La miré a través de ese frío vidrio, la miré desnuda y seca, casi sin vida, su carne no mostraba ya la turgencia de otros tiempos, cuando me complacía en recorrer con mis dedos cada curva de esa silueta, sintiendo el vago orgullo de poseer tal cuerpo.
Su rostro, aunque mas delgado, conservaba aún la belleza de antaño, pero algo había en su boca y en sus ojos (o tal vez era lo que en ellos faltaba) que delataba el inmenso vacío que había dentro de sí.
¿ Fue el marido quien le sorbió todo su esplendor?. Ahora el no la quería...
Antes, cuando eran novios, se desvivía por agradarle, era tan complaciente, tan bueno que ella creyó encontrar su complemento y, llena de amor como estaba, decidió compartir todo con el. Sí, él se bebió todo su amor, todo su cuerpo, todo su espíritu, todo… Aunque en realidad nunca la amó, ella fue solo un remedio frente a la inmensa soledad.
Es bien sabido que quien no ama no es capaz de recibir amor, entonces, todo ese tesoro apasionado se fue perdiendo en el fondo de su alma y dejó un hueco entre su pecho donde una tarde lluviosa anidó una larva punzante que creció lenta y constantemente.
Este animal, en vías de convertirse en monstruo, es quien la devora. Devoró primero todo el amor que le quedaba, ahora se alimentaba de su cuerpo y crecía tan lento, tan constante, tan voraz. ¡Cuanto dolor provoca!...
Volví a mirar la imagen frente a mi, de sus ojos infinitamente tristes brotaban lágrimas y entre sus labios temblorosos se adivinaba un grito ahogado de desesperación.
Pobre mujer, pensé, ¡qué desdichada!
La ví una vez mas a través del frío vidrio del espejo y di la vuelta mientras secaba la extraña humedad que había en mi rostro.
Espejo mentiroso, esa no soy yo… ¡si yo siempre he sido tan feliz!...
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