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Estaba en la ciudad-piedra, caminando entre las casas-piedra, cuando vi algo que me extrañó. Debajo de unos portales, una señora ya mayor empujaba a un hombre en una silla de ruedas. Mientras me acercaba a ellos (pues llevaba su mismo camino), pensé que era demasiada tarea para una mujer, no digamos una señora ya mayor; sobre todo porque al final de los portales había una escalera (la ciudad-piedra tiene muchos desniveles). Cuando llegaron a las gradas, sucedió algo que yo no esperaba. La señora se despidió del hombre, y se fue. Yo me quedé mirándolo, preguntándome cómo haría para bajar el obstáculo, cuando él volteó y me dijo: “Hermano, ayúdame a bajar.” Hechizado por la seguridad de su voz, tomé la silla y lo ayudé a bajar los cuatro o cinco escalones que lo separaban del nivel de la calle. Cuando estuvo abajo, me dijo: “Gracias”; y se alejó ágilmente, empujándose por el pavimento. Y yo me quedé pensando que él tenía mucha más fe en el Hombre que yo. |
Texto agregado el 16-01-2009, y leído por 133
visitantes. (3 votos)
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Lectores Opinan |
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17-01-2009 |
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Me parece una bella historia, mucho más profunda de lo que aparenta la simpeza del texto. Mis 5* indiscutidas. campana |
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16-01-2009 |
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por qué le has vuelto a subir???
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16-01-2009 |
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Un lindo episodio muy bien contado. Agarrate_catalina |
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16-01-2009 |
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Capo! ElnegroHinojo |
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