Todavía estoy ahí, acostado en esa cama de ese hospital. Todos lloran: mi hermana, mis dos hermanos, mi hijo, mi mujer... Todos menos yo.
Me siento mejor que hace poco, aunque ya no entiendo bien eso del tiempo. Quizás ese poco es una eternidad, realmente no lo sé. Estoy incómodo, porque ya no soy cuerpo, soy algo que anda por ahí, un simple espectador de la tristeza de mis seres queridos. Y no puedo hacer nada, solo observar como todos miran a ese hombre con desazón. A ese hombre que era yo, pero que ya no soy.
Realmente me encantaría decirles a todos que estoy bien, que no me duele nada... También me gustaría contarles que volar no es nada del otro mundo. En fin, solo me queda esperar...
Mi familia se ha ido hace mucho... o hace poco, realmente no lo se muy bien. Han retirado mi cuerpo y se lo han llevado a no se dónde. Yo sigo aquí, en esta habitación... en esta sala. Ya han pasado otras familias, vi llorar a tanta gente que ni siquiera conocía. Y también he encontrado a gente como yo, en esta misma sala, mirando a quién ya no eran, esperando. La diferencia es que ellos ya se han marchado. Yo no puedo, debo seguir aquí.
Ese reloj de la pared ha dado demasiadas vueltas. No siento el tiempo, pero me desespera ver a esas agujas caminando sin parar. Las tres se mueven a velocidades muy diferentes, pero las tres avanzan. Ya me conozco todas las grietas de la pared, ya le he puesto nombre a todas las manchas de humedad del cielo raso. Si por lo menos pudiera salir de esta sala...
Tengo más dudas acerca de la muerte que cuando estaba vivo. Me gustaría escribir algo. Veo un lápiz, pero no puedo agarrarlo. Hay una revista, mas no puedo pasar las páginas. Repaso mis actitudes frente a la vida: no se si fui más malo que bueno o más bueno que malo. Tampoco sé si realmente eso cuenta. ¿Y si alguien en algún lugar está jugando a las cartas por mi alma? Que más da. Yo ya nada puedo hacer desde acá, en esta sala de espera.

Treinta y siete son las grietas en estas paredes, aunque mejor las cuento de nuevo...