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Iba el pequeño Juan caminando por la acera imaginando que era él quien disfrutaba del helado de vainilla que y no el niño que pasando a su lado le mostró la lengua. “… Aún queda camino por andar y tarros que hurgar…” pensaba, la próxima esquina le indica que puede tomar un muy breve descanso. El calor es sofocante y los zapatos no ayudan a calmar el calor del pavimento, la sombra de un árbol reseco se alía con él mientras sus labios saborean un refresco de naranja que no probará, al menos hoy no. Unos cuantos segundos de silencio inesperado le permiten escuchar su propio jadeo mientras juega con el caer de las gotas de sudor que su sien le obsequia al pavimento en medio de lo que comúnmente se torna en una esquina gris y ruidosa.

La carga que lleva, aunque pequeña, es pesada para su frágil y maltrecha espalda; carga que aletarga su andar y le hace distante la oportunidad de llegar a tiempo para coger el platillo mejor servido en el comedor comunal. “¡¡Disculpe señor!!” intentó decirle a un apresurado señor con quien chocó mientras miraba el afiche que le captó la vista, el afiche colorido de un avión increíble, avión que algún día lo llevará con mamá… aunque duda que las baterías AA con las que viene le duren para tanto. Por cierto ese señor cubría una cartera poco masculina que no parecía suya… en fin. Un semáforo en rojo inicia la avalancha humana que lo llevó a formar parte de ella para llegar al otro lado de la avenida. “Qué raro, el ruidoso y malhumorado anciano del bastón ya no está… mejor para mi, ya no tendré que correr para que no me alcance”, pensaba mientras se alejaba lenta y sigilosamente del puesto de frutas con una enorme manzana. Lamentablemente para él solo le duró el corto tramo entre el puesto de menudencia de pollo y el señor que lee la suerte con unas cartas viejas y descoloridas.

Finalmente llegó a su destino, otros cuantos más llegaron antes que él así que tenía que esperar su turno. Hasta por fin llegó a la mesa y dijo: “Aquí está lo que me pidió señor Matías, 20, todas limpias y enteritas” dijo con cara de optimismo sin despegar la mirada un solo instante a un robusto y poco aseado reciclador de avanzada edad mientras bajaba cuidadosamente el saco lleno de brillantes y relucientes botellas que llevaba en su espalda, “toma tus 4 reales y quítate del camino…”

“¡¡¿Solo 4 reales?!! Eso no es justo, desde tempranito estuve solo y muy lejos de mi casa recolectando todas estas botellas” dijo Juan con respiración agitada, fruncía el ceño y se le humedecían los ojos. Al oír esto, el robusto anciano se dirigió a él sin despegarle la mirada y le dijo: “mira enano, tienes carácter, ¡eso me gusta!, toma 1 real mas y vete de aquí, no tengo mas dinero, además tus botellas no son tan buenas…”. Tomó la moneda fuertemente mientras un nudo parecía reventar en su garganta, luego de unos segundos bajó la mirada, dio media vuelta y tomó el camino de regreso.

Luego que la calma se ocupara del pequeño, se asomó rápidamente a un jardín próximo a la acera y cogió de éste una pequeña flor amarilla mientras pensaba: “¡Que suerte!, ¡con esto bastará!…” A pocos metros de allí aceleró los pasos llegando pronto a una carreta que despedía un aroma increíblemente delicioso cuyo nombre estaba inscrito en un cartel con un texto simple y común para muchos, pero irónico para algunos pocos: “Coma con Esperanza”. Y es que ese es el nombre de la “señora bonita” (Esperanza) a la que se refiere Juan: “Tenga señora… espero que le guste más que la que le traje ayer”, dijo el pequeño mientras un dulce brillo asomaba en su mirada y un sonido extraño emanaba de su vientre. “Toma, esto es para ti”, dijo ella, mientras nuestro pequeño amigo mantenía los brazos extendidos. No pasó mucho tiempo para que viera su propio rostro reflejado en la vajilla y escuchar un “¡Gracias señora!, estuvo delicioso… lástima que se fuera tan poco, nos vemos mañana si encuentro mas botellas, ¡¡adiós!!” alejándose del lugar porque la noche se acercaba.

Las luces de la ciudad empezaban a notarse mientras el brillo del neón jugaba con sus colores en el rostro de nuestro pequeño amigo. Con las manos en los bolsillos parchados de lo que un día fue un pantalón azul con ambas mangas del mismo largo y con la rabia de vivir en un mundo en el que el comer y dormir no es parte de la vida diaria finalmente logró llegar a un lugar donde otros como él compartían el fuego de una pobre hoguera.
“¡¡¡Es mi día de suerte!!! Esta semana le toca vigilar al ‘muelas’… por fin podré dormir”, pensaba el pequeño mientras trepaba la pared de una vieja casa abandonaba en las afueras de la ciudad. “Hola a todos… ponte un poco mas allá ‘muelas’ que no me dejas lumbre” se dejó escuchar y al mismo tiempo un par de inquietos y pequeños roedores cruzaban ágilmente por el borde de la ventana que se encontraba tras ellos. “Ya tengo 6 reales… ya tengo 6 reales… ya falta poco mamá” susurraba abrazando un afiche viejo y despintado muy parecido al que vio durante la mañana mientras la conciencia abandonaba su cuerpo tras un rendidor y miserable día.

Texto agregado el 17-01-2009, y leído por 109 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-01-2009 muy buena historia . me ha gustado mucho. un abrazo.5* carolina52
 
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