Ya están aquí. 10
Aquella noche, como casi todas, después de cenar en la cocina, Luis y su familia se sentaron en el salón, junto a la mesa camilla, a charlar un rato y ver la televisión. Después de dar un repaso a los canales, optaron por un programa de la tercera cadena.
El presentador estaba entrevistando a algunas prostitutas sobre el asesinato de una compañera, ocurrido unas noches antes en la gran ciudad.
-¿Quién cree usted que ha podido ser?
-No sé-contestaba una mujer que rondaba los cuarenta, de aspecto miserable-quizás el hombre que vivía con ella, o os cabezas rapadas.
-No digas eso-le corrigió una amiga- que luego, sea quien sea, puede venir por nosotras y hacernos lo mismo que a esa desgraciada.
El cámara, en una panorámica, trataba de mostrar el ambiente de aquella zona de la ciudad a las tres de la madrugada. Era desolador. A la luz de los faros de los coches que circulaban se veían en la acera mujeres medio desnudas que trataban de llamar la atención de los conductores. Después alguno paraba, y tras una breve conversación, se las veía subir al vehículo, que arrancaba de nuevo.
El presentador, se acercó a un hombre joven vestido elegantemente, que estaba a menos de diez metros de donde rodaban la entrevista.
-Oiga, por favor, ¿conocía usted a la víctima?
El hombre rehuyó hablar, pero el cámara ya había tomado un primer plano y su cara apareció en la pantalla de la televisión.
-No,-contestó-Yo no sé nada…y ¡déjenme en paz!
De pronto, Luis se levantó del sofá y se dirigió al dormitorio. Al momento, asomó con una escopeta de caza en la mano y sin decir una sola palabra, ante el estupor de su mujer y de su hija, disparó sobre el televisor que saltó echa añicos.
………………………………………………..
-¿Es todo lo que recuerda?
-Si, Eso y que después llamé al 091 para pedirle a la policía que por favor me encerraran…
-¡Pero si la televisión era suya! Además no había cometido ningún crimen; en todo caso un arrebato… Eso no está penado…, le puede pasar a cualquiera. ¿No?
-Es igual, déjelo..., aquí estoy bien.
-Ya...,-comentó el doctor- y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Luis, a sus cuarenta y cinco años, dirigía la delegación de una compañía de seguros y, según quienes le conocían, no era precisamente un hombre desequilibrado. A decir de sus amigos, era tranquilo, comprensivo y agradable.
Vivía en un piso en las afueras de la ciudad con su mujer y sus dos hijos pequeños y era muy aficionado a la fotografía y los ordenadores.
Entonces, ¿por qué?-se preguntaba el director del centro psiquiátrico, mientras, sentado en su despacho ojeaba el expediente de Luis.
Llamaron a la puerta y el doctor Moya entró.
-Pase, pase, Moya...que, ¿ha visto a Luis?
-De allí vengo, D. Sebastián. He estado hablando con él y dice que no quiere que le demos de alta.
-Pero si lleva aquí casi seis meses. Su mujer está desesperada, dice que si no tiene nada, donde mejor está es en su casa, con su familia... ¡y tiene razón! Además nosotros no podemos retenerlo aquí eternamente. ¿Que dicen los test?
-Pues..., que es un hombre equilibrado e inteligente.
-¡Pero no quiere irse! Dice que si se marcha de aquí cometerá alguna locura y, en esas condiciones, a mi me da miedo dejarlo suelto… ¿Le ha observado mientras está en su habitación solo?
-Si y sigue como siempre, completamente normal. Solo eso, que…-y empezó a hacer con las manos como si dibujara en el aire- Ya sabe usted..., pero yo estoy convencido de que son manías. Todos tenemos alguna y no por eso estamos encerrados en un psiquiátrico... ¿No?
El director dejó el expediente de Luis sobre la mesa y se arrellanó en el sillón.
-Bueno, Moya, déjeme pensar este fin de semana en el asunto y el lunes tomaré una decisión... Nada mas, muchas gracias y… adiós.
-Adiós- y salió y cerró la puerta.
…………………………………………………………………
Había pasado el sábado y el domingo viendo una y otra vez la grabación que un amigo de televisión le había conseguido, del programa que indiscutiblemente había sido el desencadenante del comportamiento del paciente, pero no vio nada anormal.
El hombre que no había querido ser entrevistado por la televisión era un personaje corriente, incluso diría que elegante-pensaba el doctor-, aunque tenía una cara un poco extraña..., la frente un poco arrugada y como picada de viruela, pero…nada más.
Ahora, a través del cristal disimulado tras un espejo, Sebastián observaba a Luis desde la habitación contigua.
