Cuando el amor renace,
a su vera también despierta la mañana
nuevamente,
fulgurece la bruma
como un manto de diamantes engarzados
en el blando platino de las calles;
restablece la vida sus colores
y borran los espejos las huellas de la noche.

Pierde el tiempo su mapa y su sentido;
empuja los relojes con premura
en el abrazo,
pero hace sentir su indiferencia
si el otro está distante de las manos.

Cuando el amor renace,
la música reinventa sus latidos,
la tarde es un aroma de cedros y de almizcle,
los lugares comunes recuperan su magia primigenia
y el cuerpo la memoria de sus fuerzas dormidas.

Cambia el alma de piel,
decanta su inventario de pasiones
y busca construir nuevas caricias,
aunque a veces desista en el intento
de traspasar los diques de cordura
y cerque en las miradas su arrebato.

Cuando el amor renace,
no importa que se cante o que se guarde
como una flor de oro cerrada a los ladrones de la dicha;
cuando el amor renace,
volvemos a saber
que estamos vivos.