Otra vez la casa está obscura; detesto los apagones de luz porque ellos siempre regresan y me molestan aprovechándose de mi miedo.
No estoy seguro de haber cerrado la puerta del jardín, alguna vez entraron por ahí.
Estoy paralizado en el centro de mi habitación, la puerta del cuarto está abierta y ni siquiera consigo que mis piernas se muevan para acercarme hasta allá y cerrar.
Un golpe se escucha en la planta baja, no hay nadie en la casa, estoy seguro que fueron ellos. Regresaron.
Finalmente empiezo a moverme pero lo hago hacia atrás, me alejo de la puerta. Desde aquí alcanzo a ver el cubo de la escalera y desde arriba, el tragaluz lanza líneas blanquecinas sobre los escalones, veo uno si y otro no.
No debo parpadear, tengo que resistir hasta verles las caras. No puedo dejar que me atormenten así, me lo juré la última vez; ese día me dije que en la siguiente oportunidad iba a superar este pánico hasta enfrentarlos. Hoy ya no estoy tan seguro.
Otro golpe, este fue a los pies de la escalera, lo sé porque la caja de música que está en la mesita del teléfono, a un lado de la escalera. Está sonando, y cada nota hace que se me ericen los vellos de la nuca. Sigo sin poder parpadear, ya no es tanto por la promesa que me hice sino por el miedo que estoy sintiendo.
Empiezan a crujir los escalones, reconozco claramente cada uno de esos sonidos, cada vez se acercan más. Sus pasos son pausados, sé que me quieren sorprender como la última vez. De pronto regresa la luz y veo la escalera completa, no hay nadie ahí pero los pasos siguen subiendo lentamente. El alivio que sentí por el regreso de la energía eléctrica se disipó; ahora los pasos se aceleran y llegan hasta la planta alta.
Sigo petrificado en mi recámara, quiero gritar pero no puedo, no sale mi voz. La puerta de mi habitación rechina lentamente hasta terminar de abrirse, no hay nadie detrás, solamente una respiración profunda y los pasos que se me acercan. Ellos me están rodeando, siento esa respiración dibujando círculos a mi alrededor y después subiendo por las paredes, siempre rodeándome. Empezaron a correr y los cuadros de la habitación se ladean, el reloj de la pared se suelta de ella y cae estruendosamente en el suelo. Un aire suave me manosea la cara, estoy llorando, conforme más lloro, más rápido corren ellos por las paredes. Estoy descubriendo que no son varios, es uno solo que camina en cuatro patas, las pisadas claramente vienen de un solo lugar. Es inmenso, escucho las patas delanteras en una pared y las traseras en otra, siguiendo a las primeras.
-No puedo seguir así. Reflexiono y comienzo a pedirle para que se vaya.
Grito -¡Ya no me asustas!, mintiéndole a las paredes y rápidamente se detiene el aire, dejo de escuchar los pasos y se mulle la cama a mí lado. Una respiración pesada entra a mí oído. Nunca habíamos estado tan cerca. Detrás de esa respiración alcanzo a percibir un gruñido y me está olfateando una oreja, un escalofrío me recorre la mitad del cuerpo, sigo llorando pero estoy decidido a no detenerme. Su respiración lentamente se empieza a mover y me recorre la nuca hasta detenerse en mi otra oreja, el mullido de la cama acompaña la respiración y creo que de un momento a otro va a tocarme. Antes de que él se baje de la cama, escucho un bufido que me corta la respiración. Los pasos se van alejando de la recamara y bajan la escalera corriendo, al pasar por la mesita de la escalera, se vuelve a encender la caja de música y un golpe me indica que se ha cerrado la puerta del jardín. Ya se fue, y por primera vez estoy seguro que fue para siempre.
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