda del inmaculado casco azul. Con sus cinco sentidos intentaba captar la esencia, la fuerza del poderoso Titán. El tacto cálido de su pintura, el olor a mar, el sonido de las olas acariciando la línea de flotación. Dirigió sus pasos con seguridad. Todas las escotillas permanecían abiertas permitiendo el paso franco hasta el puente de mando. Una vez allí, comprobó que la gorra estaba en el mismo lugar donde se le había indicado. Desde la cristalera miró el mar y sus dedos rozaron el timón. Hubiera deseado tanto ser ella la capitana de esa nave. Se puso la gorra y jugó a ser lo que tantas veces había soñado. Apretó el interfono que comunicaba con la sala de máquinas. ¡Tripulación! listos para el desamarre. Retiren estachas! ¡Atención sala de máquinas! Avante a un tercio. Timonel todo a estribor...
Interrumpió su juego al sentir que el barco vibraba. El familiar ronroneo del motor, imperceptible primero, se fue haciendo cada vez más evidente y las hélices giraron hasta llegar al régimen que ella misma había marcado. El timón giró, como si tuviera vida propia embocando la salida del puerto. Ella comprendió de inmediato lo que sucedía. Después de tantos años, su destino y el del barco se habían fundido en uno sólo. Miró el interfono y con voz clara y decidida dijo:
- Atención sala de máquinas. Avante a toda...
El rugido de los motores calló la conversación de los cuatro hombres que giraron de inmediato sus cabezas. El SS Norway empezó a moverse. Despacio primero, luego con mayor rapidez, cortando las olas, deslizándose sobre el mar tranquilo. Según avanzaba, la línea de flotación se separaba lentamente de la superficie del mar. Primero quedó a la vista el timón, luego fueron las hélices hasta que toda la quilla emergió levantándose sobre las olas, elevándose el inmenso buque dejando la panza al aire como un gigantesco dirigible que iniciase su camino hacia los cielos. El armador agarró con fuerza el brazo del práctico que tenía a su lado. "¡Dios mío! ¿Están ustedes viendo lo que yo veo?"
- Lo vemos, respondió el directivo, lo vemos y nos va a resultar muy difícil explicarlo. Todos callaron, el buque, prácticamente ya un punto desaparecía entre las nubes. En un susurro, casi una oración, el capitán musitó: "Gracias Jane, has cumplido..."
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