I .- La Espera
Un fondo inmortal para amarte...
viento... rocas... cielo... mar...
inmóvil, tendida de espaldas en la arena,
con los músculos tensos y los ojos cerrados
cansados de no verte;
tu presencia me invade,
te siento en los rayos de sol que abrasan
mi cuerpo,
en la brisa que acaricia mi piel
y en el agua del mar que permite amorosa
que penetre en sus olas.
Te presiento. No tardes
II .- La Señal
No sé como son tus ojos;
puede que oscuros, grandes, soñadores,
o pequeños, muy claros y sonrientes;
no puedo imaginarme tu nariz;
ni si tus labios son gruesos, sensuales,
ardientes al besar,
o si son delgados, pálidos, ingenuos,
como los labios castos de una santa,
hechos para rezar;
no sé si tu cabello es rebelde, ensortijado y negro
o rubio, liso y fino;
si tu piel es morena, áspera, recia,
bronceada por mil brisas y mil soles;
o delicada, tersa, transparente
como la piel de un niño;
si es tu cuerpo magnífica escultura
que me enardecerá con sus caricias
salvajes y agresivas;
o es la figura etérea, desgarbada,
torpe, de adolescente, que inspire mi ternura;
pero el día que te encuentre,
entre miles de gentes yo sabré conocerte,
porque toda mi sangre, mis sentidos,
mi corazón, mi mente
gritarán que eres Tú,
y aún, sin haber mirado tu cuerpo ni tu cara,
sentiré tu presencia,
y, por si aún dudara,
te reconoceré por las facciones
sublimes de tu alma
que asomarán a tu semblante amado,
poniendo una señal en tu mirada.
III .- El encuentro.
Tenía que ser así, estaba escrito,
y tuvo, sin embargo,
el sabor inefable
de una inmensa sorpresa,
se realizó el milagro de vivir lo soñado,
en el mismo paisaje:
viento... mar... cielo... rocas...
te encontré, nos miramos,
y supe que eras tú
porque al mirarte
dejaron de existir todas las cosas
y quedamos tú y yo, por un instante
de esos que valen siglos,
suspendidos los dos en el espacio,
como en inmenso tálamo,
en el que, con la unión de nuestras almas,
dimos a luz un mundo:
¡Nuestro propio Mundo! |