-¡Maldita sea!-susurró Sebastián-ya está, otra vez, dibujando cosas y esta vez en el cristal de la ventana. El no está loco, pero nos va a sacar a todos trastornados... ¿Que pintará?..¡Voy a hablar con el!
Cuando oyó que llamaban a la puerta de su habitación, Luis pasó rápidamente la mano por el cristal, tratando de borrar lo que había escrito.
-Pase…
-Buenos días, Luis. ¿Cómo se encuentra?
-Bien, aquí dentro muy bien. ¿No pensará darme el alta, verdad?
Sebastián tomo una silla y se sentó junto a él al lado de la ventana. Era febrero y, aunque en la calle hacía frío, allí dentro se estaba bien.
-Mire usted, Luis-no sabía como empezar-Lleva aquí cerca de seis meses. Durante ese tiempo le hemos hecho pruebas psíquicas y su estado es el de un hombre normal, incluso mas inteligente que la media…-le miró a los ojos con ternura- Su mujer y sus hijos están deseando verle en casa, ellos le quieren. Tiene usted muy poca edad para renunciar a tantas cosas bonitas como hay ahí fuera-dijo señalando la calle-Si no me da una poderosa razón, no podré tenerlo aquí enclaustrado por mas tiempo.
-Pero es que ahí afuera…
-¿Qué pasa ahí, Luis?
-Pues que están por todas partes. Incluso aquí dentro hay alguno de ellos... Si salgo, no tendré más remedio que matar a todos los que pueda.
Sebastián se quedó expectante, animándolo con la mirada a que continuara hablando.
-¿Quiénes están ahí afuera?
-¿No ha visto usted el hombre de la entrevista de la televisión?
-Si, mas de cien veces, pero no he descubierto nada anormal…
Luis se levantó, fue hasta la cama y regresó con un libro que tenía bajo la almohada. Lo abrió por donde tenía puesta una señal y se lo dio a leer.
Estuvo leyendo durante un rato sin hacer comentario alguno; luego hablaron más de dos horas y al terminar; Sebastián tocó el pulsador que había sobre la cama. Al momento se abrió la puerta y entró una enfermera.
-Dígame, Don Sebastián.
-Avise al doctor Moya. Dígale que haga el favor de venir.
Cuando la enfermera cerró la puerta, Luis siguió hablando en voz baja.
-¿A que parece increíble?
-Desde luego, pero si está en lo cierto la cosa puede ser muy grave. ¿Y dice usted que los ha visto por todas parte?
-Si, cuando en alguna ocasión mis suegros se han quedado con los críos hemos salido mi mujer y yo con los amigos, a cenar y a bailar… En la discoteca, y en las calles..., y de todas las edades. Se acuerda usted de aquel chico que mataron en la puerta de la discoteca, hace no mucho, de un navajazo…
-Sí
-Pues yo estaba allí esa noche y, aunque no vi exactamente quien fue, cuando llegó la policía y observé las caras de los chavales... Hubiera podido jurar, sin miedo a equivocarme quien lo había hecho. Estaban allí, en primera fila, tan tranquilos… incluso preguntando, con desfachatez, que había pasado….
-¿Y tenían esa marca en la frente?
-Si, igual que el presentador de televisión y que…
En ese momento, la puerta se abrió y apareció el doctor Moya.
-¿Quería verme, Don Sebastián?
-Si. Haga el favor de acercarse y, por favor frunza el ceño..., vamos… que arrugue la frente…
-Pero… ¡vaya tontería! ¿Que juego es este? Si vamos a hacer lo que los internados quieran, vamos a salir todos locos…
-¡Por favor, haga lo que le he dicho!
-Está bien… ¡Lean quién soy!- y frunció el ceño mientras señalaba con el dedo los signos que aparecía en su frente y sus ojos se hacían grandes hasta dar la sensación de que iban a salirse de las órbitas. Reía a grandes carcajadas como si estuviera poseído.
Después, sin dejar de reír, salió de la habitación mientras repetía, una y otra vez, a grandes voces.
-Estamos por todas partes… ¡Ja!, ¡Ja! Es nuestro tiempo... El tiempo ha llegado. No importa que nos descubráis, ya es demasiado tarde….
Sebastián se acercó, con el libro en la mano, a Luis, que en el vapor de agua condensado en los cristales, escribía una y otra vez, como si estuviera en el colegio haciendo una muestra; y en voz baja repitieron juntos, como si se tratara del estribillo de una canción, lo mismo que habían leído en la frente de Moya… y en la Biblia…”666- La marca de la Bestia”
© isidromartínezpalazón. Febrero 1996
http://www.isidromartinez.com/
|