En un barrio pobre de América latina, en uno de esos, donde el hambre es el pan de cada día y la alegría llega a cuenta gotas.
En una precaria comisaría policial, se escucha la suplica inocente de una mujer:
Mujer: se lo juro oficial, no se de que me hablan, se lo juro, por la virgen de la candelaria ¡yo no lo mate! Yo no me acuerdo de haberlo matado. Era mi marido yo lo amaba y pensaba que nos amaba a nosotros también, a mi y a mis hijos (llora)
Policía: señora cálmese, los indicios son claros, a usted se la encontró en la escena del crimen, con el arma en la mano, y la sangre de la victima en todo su cuerpo. ¿Qué tiene que decir a su favor?
Mujer: ¡soy inocente!
Policía: señora…. Como puede decir eso. Haber cuéntenos que pasó según usted la noche que pasó el asesinato.
Mujer: si señor oficial, yo vendo empanaditas de queso, con eso mantengo a mi familia, y voy de barrio en barrio ofreciendo las empanadas casi todo el día, como a mi marido lo despidieron, o bueno mi difunto marido, lo despidieron en la construcción donde trabajaba, y paraba metido en la casa, creyendo que cuidaba a los niños, yo los dejaba con el y me salía a las seis de la mañana hasta las diez de la noche.
Policía: señora al grano, que no tenemos todo el día. ¿Que paso la noche del homicidio?
Mujer: lo siento, esa noche me dolía las piernas de mucho caminar y decidí irme a mi casa temprano.
Al entrar vi a mí hijo jorgito sentado en un rincón, llorando y comiendo un poco de arroz. Al frente de el estaba mi marido encima de mi hija robertita, ella estaba luchando con el. El estaba con los pantalones abajo, le estaba quitando la ropita a mi hija. (Ya no puede hablar de tanto llanto)
Policía: ¿que paso después? Tome este vaso de agua y tranquilícese. Prosiga.
Mujer: una furia me entro, oficial, quería matarlo, Salí a patio, tome de la mano a jorgito, y me lo saque para afuera y vi el machete, un fuerte dolor en la cabeza me vino de repente y me desmaye.
Cuando desperté estaba hincada en el cuarto, con el machete en mi mano, llena de sangre, y mi hija gritaba mientras me miraba con pavor, el cuerpo de mi marido estaba desmembrado, estaba irreconocible, no sabia que estaba pasando, me puse a llorar, de ahí vinieron los vecinos y me trajeron acá.
Mientras las preguntas seguían en la larga noche, y la prensa amarillista ya la nombraban “la machetera olvidadiza” fue condenada y llevada a la cárcel, mientras sus hijos seguían saboreando el pan de cada día pero ya no las gotas de alegría.
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